Escucho en una emisora mientras conduzco que el 9 d’Octubre sirve para difundir los valores de los valencianos. Siento no poder decir de quién son las declaraciones, porque últimamente hilo todos mis pensamientos con la canción Make you feel my love de Bob Dylan. Es decir, que casi cualquier cosa que entra por mis oídos tiene acompañamiento de piano. Aquí es donde debo contarles que jamás uso grabadora en mi trabajo. Es relevante, aunque no lo parezca. Mi teoría es que cuando tomo notas a mano de una entrevista, por ejemplo, me quedo con lo que me parece más relevante. Así que, a pesar del estribillo de la canción del Nobel de Literatura, me quedo con el ronroneo de los valores valencianos. Y me enfrasco, me enmadejo alrededor de esa idea. En un momento dado, activo el intermitente de la derecha y me pregunto cuáles son los valores que me unen, como alicantino desarraigado, a un valenciano o a un castellonense. O, más cerca todavía, a un alacantí amb arrels, que diría De Manuel. Y por valores coincidentes no me viene nada, lo siento. Sigo defendiendo mi argumento de que los valencianos, de Vinaròs a Pilar de la Horadada, lo único que compartimos es el Mediterráneo. Cosa que, probablemente, podrían poner en duda los habitantes de Morella, Requena o Aspe. Así que puede que yo también me equivoque y nuestra única identidad resida en la cantidad de cítricos que dejamos caer al suelo, de norte a sur. O la compra en Mercadona, vaya a saber.
De esta manera, lo que nos queda, nuestro verdadero rasgo identitario, es la diversidad. Lo dice hasta Carlos Mazón en su discurso noudoctubrista. Lo cual es curioso, porque se ha aliado con los enemigos de la diferencia, pero a lo mejor es que no se ha dado cuenta. Y me da la impresión de que el matiz con el que barniza esta idea es muy distinto al que uso yo. Lo que quiere decir el Molt Honorable es, imagino, que en la Comunidad Valenciana también caben los castellanohablantes, las rentas altas y los defensores de la tauromaquia. Una diversidad rojigualda que, fuera de nuestras fronteras autonómicas, solo esgrime para pedir mejor financiación. Lo cual está muy bien, qué duda cabe. Pero si luego cuenta en su equipo con personas que acusan al valenciano de imposición lingüística, que erradican de las bibliotecas los idearios LGTBI, que quieren cerrar las fronteras –autonómicas o no- a los inmigrantes, y que sueñan con recentralizar el Estado suprimiendo, precisamente, las autonomías, quizá lo de la diversidad es que no lo tienen bien estudiado.
Somos muy heterogéneos, los valencianos (regionales). Quizá porque somos tierra de aluvión en temporada alta y de estancia larga en temporada baja. Quizá porque debemos adaptarnos tanto a más de un centenar de nacionalidades, a la presencia de un número considerable de matices de color y a la incruenta, casi siempre, batalla entre la paella y los arroces. Quizá porque fabricamos baldosas, automóviles y zapatos. Quizá porque los valencianos (municipales) viven todavía con el afán y la fe ciega de ser una ciudad líder en el litoral mediterráneo. Quizá porque no hay manera ni de encontrar un punto en común, gobierne quien gobierne, entre dos ciudades tan próximas como Alicante y Elche.
Quizá porque seguimos con Nino Bravo y Camilo Sesto a tota virolla (otra vez De Manuel) mientras olvidamos a Francisco. Y no me olvido de la Piquer. Quizá, por fin, porque en plena reivindicación de la periferia electoral, hay quien continúa encarcelando a Galileo por sostener que Madrid no es el centro del universo. Eppur si muove. Llego a destino. Pongo el freno de mano. Cierro las ventanillas, apago la radio y quito las llaves del contacto. Y antes de salir del coche, me pregunto si para el 9-O de 2024 habré encontrado ya cuáles son nuestros valores. O si deberíamos creer definitivamente en que es la diversidad lo que más nos une.
@Faroimpostor