ALICANTE. El nuevo trabajo del director alicantino Adán Aliaga (Sant Vicent del Raspeig, 1969), Fishbone (Espines), se proyectará por primera vez el sábado 20 de octubre en el programa oficial de la renovada Mostra de València, como la única producción española a concurso en una edición de fuerte aliento mediterráneo.
Producción valenciana rodada entre Nueva York y Tabarca, cuenta una historia de desarraigo y recuperación de la memoria personal, familiar y cultural, en la figura de una joven y competitiva chef, Jan (Alejandra) que desde su Tabarca natal está consiguiendo el sueño de dirigir un restaurante propio desde el trampolín de la Gran Manzana, en Shangai. Protagonizada por un elenco de nombres vinculados a las comarcas alicantinas, encabezado por Saida Benzal, junto a Alejandro Tous, Morgan Blasco, Manuel de Blas e Isa Feliu, desgrana sensibilidad y lirismo combinados con medidas dosis del género fantástico y de terror, en el guión a cuatro manos con Laura Calvia, consiguiendo una atmósfera que tal vez en algún momento se convierta en uno de los atractivos turísticos de la Illa Plana, junto a los evidentes de su espectacular fondo marino y su singularidad histórica.
Quedamos con Adán en la propia Tabarca, bajo la amenaza de una alerta amarilla por tormentas, con el punto de mira puesto en esas dos proyecciones de los días 20 y 21 en València, el 30 de octubre como una gran fiesta en la Illa, junto a sus vecinos, muchos de ellos figurantes en la película, y el 16 de noviembre en los cines Panoramis de Alicante.
Hemos quedado con Aliaga en la explanada frente a la iglesia de San Pedro y San Pablo, a la que llega paseando tranquilamente, mientras saluda a los vecinos como una miembro habitual de la comunidad isleña. “Bon dia… sí, reserva’m per a les dos, hui només serem dos, sí, caldero…”. Vamos a visitar las localizaciones del film en una visita guiada con su director, un lujo.
Mientras intentamos localizar una bandada de gaviotas volando como una nube chirriante, surge la pregunta clave: ¿es la fascinación por NY o la fascinación por Tabarca la chispa creadora?
“Pues ambas cosas, ya conocía Nueva York, desde hace 12 años cuando presentamos allí La casa de mi abuela, y en aquel momento no sentí esa fascinación habitual, pero sin embargo, sí que he estado desde siempre fascinado por Tabarca, algo compartido con Miguel Molina, mi productor en Jaibo Films. Hay gente que piensa que en Tabarca no hay nada, que piensa que es pequeña y qué va a haber ahí, pero es algo que notas cuando estás en una de las calas, viendo atardecer y notas, sientes algo especial, la isla tiene un poder mágico que es lo que queríamos transmitir con la película. Incluso tenía miedo que fueran dos películas diferentes, que el icono cinematográfico que es NY hiciera que fuera una peli de allí y una peli de acá, pero incluso dándole diferentes tratamientos visuales a las dos localizaciones, hemos conseguido que haya un tono único para toda la narración”.
¿Contento con el resultado?
“Hemos hecho un trabajo muy digno con el presupuesto que teníamos (aproximadamente un millón y medio de euros), aunque el guión reclamaba un presupuesto mucho más amplio. Hemos conseguido algunos efectos especiales que quedan muy bien, y hemos suplido con imaginación el resto, recreando con vestuario y escenografía los elementos más fantásticos, como el monstruo de las algas, o los rituales. Los rituales son creación total del guión, adaptando diferentes tradiciones y leyendas marinas e isleñas, relacionadas con el agua, no se trata tanto de un estudio concienzudo, como de incorporar iconos para construir un discurso. La película está rodada en tres idiomas: inglés, valenciano y castellano, pero en realidad son cuatro los que aparecen en ella, porque el lenguaje utilizado en las procesiones rituales es una recreación de un valenciano antiguo todavía muy latinizado, que nos proporcionó un catedrático de lengua de la universidad. La idea era rozar el mundo de la fantasía y el terror, sin que fuera el elemento central de la historia. Lo que más cuesta, no obstante, es la construcción de los personajes, que resulten creíbles, conseguir un tono homogéneo. En este caso, una peli que empieza en Nueva York, con un tono de peli independiente norteamericana, con la protagonista en el metro, por las calles de la Gran Manzana, el metro aéreo de Queens, y de repente, ese giro a Tabarca, a los paisajes de la isla, es como un shock, allá por el minuto 15, hace resituarse al espectador, poniendo en contexto esas imágenes icónicas del pasado del personaje que habían aparecido como flashes. El equilibrio entre lo real y lo fantástico, lo tradicional, las raíces del personaje, que permanecen incluso cuando reniega de ellas, es la historia de una persona que ha perdido sus raíces y las vuelve a recuperar, vuelve a conectar con la tierra y todo vuelve a tener sentido para ella. Es también una proyección de mi experiencia personal, de recuperar mi pasado y mis raíces”.
Uno de los elementos importantes que aparece en la película es el de la gastronomía. ¿Es un elemento necesario para el hilo argumental, pero actúa un poco como un McGuffin de estos, no? ¿Por qué utilizarlo?
“Pues en primer lugar porque mi segunda pasión es la gastronomía, yo habría querido ser algo relacionado con ella, así es que cuando valoramos el personaje, nos vino como primera opción que fuera cocinera, pero sí, es un excusa para contar otra historia, y nos ofrecía posibilidades como figura retórica para el argumento muy potentes, mostrando cómo se cocina con pinzas en un restaurante con estrellas Michelin, en NY, y como se hace un arroz cada día en un restaurante de la isla. Es una especie de reivindicación, porque para quienes nos gusta la comida, la materia prima y el producto es la base de todo, luego se puede tratar o procesar, pero lo sustancial es eso”. Intentando no desvelar secretos de la trama, este contraste deviene imprescindible para la carrera de chef de la personaje principal, esa Jan/Alejandra que ha perdido la lengua del padre, pero tiene el espíritu de la isla dentro. “Una de las mejores experiencias que nos ha dado la película es haber podido trabajar con Susi (Díaz, propietaria y chef de La Finca) y su equipo, en su restaurante. Para nosotros era imposible conseguir una cocina de estas características en NY, le propusimos a ella que las cocinas de su restaurante se transformaran en las de un restaurante neoyorquino, y ella estuvo encantada. Nos asesoró, su equipo aparece en las escenas de creación culinaria. Si no hubiera colaborado, de manera desinteresada, no habría sido posible recrear de la manera en que lo hacemos ese ambiente. Y desde luego, todo el equipo técnico, actores, tanto de aquí, como norteamericanos, nos han dicho que ¡ha sido el mejor catering que han probado nunca en un rodaje! Todo el equipo técnico, con gente de València, de Barcelona, de aquí, acabaron convencidos de que nunca habían estado, ni posiblemente estarían, en un rodaje como este, en pantalón corto todo el tiempo, bañándose en cada descanso, con un clima magnífico que nos acompañó durante todo el rodaje, comiendo genial… bueno, hubo buen tiempo todos los días, menos el día en que teníamos que rodar la tormenta. Nos trajimos un equipo carísimo para recrear la lluvia y cuando dije ‘cortad’, porque había acabado la escena, seguía cayendo agua, y entonces nos dimos cuenta de que estaba lloviendo, la isla estaba diciéndonos que estaba allí, presente, como un personaje más”.
Tan presente que aquí seguís, después de acabada y a punto de estrenarse...
“Sí, sí, porque estamos rodando un documental sobre la vida de Tabarca, una aproximación poética a la vida en la isla, con la que llevamos ya un tiempo. Nos interesa ver cómo la vida de la isla evoluciona a lo largo de las estaciones del año, a través de la visión de los propios tabarquinos, con los que estamos conviviendo en diferentes temporadas. Pretendemos tenerlo acabado en un año. Recibimos una ayuda del Docs València, el Festival de Documentales de Valéncia, donde ganamos el Premi MiradasDoc y el À Punt Mèdia, con el proyecto Posidonia, por lo que tenemos una ayuda de la televisión valenciana À Punt para realizarlo. Teníamos que haber comenzado antes, pero antes tocaba acabar Fishbone y todo lo que supone. Para ello estamos aquí una unidad reducida que vamos siguiendo el día a día de ciertas personas de la isla, como Antonio, un poco el hombre que lo arregla todo en la isla, un pintor alemán, que reside aquí desde hace 40 años y que sólo se marcha a Alemania en el período estival, Matthias Schäffer, que nos ha servido de inspiración para el personaje de Simón (Manuel de Blas en la ficción), la vida diaria en contraste con la ficción de Fishbone”.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz