CALPE. "Todos somos influencers, porque cada persona influye en las que tiene a su alrededor. A mí me entra un poco de risa cuando me lo llaman porque mi círculo es pequeño". Con una modestia excusable y números crecientes en redes sociales (alrededor de 12.800 seguidores en Instagram, templo del influencer), Lydia Malagon (Calpe, 1990) -escudada tras el nickname de pinnahana- muestra cada día sus looks frente al espejo, pero también ofrece contenido como el último libro que sus seguidores deben apuntar como un must read, los lugares con encanto a los que viaja o los trozos de mar del paraíso en el que vive, Calpe. Con motivo de "reconocer a quienes, con sus contenidos, impactan en la vida de sus seguidores", según comentan desde la propia plataforma, el Grupo de Marketing de Influencers (FLUVIP) señaló el 30 de noviembre como el Día del Influencer, "una figura súper importante ahora mismo. Al principio, las marcas no les hacían ningún caso, creían que eran personas que estaban ahí, pero que no iban a influir en los consumidores. Y se ha demostrado lo contrario", opina.
Aunque economista de carrera, se dedica al marketing digital de moda (cursó un máster), tanto para su propia persona como para la agencia de comunicación que ha montado y que verá la luz en unos meses: "Ayudo a las marcas de mis clientes llevándoles las redes sociales, les gestiono algunas de sus e-commerce, les saco las fotos de producto, hago marketing de influencers que sean afines, etc. Estoy en ambos lados, tanto cuando las marcas me contactan a mí para trabajar como influencer, como cuando yo hago lo mismo con otras chicas para los clientes de mi agencia", explica las dos posiciones que ella misma gestiona.
El origen de este futuro profesional que Lydia ha convertido en realidad llegó cuando una marca le contactó para llevar sus redes porque había visto las de la calpina y le gustaba lo que hacía con ellas. "Así empezó todo. Aunque yo quería construirme un nombre alrededor del blog, todas las colaboraciones me entraban por Instagram y no me pedían un post en el blog, por lo que lo dejé apartado", cuenta. Aunque se dedica plenamente al marketing digital tanto de su nombre como de su agencia, revela que en la actualidad no puede vivir de sus redes sociales: "La mayoría de colaboraciones que hago son a cambio de productos, aunque estoy empezando a profesionalizarme y desde hace un par de años sí que he cobrado por algunas, pero no tanto como para vivir de ello", insiste.
Pese a que no maneja -todavía- grandes números, sí da el perfil de influencer (o creadora de contenido, como ella y muchos/as de sus compañeros/as prefieren catalogarse): organiza sorteos, participa en colaboraciones con marcas, ofrece códigos de descuento de las mismas, mantiene un feed envidiable en su perfil de Instagram, enseña sus outfits diarios y recomienda lugares, libros, música o productos de belleza. Y, además, recibe gran cantidad de feedback de sus fieles: "Las personas que hay detrás se portan súper bien, lo que me hace sentir muy agradecida. Yo contesto a todos los mensajes y comentarios, porque sin los seguidores esto no tendría sentido", recuerda Lydia.
Posicionarse donde se mantiene ahora no fue un trabajo fácil, ya que asegura que le costó encontrar el equilibrio entre lo que ella pretendía y lo que gustaba a sus seguidores: "Tardé mucho y aún dudo a veces. Yo creo que lo que más cuesta es hacer la balanza de lo que le gusta a la gente y, al mismo tiempo, no perder tu esencia. Resulta complicado, porque al principio me contactaban marcas que no eran afines a mí y no sabía qué decir o cómo rechazarlas, pero luego me di cuenta de que no tiene sentido si no me voy a sentir cómoda o si la marca no va a ganar porque mis seguidores no son de ese rollo", expone. Y añade que incluso llegar a su feed deseado fue costoso: "Para crear el filtro que utilizo en las fotos estuve tres días delante del ordenador con el Lightroom".
Cuidar cada detalle, cada minúscula seña de identidad, es marca de la casa Lydia Malagon, quien explica el porqué de su sobrenombre: "Eso fue un quebradero de cabeza de meses y meses. Consiste en un juego de palabras: pinna significa pluma en latín. Si yo tuviese que elegir algún símbolo elegiría una pluma porque me da sensación de libertad, de volar. Siempre que encuentro plumas me las guardo. Eso me gustaba, pero quería algo más porque se me quedaba como soso. Por eso busqué en una cultura que me gusta mucho, la hawaiana, y encontré hana, que en una de sus acepciones se traduce como trabajo. Pinnahana es como un trabajo pluma, un trabajo que no me pesa, que me gusta hacer", desvela el significado oculto.
Y cuando se trata de establecer las fronteras entre el trabajo y la vida personal, ella lo tiene claro: "Pienso en lo que me gustaría que una persona me contase o transmitiese a mí. Es una línea complicada, pero yo intento mantener mi vida personal alejada en lo que se refiere a mi familia y a mi pareja, que aunque lo saco poco ya es más de lo que a él le gustaría", anota con humor. La carga mediática que caracteriza este trabajo conlleva una alta responsabilidad en cuanto a recomendaciones, para evitar, por ejemplo, los fármacos con receta. "Hay ciertas cosas que nosotros no debemos recomendar; es un médico el que está capacitado para decirle a cada paciente lo que tiene que tomarse", sostiene firme.
Lydia desarrolla su vida laboral desde Calpe, lo que lleva a la pregunta sobre si se vuelve más difícil trabajar en algo tan mediático desde un lugar como la provincia de Alicante que en sitios como Madrid o Barcelona: "Por el tema de eventos es más complicado, porque se suelen organizar en las grandes ciudades. Sin embargo, en cuanto a marcas es igual, porque nosotros no estamos en ningún sitio y estamos en todos, a la vez. A las empresas les da igual mandarte lo que quieran promocionar a Madrid que a Alicante", expone.