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vals para hormigas / OPINIÓN

Una vida entre líneas

2/12/2020 - 

Les hablé la semana pasada de los males del periodismo de proximidad, que es el que cuenta de primera mano lo que pasa cerca de sus lectores. El que, con las nuevas tecnologías, acerca las andanzas de don Quijote a cualquier persona que esté a diez mil kilómetros de La Mancha. Como esta casa en la que ahora me están leyendo. El motivo era la amenaza de despidos que se cierne sobre varios medios de comunicación del entorno, presas de empresarios remotos y con controles igual de remotos que no saben leer titulares ni párrafos, sino gráficas de barras. Esta semana hay más. Y el disparo de nieve que detona con cada mala noticia me produce algo más que un rasguño, porque suponen la desaparición de una redacción en la que pasé nueve años. Permítanme que me asome otra vez a mi profesión, pero esta vez desde dentro.

Probablemente, los periodistas tengamos cierta tendencia sadomasoquista. Vivimos con horarios eternos, sometidos a la presión de la actualidad, de la urgencia, de las mentiras, de la página en blanco, de la desidia, del cinismo, del cliché romántico de una profesión difícil de entender desde fuera, del poder ajeno y del desdén. Y todo, para crear un producto que caduca en horas. Somos Sísifo. Subimos la montaña, dejamos la piedra sobre la cima y al momento siguiente ya está la audiencia demandando nuevos datos, nuevos enfoques, nuevas vísceras para el sacrificio. Como los hamsters, nos subimos a una rueda que no para de girar. Y sin embargo, nos cuesta descabalgar. Cada uno tiene sus razones, pero la esencia está, me parece, en la gente. No somos nada gremiales, los periodistas somos cazadores solitarios. Pero sí nos sentimos integrantes de un ecosistema complejo en el que, en circunstancias normales, nos vemos cada día. Con los compañeros de trabajo y con los de la competencia.

Me desteté en una redacción, traspasé la adolescencia laboral en otras dos. Maduré en la delegación de El Mundo en Alicante, que es la que está en proceso de desmantelamiento feroz. Todas han desaparecido. En todas hice amigos con los que sigo en contacto gracias, en parte, a esta profesión tan endogámica. Gracias, en otra parte, a las dimensiones de una ciudad sin más horizontes que el del Mediterráneo. Gracias, finalmente, a unas cuantas amistades de verdad. Ahora presto mis servicios en otros tres empleos, incluido Alicante Plaza. Y la nómina de amigos y conocidos no deja de crecer. Y la capacidad de aprendizaje. Y la monotonía. Y los éxitos efímeros. Y la ansiedad, el éxtasis, la experiencia, los disgustos, la implacable marcha de los relojes y las breves satisfacciones que me dejan dormir.

Pero déjenme que vuelva a la que fue mi casa durante tanto tiempo. En aquella redacción germinó buena parte de lo que soy ahora. Reí, lloré, aprendí, sufrí, decepcioné, me deslumbraron, me enamoré por teléfono, discutí, gané a veces y ayudé otras, asistí a un milagro, me fui y volví, vislumbré unos hombros blancos, tiré de emoción y rabia y cariño y sarcasmo y odio, perdí la Liga del tamudazo, celebré mis cumpleaños con horchata granizada, canté, pasé una Noche de Reyes, tronó un tiroteo, grité, hablé con la Jimena de Sabina y me ningunearon y respiré aliviado y leí un titular que me rompió por dentro sin compasión. El periodismo es una segunda vida que se lee entre líneas. Nos mejora y nos envilece. Nos hace más personas. Por eso es tan doloroso que nos confundan con números. Por eso es tan difícil decir adiós.

@Faroimpostor

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