Quizá lo entendimos mal. Quizá fue una mala traducción. Quizá fue la primera errata en el primer libro impreso, la Biblia de Gutenberg. A lo mejor, el mandamiento católico era “amaos los unos a los otros y a lo del prójimo como a ti mismo”. A saber. El caso es que la Iglesia española ha reconocido que inmatriculó al menos un millar de inmuebles que no eran suyos. Un despiste. Una beneficiosa interpretación de la ley. El espíritu okupa que alberga todo corazón del clero, dispuesto a repartir entre los menesterosos, viviendas y locales que cubran sus necesidades. Hasta en la banda de Robin Hood se escondía un fraile entre la arboleda del bosque de Sherwood. Ya está tardando en poner la empresa de seguridad esa que todos ustedes conocen un detector de alzacuellos y sotanas en sus dispositivos de alerta.
Luego se sorprenden del descenso en picado del número de feligreses. Pasé por casualidad el otro día por una iglesia perdida en un barrio remoto que se vacía en invierno. Eran las 12, la hora clásica de las misas de siempre, y el sacerdote esperaba en la puerta a que entrara alguien. Con un frío húmedo de mil demonios, con perdón, y el sirimiri mediterráneo regando huertos y jardines que no son precisamente del paraíso. A no ser que el Edén fuera recalificado como urbanizable, que todo es posible. Lo del prójimo, ya saben. La estampa era desoladora, desde luego. El cura asomaba la cabeza por la puerta del templo como el perro semihundido del cuadro de Goya. Aguada sobre lienzo. Ángeles de desolación, como el título de un libro de Jack Kerouac.
Esta misma semana, la del reconocimiento público de las inmatriculaciones indebidas en España, o de parte de ellas, si uno se pone suspicaz, desde la Iglesia alemana salía del armario todo tipo de personal para denunciar el trato que recibe la homosexualidad por parte de los herederos de san Pedro. También desde allí, se sospecha del presunto encubrimiento de casos de pederastia por parte de Benedicto XVI cuando estaba al frente del arzobispado de Múnich. El catolicismo ha perdido el tren de la contemporaneidad porque en sus estatutos consta que no puede permitirse ni un paso fuera de su doctrina. Cualquier movimiento a favor de las necesidades de la nueva sociedad solo puede tener como destino el desmantelamiento total de la estructura clerical. La vuelta a la Judea de Jesús. Y eso, en una institución capaz de exigir que la Mezquita de Córdoba sea considerada como una catedral, es imposible.
Por supuesto que la codicia no es el pecado capital de todos los curas. En otra parroquia remota, de otro barrio remoto, conozco de primera mano las tribulaciones de un equipo eclesial que se esfuerza en hacer todo lo posible por sus convecinos. Pero no debería ser noticia que alguien ejecute su labor correctamente. Ni siquiera dentro de una red de profesionales que en su día gozaron del poder político de poner y quitar gobiernos. De un colectivo que cree que su fe puede modificar las leyes. De un grupo que confía en la redención del pecado para que nadie tome en cuenta la inmatriculación irregular de un millar de inmuebles solo en España. Un millar, dicen.
@Faroimpostor