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el billete / OPINIÓN

Oscuro panorama para los 'boomers'

Foto: EDUARDO MANZANA
19/12/2021 - 

Lo de las pensiones es importante, pero no es el mayor de los problemas de los boomers. Hace 30 años que alguien muy previsor advirtió del colapso del sistema de pensiones tal como estaba concebido. Si la población trabajadora paga las pensiones de los jubilados, el sistema iba a funcionar e incluso a ahorrar dinero mientras la generación del baby boom estuviera en activo. Pura matemática. Es una generación más populosa que las anteriores –con más cotizantes gracias a que antes muchas mujeres no trabajaban– y, aquí viene el problema, mucho más grande que las posteriores. Por eso nació en 1995 el Pacto de Toledo, que sin ninguna urgencia porque había tiempo, tal como se hacen las cosas en España, ha ido poniendo parches sin haber consensuado una solución 26 años después. 

El autor de esta columna interesada llegó al mundo en el año de gracia de 1969, dos meses antes de que el hombre pisara la Luna, igual que otros 664.113 españoles.

No hay una delimitación clara de la generación baby boom. La más extendida es la americana, que habla de un repunte de la natalidad después de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los años sesenta. Si hablamos de España, el boom de natalidad vino más tarde, entre 1958 y 1977, cuando cada año nacieron entre 650.000 y 700.000 niños y niñas. El récord fue en 1964, con 694.625 retoños. A partir de 1978, hubo un descenso de la natalidad muy pronunciado durante dos décadas, hasta 1996 –362.626 nacimientos– seguido de un repunte cuando el grueso de los boomers españoles estuvimos en disposición de procrear en un momento de gran crecimiento económico.

El pico llegó a 519.779 en 2008, año en el que estalló otra grave crisis –el económico no es el factor de más peso, pero es relevante–, y a partir de ahí, otro pronunciado descenso hasta los 341.315 nacimientos del año pasado, el peor dato desde 1900. Esa quinta de 2020 entrará en el mercado de trabajo hacia 2043, año en que se jubilarán los nacidos en 1974, que son justo el doble. Por motivos biológicos y matemáticos, no es esperable un repunte de nacimientos hasta que empiece a procrear la generación del pequeño boom de principios de siglo.

El problema del futuro de las pensiones es de sobra conocido y discutido. El drama es que se ha adelantado, ya que el sistema de pensiones hace años que es deficitario pero los primeros boomers aún no han llegado a los 65 años. El motivo es que los ingresos de la Seguridad Social están por debajo de lo esperado porque los salarios no han crecido lo que tenían que crecer y la tasa de paro es alta.

Aunque no es el motivo principal de esta columna, como afectado por los tijeretazos y los sustos de Escrivá y otros dirigentes que tienen una cuantiosa pensión pública asegurada, como el gobernador del Banco de España, debo expresar mi discrepancia por el castigo que se nos quiere infligir. Parafraseando a Segismundo, ¿qué delito cometimos contra vosotros naciendo? Porque ese es nuestro pecado, haber nacido en aluvión. 

Se quejan los jóvenes de que no tienen trabajo –pero sí expectativas porque en los próximos diez años van a alcanzar su edad de jubilación cerca de siete millones de personas y el relevo generacional es mucho menor– y se quejan los jubilados por sus pensiones, especialmente los de Bilbao. Y los boomers no porque desde pequeñitos nos enseñaron a no quejarnos, a conformarnos con lo que tuviéramos porque éramos muchos hermanos. Y así nos ha ido, que ni corrimos delante de los grises porque no teníamos edad, ni le montamos un pollo a Felipe cuando se lo mereció –la tasa de paro llegó al 24,5% y el paro juvenil era el doble que ahora cuando este que escribe entró en el mercado laboral–, ni iniciamos ninguna revolución, como sí hicieron las siguientes generaciones. Cada generación es mejor que la anterior, y así debe ser por el bien de la civilización, pero no en todo es mejor.

Decía al principio que lo de las pensiones no es el mayor problema al que nos enfrentamos los boomers. O mejor dicho, al que se enfrentará la sociedad cuando esos 13 millones de personas nos encaminemos a la recta final de nuestras vidas –serán más largas porque el aumento de la esperanza de vida solo se ha dado un respiro con el coronavirus– y alguien tenga que ocuparse de nosotros.

Los boomers de hoy, entre los 45 y los 65 años de edad aproximadamente, estamos en esa etapa de la vida en la que te conviertes en un habitual del tanatorio, despidiendo a padres y madres, incluidos los propios. Padres que se marchan acompañados de sus muchos hijos y los muchos amigos de su prole.

Hoy la mayoría de los ancianos recibe asistencia o acompañamiento de sus hijos cuando ya no se pueden valer. Quienes no tienen hijos o los tienen lejos, cuentan con la asistencia de un sistema público de dependencia que está muy por detrás de las necesidades reales, sobre todo el de dependencia, pero que cumple una función importante. Hoy las familias mantienen a la mayoría de los ancianos dependientes con la ayuda del Estado, que asiste a quien no tiene a nadie.

Pero las familias ya no van a ser lo que eran. No lo serán en número y tampoco en cohesión. La familia tradicional española en la que nos criamos la generación de la EGB fue posiblemente la más equilibrada desde el punto de vista social, sin tanta severidad como sufrieron nuestros padres –hasta trataban de usted a los suyos– pero con disciplina; con unas exigencias morales heredadas del catolicismo –honrarás a tu padre o a tu madre–, grabadas en el subconsciente, se sea creyente o no; con un respeto hacia los mayores que se difumina con cada nueva generación. Por buscar una explicación, es posible que la severidad en la que uno se ha criado no la quiera para sus hijos, y así han ido relajándose las exigencias de generación en generación desde aquellas en que el niño casi no tenía derechos. No ha ocurrido solo en España.

Foto: ROBER SOLSONA/EP

A ese desapego familiar se suma cierto reproche de las nuevas generaciones hacia las anteriores por la difícil situación económica que atraviesa la sociedad, como si fueran los culpables de un bache del que todos somos víctimas. Cuanto más viejo es uno, más crisis ha superado; algunos todavía vivos hasta pasaron una guerra. 

La falta de descendientes para atender a todos los ancianos, unida a cierta desestructuración de la familia, tendrá consecuencias. Hay cifras alarmantes de la cantidad creciente de ancianos que mueren solos, que se acerca ya al 20% en España según algunos estudios. Iremos a más. Japón inventó en los años ochenta del pasado siglo el término kodokushi (muerte solitaria) para un fenómeno que allí es como una epidemia. No queremos acabar como ellos.

Lo que no hagan las familias tendrá que hacerlo el Estado a través de las Comunidades Autónomas, que son las competentes. El gasto sanitario se disparará y las necesidades de inversión y gasto en dependencia van a multiplicarse. Todo ello en un país endeudado hasta las cejas, deficitario y preocupado por las pensiones del futuro pero no tanto por los dependientes del futuro. Esto no pinta nada bien. Siento ser tan pesimista.

¡Feliz Navidad!

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