Ver una película en que ganan los buenos es una inteligente manera de pasar la tarde. No por conocidas, las aventuras de D’Artagnan y los tres mosqueteros dejan de encandilar. Dumas nunca nos falla.
Un sábado de abril me metí en el cine para sacudirme la preocupación por ese poliamor que se extiende como la pólvora por València y otras ciudades dejadas de la mano de Dios. Ciertamente estoy muy preocupado. Como a los obispos, a mí también me duele el poliamor. ¡Qué pillines los partidarios de las relaciones abiertas! Dicen que el 40% de la población las aprueba. No sabría decir si siento envidia o pena por ellos. La monogamia cotiza a la baja en los mercados del corazón.
Algo de poliamor hay en la película francesa Los tres mosqueteros: D’Artagnan, basada en la novela de Alejandro Dumas. El amor entre la reina Ana de Austria y el duque de Buckingham. El pobre de Luis XIII, interpretado por Louis Garrel, sospecha de la infidelidad de su mujer, pero no quiere creérselo. Con sus dudas y tibiezas nos recuerda a nuestro Enrique IV de Castilla, al que dio vida el excelente actor Pablo Derqui en la serie Isabel. Luis XIII es un rey posmoderno, relativista, que no quiere más guerras de religión entre católicos y protestantes. Un suave. El nuevo hombre que viene. Viste y se peina a lo John Galliano. Me encantó.
No conozco mejor manera para evadirse de los problemas, sean el poliamor o la nociva campaña electoral, que ver una historia clásica en unos cines como los Babel. En una sala pequeña y coqueta, acompañado por un puñado de espectadores, volví a disfrutar del relato de Dumas.
“Los franceses cuidan a sus clásicos. ¡Ya quisiera que los españoles fuésemos la décima parte de chovinistas que ellos!"
Los franceses saben cómo cuidar a sus clásicos. ¡Ya quisiera yo que los españoles fuésemos la décima parte de chovinistas que ellos! Ellos aman a Dumas, a Victor Hugo, a Racine, a Molière, a Montaigne, a Proust. Son maestros en vender su cultura al mundo. En cambio, nosotros, que tenemos a Cervantes y una lengua hablada por 600 millones de personas, nos avergonzamos de nuestra historia e ignoramos la fuerza de nuestros clásicos. ¿Quevedo? Me suena. ¿No es el cantante canario?
La película dirigida por Martin Bourboulon es amena, ágil, vibrante. El reparto es de lujo; un pretexto para reunir a las estrellas del cine francés: Vincent Cassel (Athos), François Civil (D’Artagnan), Romain Duris (Aramis) y Lyna Khoudri (Constance Bonacieux). Un presupuesto millonario sustenta este film: así lo prueban los miles de extras contratados, los 650 caballos utilizados, el lujoso vestuario y localizaciones históricas como Versalles y el Louvre.
Los guionistas hacen una adaptación libre de la novela de Dumas con guiños al tiempo presente, como la bisexualidad de Porthos (Pio Marmaï). Sólo cabe ponerle una pega al responsable de los subtítulos en español: confundir a Poncio Pilato con el método Pilates. No son exactamente lo mismo.
Las dos horas de la película me hacen revivir las aventuras de D’Artagnan, un joven gascón que viaja a París con el propósito de ser mosquetero del rey. Pero en el camino se ve envuelto en un extraño incidente, el intento de secuestro de una dama. Tras una pelea lo dan por muerto. Ya en París comenzará con mal pie con los que serán sus tres compañeros inseparables. Queda a batirse con cada uno de ellos, a distintas horas, a las afueras de París, con tal mala suerte de que llegan los guardias del cardenal Richelieu, y los duelos están prohibidos…
Se echan en falta historias así, concebidas para el simple entretenimiento de espectadores de toda edad y condición. Leí tarde Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo. Las dos novelas me hicieron feliz, especialmente la segunda. Es lo máximo que se puede decir de un libro cuando lo lees.
En la Francia de 1625 hay intrigas de palacio, conspiraciones de nobles para matar al rey, duelos prohibidos, odio entre católicos y protestantes (en el reciente recuerdo estaba la matanza de san Bartolomé), asesinatos, amores furtivos, secuestros, inocentes que son declarados culpables por jueces bellacos, y malvados muy seductores como el cardenal Richelieu (Ëric Ruff) y Milady de Winter (Eva Green).
La traición y la maldad conviven con valores desaparecidos hoy: el coraje, el honor, el heroísmo, la lealtad, el respeto a la palabra dada y la camaradería; todo lo que practican D’Artagnan, Porthos, Aramis y Athos. Aunque no renuncien al juego sucio, dada la entidad de sus enemigos, los mosqueteros son los buenos de la historia. Defienden al rey de la perfidia de Richeliu y su red de espías. Dumas describe el eterno combate entre el Bien y el Mal, en el que ya nadie cree, salvo quien suscribe estas líneas y un puñado de reaccionarios como Juan Manuel de Prada.
Para regocijo del espectador, los buenos acaban ganando a los malos. Esto sucede en las novelas de Dumas pero rara vez en la vida, en que lo normal es que los canallas se salgan con la suya. Fijaos en quienes gobiernan España.
Después de ver Los tres mosqueteros: D’Artagnan, que tendrá segunda parte, uno sale del cine con una media sonrisa, convencido de que aún encontraremos a buenas personas en el camino.