VALÈNCIA. ¡Señor, señor, cuánta impaciencia! A ver, la serie se llama Misa de medianoche y ¿qué hacen en una misa? Pues darle a la sin hueso, rezar y difundir la palabra de Dios y todas esas cosas. Que esto va de religión y de trascendencia y del sentido de la vida y de culpa y de redención. De qué os quejáis. Que si no paran de hablar, que si a santo de qué tanto monólogo. Pero, ¿qué os pasa? ¿Por qué no decís lo mismo ante esas pelis y series con larguíííííísimas persecuciones de coches, peleas interminaaaables, tiroteos al raaa-leeen-tíííí o videoclips ñoños de la pareja conociéndose mientras se prueba sombreritos en el mercadillo cuqui? Yo me suelo aburrir sobremanera con esas secuencias que son pura hipertrofia y no hacen más que dilatar la acción y rellenar tiempo en pelis que no dan para noventa minutos, pero que, con todo eso, duran sus buenas dos horas y media de ruido y furia o de apología del amor romántico made-in-Hollywood, esa lacra.
Pues anda que no es un placer cuando, como en esta Misa de medianoche creada por Mike Flanagan, los diálogos están bien escritos, bien rodados, bien interpretados y corren a cargo de personajes interesantes y bien construidos. Qué maravilla cuando, como es el caso, nos basta simplemente con pasar un rato con los personajes. Es como cuando Juego de tronos recibía críticas de los impacientes: más acción, más muertes, más torturas, más dragones. Como si lo que nos enganchó a la serie no fueran los personajes y sus apasionantes diálogos. Que dragones, mal que bien, se ven hasta en los anuncios publicitarios, pero los buenos diálogos escasean.
Tal vez el problema es que Misa de medianoche se ha vendido como una serie de terror. Y un poco de miedo, sobre todo al principio, sí da, pero no es eso. Este es el drama de unas personas atrapadas físicamente en una isla y vitalmente en un marasmo de precariedad, decadencia y cero perspectivas de futuro. A ese lugar dejado de la mano de Dios, aunque ellos crean lo contrario, llega un nuevo sacerdote que parece animar la cosa, solo que lo hace de un modo más bien inesperado y poco corriente. Y ese escenario y lo que allí sucede permite desplegar una aguda y valiosa exposición en torno a las causas del triunfo del fanatismo religioso y el populismo.
Me doy cuenta de que he llegado al cuarto párrafo y aún no he dicho algo importante, y es Misa de medianoche está muy bien y nadie debería perdérsela por culpa de quienes la critican de aburrida porque hay demasiados diálogos y poca acción (como si hablar no fuera una acción, allá ellos) o por quienes creen que es una serie de género al uso. La serie muestra mucha personalidad, se desmarca claramente del común de la producción y, aunque tiene sus flaquezas, sus hallazgos pasan totalmente por encima de ellas.
En estos tiempos de urgencia e inmediatez, de lo quiero todo ya, de recompensa ipso facto, de actuar y no pensar, de plataformas que te aplastan con su oferta y con la posibilidad de ver las series a 1.5 de velocidad, son muy de agradecer las ficciones que no se someten a la moda y que despliegan su propia cadencia. Esto hace Misa de medianoche. Sus largas conversaciones, sus monólogos en primer plano, sus planos secuencia a ritmo del paseo nocturno (qué otra cosa vas a hacer en esa isla, por otra parte, sino charlar y pasear) sirven para construir buenos personajes, de los que nos importan y a los que acompañamos. Porque, si no se construye eso bien, cuando pasan cosas sean buenas o malas, al espectador le va a importar un bledo. Vuelvo aquí al caso de Juego de tronos, tan ilustrativo: nos importa de verdad lo que sucede, sea una batalla, el ataque de un dragón o una puñalada por la espalda, porque hemos entrado en los personajes y ellos en nosotros. También nos podría servir para el caso la muy fascinante Succession (cuya tercera temporada acaba de estrenarse, ¡aleluya!), donde, básicamente, vemos a gente (odiosa) hablar.
Quizá conviene aclarar que la validez de los diálogos o los monólogos no está en el hecho de que dan información, como por algún sitio he leído en defensa de la serie. Las conversaciones en un relato no son válidas en función de si ofrecen o no datos acerca de la historia, sino porque construyen el mundo donde sucede la historia y los personajes que lo habitan. Ese es un modo muy estrecho de entender las ficciones aunque esté muy extendido. Se conciben los relatos como una sucesión de causas y efectos, de forma que A lleva a B, B lleva a C y así sucesivamente, y todos los elementos que lo componen entran dentro de esta lógica implacable y taylorista. Hoy en día es la fórmula del culebrón, del telefilm de tarde y del cine más rutinario, donde cada palabra que se dice tiene que ver con algún acontecimiento de la trama.
No es más que otra expresión del resultadismo que nos invade, un utilitarismo que tiende a despreciar aquello que no entra en la cadena de la lógica productiva causa-efecto. Los diálogos largos o los soliloquios no han de verse en términos estrictamente utilitarios, ni cumplen una función de relleno o transición entre secuencias donde suceden cosas “más relevantes”. Y en el caso de Misa de medianoche son la esencia misma del relato.
Esta preminencia de la palabra no significa que otros aspectos no estén cuidados, todo lo contrario. Destaca especialmente la atmósfera, el tratamiento del paisaje de la isla y de determinados interiores de gran importancia, como la iglesia, pero también el juego de los puntos de vista, incluido el de Dios, o el uso de algunas convenciones del género de terror. Tanto la fotografía, como el montaje y, por supuesto, la interpretación, funcionan perfectamente para ofrecer una obra ciertamente singular, cuyo misterio absorbe nuestra atención y nuestra mirada. Así pues, que los habitantes de la isla hablen todo lo que quieran en su peculiar camino en busca del sentido de la existencia: nos encanta escucharles y acompañarles.