VALÈNCIA. En la prehistoria de una genealogía de los diarios, existía un señor llamado Samuel Pepys. Se trataba de un londinense dedicado a la navegación y la política que ha pasado a la posteridad por un diario en seis volúmenes que escribió durante 1660 y 1669. El diario fue descifrado de su taquigrafía original 118 años después de la muerte de su autor. Hoy, probablemente, es el más famoso de la lengua inglesa.
Este diario titánico y minucioso al mismo tiempo sirvió para, entre otras cosas, leer algunas de las claves de la llamada 'Restauración inglesa'. En ese diario se comentaban eventos sociales, cuestiones literarias, se criticaba a los políticos de la época y, sobre todo, se desvelaba sin pudor toda suerte de intimidades: infidelidades, celos, dudas, su tormentosa relación con su esposa Elisabeth... Sin embargo, el registro de sus entradas diarias fueron esenciales para conocer los sucesos de su tiempo: desde la gran peste bubónica de 1665 que mató a cien mil londinenses -el 28% de la población-, hasta la guerra contra Holanda, pasando por el gran incendio de Londres de 1666.
“Desde la superficie del Támesis, de cara al viento, se sentía uno casi quemado por las chispas”.
Esto es lo que escribía Pepys el 2 de septiembre de 1666. El funcionario naval se subió a una de las barcas en el Támesis para observar muy de cerca el infierno londinense. Aquel día Samuel fue despertado por su criada Jane a las tres de la madrugada. Haciendo gala de su flema británica, Pepys se levantó y se asomó a la ventana. Cuenta Ernesto Baltar en Ciudades en fragmento que, tras ver las llamas, se volvió a la cama. Lo que sí es cierto -según sus cuadernos por supuesto- es que unos días después, ante el temor del apocalipisis, Pepys decidió enterrar en el jardín de su casa dos de sus bienes más preciados: queso parmesano y vino. Cinco días después de la declaración del incendio en el que, sorprendentemente, sólo murieron siete personas mientras se calcinaron el 80% de los hogares londinenses, Samuel Pepys escribió:
7 de septiembre de 1666.- Gente de todo el mundo grita por la ingenuidad (la estupidez) de mi Lord Mayor en general; y más particularmente en este asunto del incendio, echándole toda la culpa a él".
Pepys fue llamado entonces por por el Rey Carlos II y por Jacobo, Duque de York, para que les contara lo que acababa de divisar. Llegaron a la conclusión de que ninguna casa podría salvarse pero que, sin embargo, los guardias reales intentarían combatir tal incendio funesto. ¿Cómo fue posible que un hombre de origen más bien humilde se convirtiera en consejero de reyes, testigo directo de hechos extraordinarios y escriba de los mismos? Una combinación de dos elementos lo hizo posible: inteligencia y don de gentes. Los diarios de Pepys son, esencialmente, omnívoros. En ellos se aprecia cómo era el arte, la literatura y el teatro de la época (bien conocido es su radical desprecio por William Shakespeare), de medicina, de fiestas, de política (criticó severamente la ostentosa coronación de Carlos II), de personajes conocidos de la época (siempre mostró un especial interés por Lady Castlmine, amante pública del rey), religión, ciencia (al final de su vida coleccionó microscopios –de la que decía que era “la obra más ingeniosa que he conocido en su vida”- y telescopios y dirigió la Royal Society), la música (“La música es una ciencia particularmente productiva y placentera, en cualquier estado de la vida, público o privado, secular o sagrado, da igual la edad o la estación, el talante o la condición de salud”), gastronomía inglesa, etc.
Es la hibridación de estos asuntos con su particular vida privada, repleta de escarceos y conductas poco admirables hacia su esposa, lo que convierte la obra en algo absolutamente moderna. Esta mezcla de mezcla de confesiones y de retrato naturalista de un tiempo es lo que ha dotado a este dietario de su fama mundial. Y resulta extraño pues, a pesar de su inteligencia, que Samuel Pepys se pintara a sí mismo como un tipo especialmente detestable, criticón y gruñón. ¿Cuál es la razón por la que alguien decide escribir los secretos de su vida y la de los demás corriendo el riesgo de ser descubierto? La mayoría de estudiosos creen que por puro desahogo. ¿Por qué mostrarse a sí mismo como alguien egocéntrico, tacaño y maltratador? La relación con su mujer es especialmente escabrosa. Se casó con Elizabeth cuando ésta contaba sólo con 14 años. No son pocas las veces que en sus diarios afirma que tuvo que abofetear a su esposa por caprichosa o a una criada por despistada. Tampoco se esconde de sus numerosos flirteos y adulterios, pero también de sus arrepentimientos y de su profunda tristeza cuando, con apenas 29 años, Elisabeth muere de una enfermedad inesperada.
Pepys se quiso proteger y escribió con ingenio y brillantez un diario encriptado. Su texto estaba escrito con una tipografía secreta que inventó en 1620 el traductor Thomas Shelton, un oscuro profesor londinense. Además, Pepys incluía a menudo fragmentos y palabras en otros idiomas como el español ,el francés o el portugués. Eran precisamente los pasajes más íntimos, los secretos de una sociedad de la que fue máximo cronista. Pepys dejó de escribir su diario en 1669, aquejado por unos problemas de vista. Sin embargo, vivió los siguientes treinta años sin ningún tipo de enfermedad visual. Su libro permaneció inédito hasta que el reverendo John Smith en el año 1825 decidió comenzar el desciframiento. Tardó tres años y el resultado fueron 6 tomos de 3000 páginas y casi un millón de palabras.
Samuel Pepys legó sus diarios -unos que en castellano ha publicado la sevillana editorial Renacimiento- al Magdelene College en la Universidad de Cambridge, del que fue brillante alumno. Una de las más novedosas iniciativas con respecto a Pepys es la que llevan a cabo en una página web, en la que publican sus diarios como si se tratara de un blog moderno, de forma sincrónica a los días actuales pero con 350 años de diferencia.
"Así termina sin duda todo lo que podré escribir yo mismo en mi diario, con mis propios ojos, pues en lo sucesivo seré incapaz de hacerlo: cada vez que tomo la pluma, pienso que perderé la vista. Ocurra lo que ocurriere, debo abstenerme. De hoy en adelante, lo continuarán los míos en lenguaje claro, y yo deberé resignarme a no anotar nada que no pueda ser conocido por ellos y por todo el mundo. Y si sucede algo, ahora que mis amores con Deb han concluido y que mis ojos me impiden gozar de placer alguno, trataré de dejar un margen en mi libro para añadir de trecho en trecho una noticia en lenguaje cifrado, de mi propia mano. Detengo, pues, este curso; es un poco como si descendiera a la tumba. Para ello y para todos los males que acompañarán mi ceguera, quiera Dios prepararme".