ALICANTE. Justo al lograr el que sería su mayor éxito literario, J.D. Sutton se retiró de la escritura. En 1972 ganó el premio de teatro Arniches, uno de los pocos que existía entonces en España, y con 33 años lo dejó para trabajar de abogado, esta vez sin el seudónimo con que se había hecho popular y ya bajo su nombre de José Antonio Peral. Su hijo, Toño, prepara junto al Instituto Juan Gil-Albert y el dramaturgo Francesc Sanguino un volumen que recupere su obra y unas jornadas.
Toño recuerda cómo a los tres pequeños les inculcaron el "amor por el teatro casi desde nuestro nacimiento: íbamos a cursos de arte dramático y representaciones". Las chapas fue la primera de las obras que él mismo valoró, señala el hijo. Escrita en 1961, tuvo que esperar a 1969 para que la estrenara el Teatro universitario de Alicante y a 1974 para que la editara el Instituto de Estudios Alicantinos. Y en ella contó con la colaboración del artista Gastón Castelló para la realización de sus decorados.
Tras Las chapas escribió cinco obras más. Con cada una abriéndose paso y creando un universo propio. Entre ellas destacan Extraños habitantes en la calle (1968) y Todas las velas no son muchas velas para Maryorik (1970). Esta última tuvo que traducirla al italiano para conseguir que se estrenara por los problemas que tuvo con la censura. En 1972, Mañana cerró la primera etapa de su trayectoria literaria, explica su hijo, con ella consiguió el premio Arniches. Y de ahí, el retiro.
La razón de ese pronto retiro, como se la contaba a sus hijos, era cruelmente realista "el teatro no daba para comer". "Necesitó dedicarse a su carrera, la abogacía, y a la promoción inmobiliaria", explica. En su paso a estos otros trabajos, Toño señala que se centró en la "parte romántica del ejercicio del derecho, con la asistencia del detenido y el turno de oficio".
Todo un cambio para alguien que había demostrado "estar loco por inventar algo nuevo, una expresión distinta", cuenta su hijo. Una concepción del teatro muy personal que expresó en los prólogos de sus textos: "Es mi intención al iniciar este tipo de teatro suprimir toda indicación puramente mecánica, utilizando una más comprometida narrativa que, al tiempo, que facilita la lectura, responde al teatro de nuestro tiempo", escribió en el de Mañana.
Con Mañana llegó a aparecer en el mítico programa Estudio Abierto, presentado por José María Íñigo. "Recuerdo estar todos juntos alrededor de la tele en blanco y negro viéndole entrevistado por Íñigo y su súper bigote de la época; eso era el programa estrella de la noche". Y si en su familia estaban lógicamente atentos a lo que hacía el padre, Toño tiene el recuerdo del impacto social, "aquello convulsionó la sociedad alicantina, los periódicos y la radio lo entrevistaban…".
Había logrado lo que buscaba. "En el inicio de su ejercicio profesional, le puede el deseo de ser reconocido como un gran escritor teatral y se vuelca hasta que consigue el premio Arniches", considera. El problema surge cuando al conseguirlo se da cuenta "de que no puede invertir el cien por cien de su ciencia porque va viviendo de las rentas y se las está comiendo, tiene que pegar el salto a la vida profesional".
Su padre, al que califica de ideología progresista, "no renuncia a escribir nada, lo que le frena y, eso lo contaba, es que el teatro no da para comer". Una dura realidad que se mantiene actualmente, y que le hubiera obligado a "estar metido en un ciclo de producción muy comercial porque en el plano más innovador y relevante desde el punto de vista literario, no come ni Dios del teatro. Ni ahora ni antes". Así, pese a recibir elogios de la crítica como "será uno de los autores de referencia si sigue escribiendo", se cerraría en banda a eso. "No escribió una línea más hasta 45 años después".
Aquel niño que iba a las obras de teatro infantiles con las que le inculcaba el amor por la escena pasó a seguirle cuando su padre fue presidente de la Asociación Independiente de Teatro de Alicante. Con esta entidad, donde permaneció en el cargo durante casi dos décadas, se mantenía en contacto con las tendencias teatrales y con los jóvenes profesionales.
Cuando se jubiló, en 2010, retomó activamente el oficio de escribir. Primero, repasó todos sus textos e hizo las actualizaciones que consideró oportunas. Al año siguiente ya escribió un texto nuevo, Próxima estación, y tres años más tarde lanzaría otro, La letra pequeña. En la segunda fase de su obra, "se ve que los 45 años pasados no los ha perdido". "Él se ha seguido cultivando, leyendo y con muchas colaboraciones en medios de comunicación, con la misma juventud mental e ilusión", añade.
En esta segunda etapa, tras colgar la toga, la voluntad de ordenar su legado artístico es clara y los nueve textos revisados los registra en la Sociedad General de Autores. En esta fase, ambos dialogan mucho sobre su trabajo, unos textos que entusiasmaban a Toño. La escenografía de Próxima estación, de hecho, la diseñó su hijo y del que recuerda el reto que suponía el tener que meter un vagón en el escenario. Y aunque en La letra pequeña no llegó a plasmarlo, también hizo unos diseños de decorados. "Hicimos un tándem creativo chulo en esa última etapa, que es cuando más me vinculé con él", apostilla.
Una vinculación que, figuradamente, puede aún mantener al volver a leer sus trabajos: "Tienen su esencia, los lees y estás escuchándole hablar y pensar". Por eso le gusta releerlas, "porque siempre estoy un rato con él". Más evidente es eso en Próxima estación, donde el personaje del interventor del tren que se jubila tiene un breve monólogo de despedida ante sus compañeros, el viajante de comercio y el crítico literario. Los tres personajes "son todos él, partes con las que está expresando: la culta, la comercial y el duro trabajador". De este último, "sacrificado, que ha estado al pie del cañón toda la vida, y que de pronto se da cuenta de que termina su vida laboral", encuentra un fácil paralelismo. "Siempre he pensado que era su despedida de la vida", afirma.
En el texto, el interventor se despide con champán de los demás, dándoles las gracias por estar ahí y aguantar sus imperfecciones, "eso era muy él, totalmente mi padre". Toño no oculta su emoción, el orgullo filial es patente, y reconoce que "no lo podía terminar". "Me cuesta", prosigue, "porque lo lees y cualquiera que haya pasado por la vida haciendo un trabajo que espera deje poso y que los demás recuerden, le gustaría decir algo así".
Al repasar la trayectoria de su padre, Toño apunta que si el reconocimiento profesional "se lo encuentra con 32 años es porque llevaba 15 escribiendo". Prueba de ese fondo literario será lo que ahora se publicará gracias al Instituto Juan Gil-Albert, "que era mucho: desde teatro infantil hasta una breve novela". Eso sí, aunque variada, Toño tiene claro que lo que hay que resaltar ahora es su obra dramática, lo más reconocido. Es momento de reivindicar su obra, muy poco conocida, salvo por especialistas.
Los homenajes que a la obra de Peral incluirán a La letra pequeña, que tendrá una lectura dramatizada, que se desarrollará en el Principal. Esta se incluirá en las jornadas de análisis sobre su escritura en las cuales se organizará una mesa redonda donde participarán amigos y expertos.