Este viernes se celebraba en el Auditorio de la Diputación de Alicante (Adda) la cuarta junta general de accionistas del Banco Sabadell desde que, en octubre de 2017, la entidad que preside Josep Oliu decidió trasladar su CIF a la antigua sede de la extinta CAM para desvincular la valoración bursátil del banco del guirigay nacionalista. Tras el paréntesis del año pasado, en el que el estallido de la pandemia provocó que los tres únicos consejeros desplazados a Alicante ventilasen una junta telemática en 20 minutos (los accionistas ejercieron su derecho al voto con anterioridad, tras consultar la información), esta era la primera reunión de la 'nueva normalidad', y a tenor de lo visto, el consejo que preside Oliu puede estar tranquilo.
La opción telemática, pese a que muchos accionistas quisieron acudir de forma presencial, permitió que fuese una de las juntas con mayor exceso de cuórum (por encima del 61%) de los últimos años, por lo que la aprobación mayoritaria, aunque con votos en contra, de la gestión del consejo parece reforzar a sus mandatarios. Especialmente, en un año en el que se produce el relevo de su CEO en los últimos catorce (se va Jaime Guardiola, resposable de navegar la anterior crisis, y entra César González-Bueno, precedido de su reputación) y en el que el balance que podía esgrimir el banco ante sus accionistas era más bien exiguo.
Porque, solventado el trámite de votar las cuentas y el informe de gestión del presidente, llegó el turno de palabra de los accionistas. Seis intervenciones (en un año sin covid suelen ser algunas más) en las que, contra lo que pudiera esperarse, no se habló de lo que siempre se habla en las juntas del Sabadell. No se habló del cambio de sede, no se habló de la postura de la entidad ante el procés, ni de los afectados de la CAM. Ni siquiera, y eso que había motivos, de la baja cotización de la entidad, que la sigue manteniendo como muy opable (aunque también es cierto que hace tres años que esto es así y la opa no llega). Es más, la fallida fusión con el BBVA, que duró como potencial apenas una semana, pasó de refilón por este turno de palabra.
Y fue este momento, de verdad, el que marcó simbólicamente el inicio de la nueva normalidad del Sabadell. Porque acceder a los resultados e informes del consejo y emitir el voto lo puedes hacer telemáticamente, como en 2020. Pero levantar la mano, agarrar el micro y quedarte a gusto con el presidente del banco no se puede hacer todos los días. Que apenas nadie, como sí pasó en 2019 y 2018, quisiera aprovechar para ponerle la cara colorada a Oliu (quien, por cierto, se faja muy bien en estos lances) en un año en el que había más motivos que nunca solo puede ser un síntoma.
Sí hubo quejas por el trato a los empleados de oficina, que por mucho que se digitalice el servicio son los que soportan y tienen que resolver las quejas de los usuarios cuando ese canal digital falla, y por el no reparto de dividendo (con solo 2 millones de beneficio y un retroceso del 99% en el resultado, consecuencia de las fuertes provisiones por la pandemia, como para repartir algo estaba la cosa). Y no falló el momento estelar de la oenegé Banca Armada, que todos los años consigue colar a dos portavoces gracias a la delegación de algunos accionistas para pedirle a Oliu que deje de que financiar a Indra, entre otras.
Oliu, menos socarrón y más solícito con los accionistas críticos que otros años, atendió a todos de buen grado (cosa distinta es que a los interesados les convenciesen las respuestas). Terminar debatiendo sobre si la política interna del banco respecto a las empresas que están relacionadas de alguna manera con la fabricación de armamento es la adecuada o no, en lugar de hacerlo sobre el valor de la acción, el prácticamente nulo beneficio, el cierre de oficinas o el desastre que supone (al menos hasta la fecha) el británico TSB, es la mejor muestra de que el Banco Sabadell ha entrado ya en su nueva normalidad.
Muy similar a la antigua, por cierto.