Ximo Puig firmó en Alicante -con la tapa del boli en los labios- un acuerdo de govern que hoy es portada y ejemplo en toda Europa. España tiene arreglo. El president sale del acto, abandona amablemente a toda la gente y habla con mi nunca bien ponderado ni pagado Herr Direktor Miquel González. Al sol de poniente uno elucubra sobre el juego de tronos de las instituciones alicantinas: la Diputación y el Ayuntamiento. Luis Barcala y la cabeza de la prensa provincial han boicoteado la firma del Botànic II. Rubén Martínez Dalmau parece enfermado por la picadura de una Rosa Pérez Garijo invisible. Nada se sabe de Toni Cantó. Ni de Isabel Bonig, que tiene que pellizcarse para saber si está muerta o resucitada. Rita Barberá que estás en los cielos, ruega por nosotros, amén.
A un servidor, como corresponsal de Alicante Plaza, le ha tocado hacer la contra crónica televisiva y ha asistido al mejor espectáculo del año, incluyendo al Circo Americano, al del Sol y a la retransmisión en directo. A lo alicantino preguntas a exconsellers espardalisats, planos encajados en el salón de Felipe II, entrevistas a contrapelo de Mónica Oltra y especialmente del president -sin sonido ni retorno-, planos de televisión clandestina y todo lo que no debe dar prestigio a la conformación del govern del valencians. Profesionales al borde del ataque de nervios o pensando en el triunfo por defunción, inanición, ineptitud y/o elevación. Mare de Déu del Desamparats. Si alguien ha hecho llegar lo que ha pasado en Alicante ha sido la traductora al lenguaje de signos que ha ocupado tres cuartas de la pantalla.
El más profesional: Vicent Marzà, que al ser preguntado por si se podía hablar del Acord d’Alacant ha contestado que No. No es No. Por supesto que no: estamos en el Botànic II. Traspasando fronteras porque Mireia Mollà suena como futura Consellera de Medi Ambient por la gracias de dios padre y en contra del Bloc y adyacentes. Así, la izquierda nunca ganará en les comarques del Sud.
Paco Sanguino resolvió como un filósofo al ser el único que ubicó en el punto exacto -como una santa premonición- el castell de Santa Bàrbera, un punto histórico y sagrado para la historia de los valencianos.