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vals para hormigas / OPINIÓN

Pastillas contra la indiferencia

28/04/2021 - 

Frecuento en ocasiones a una amiga que, cada vez que me ve, me habla de su hijo el mayor. El pequeño está bien, ganándose la vida en Inglaterra, con esa mochila cargada de expectativas que acarrea todo el que se aventura lejos de casa. Pero el mayor lo lleva peor, porque no encuentra un trabajo que le satisfaga o que le garantice las mínimas condiciones laborales que se deben exigir cuando uno se hace cargo de una responsabilidad. La pandemia tampoco ha ayudado, porque el muchacho no tiene una gran facilidad para las relaciones personales y tiende a encerrarse en casa a otear el horizonte desde un ordenador. Lo cual, reconozcámoslo, resta bastante perspectiva. Además está intentando dejar de fumar y se muestra preocupado por la situación de su padre, el marido de mi amiga, ya que la enormísima empresa para la que trabaja pretende recortar masa salarial. Tiene también unos kilos de más que intenta rebajar sin conseguirlo. Y, por si fuera poco, las pastillas que toma para embridar su diagnóstico de trastorno bipolar no siempre funcionan.

Tengo otro amigo con el que no hablo tanto, pero al que acudo de vez en cuando porque históricamente me ha ayudado mucho en mi trabajo. Me habló de refilón alguna vez de su hijo, más con sobreentendidos que directamente, aunque la situación cambió cuando lo conocí, a su hijo, y me estremecí con los textos que es capaz de plasmar casi por necesidad en cuadernos de letra apretada. Narra a borbotones y desde las tripas, algo que no es fácil de encontrar en un mundo en el que ya resulta más fácil publicar un libro que escribirlo. Desde entonces sí le pregunto por él y, no sin pudor, me cuenta las dificultades que supone ayudar en todo lo que necesite a un hijo que quiere ser poeta. De los de verdad, de los que no cifran su éxito en el número de seguidores que tienen en Instagram. De los que huyen de lo fácil. Mi amigo no ha dejado de dar alas al aliento poético de su hijo, pero, por si fuera poco, las pastillas que toma para embridar su diagnóstico de esquizofrenia no siempre funcionan.

Tengo más conocidos así, como todos los que han llegado hasta este párrafo. De hecho, yo mismo padecí una enfermedad neuronal bastante estigmatizante durante la adolescencia, aunque por fortuna, levedad de diagnóstico y constancia, quizá, mis pastillas sí funcionaron. También he confesado más de una vez que, aunque trato de observar mi entorno desde la tersa e impoluta alfombra del universo de los neurotípicos, en el fondo arrastro tantos miedos como cualquiera y no lo he pasado nada bien durante todo este periodo de pandemia que nos ha tocado vivir. Parece que ya vamos encarrilando la situación, pero la borrasca que vendrá después afectará sobre todo a nuestras azoteas. 

Y salvo esos tres o cuatro humanos de acero que se creen a salvo de las secuelas que todo esto dejará en nuestra salud mental, ejemplares en peligro de extinción, los demás estamos muy lejos de dejar de mirar con preocupación las cifras de suicidios, de salir indemnes de una nueva epidemia de ansiedad, depresión y estrés, de mofarnos de la amenaza de un enfermo pensando que es algo que nunca nos va a tocar de cerca. La atención a la salud mental debe apuntarse en los primeros puestos de la lista de quehaceres postpandémicos. O crecerá como los océanos y acabará por engullir nuestras ciudades. Y no siempre funcionan las pastillas contra la indiferencia.

@Faroimpostor

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