Tras el éxito de 'Jardín autómata', la artista alicantina llevará el reciclaje hasta los institutos a través de un proyecto del MACA y el IES Miguel Hernández con el que construirán una isla gigante
ALICANTE. "Transportar esta obra hasta los distintos lugares ha sido como llevar una especie de arca de Noé". Sin embargo, estos animales no entraban por parejas y tienen peculiaridades como orejas tortilla, cuatro brazos o hibridaciones de distintos seres. Este particular arca, titulada Jardín autómata, desembarca en la Sala de Exposiciones Lonja del Pescado, tras haber atracado una temporada en la sede de la UNESCO en París y, con anterioridad, en el Treasure Hill Light Festival de Taipei. Organizada por el Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana, la exposición se inauguró en Alicante el viernes 13 de diciembre y se podrá visitar hasta el lunes 13 de enero de 2020 y, además de su casi centenar de piezas en las que se combinan aire, iluminación y movimiento, en esta ocasión se incluye un nuevo apartado: "Como elemento extra que hace más interesante aún la exposición, he incluido el laboratorio de Jardín autómata, donde muestro el proceso de construcción y las vivencias que ha ocasionado la itinerancia por Taipei, París e incluso su estancia en el Centro del Carmen de Valencia", cuenta su creadora, Olga Diego.
"Es una parte muy enriquecedora. No se queda pequeña ante la propia exposición, la cual resulta impactante, porque da la sensación de entrar en otro universo", destaca de forma humilde. El laboratorio da cuenta, en formato fotográfico, de todas las etapas que ha atravesado la exposición, "un proceso muy bonito porque aparece la gente que ha estado trabajando conmigo en la construcción y las reparaciones, se muestran los planos y los croquis que he tenido que elaborar para facilitar la ayuda al conectar las partes eléctricas. Parecen notas musicales, pero son como chuletas de cábalas numéricos con las conexiones que identifican las piezas, los circuitos, etc.", enumera.
Además de toda esta documentación, el laboratorio también incluye las nueve cajas donde se transportó la instalación, unos soportes en los que la artista ha ilustrado "sensaciones y experiencias" que ha vivido "con los viajes y con estos personajes. Como qué sentí cuando la jirafa se hizo una herida o cuando tengo que cambiarle el motor al huevo de orejas tortilla", ejemplifica. Y es que estos particulares seres requieren de cuidados intensivos en todos los momentos de su existencia: "Las piezas siguen vivas. La instalación es la obra en sí, por lo que tiene que dialogar con el espacio en que se expone, reconstruyendo un universo en el que puedan convivir con otros personajes al lado que encajen con el movimiento que hace cada pieza", explica Diego.
Son unas 90 figuras de grandes dimensiones (además de ocho que se encuentran en el MACA) creadas con plástico y electrónica, que permiten a los y las visitantes pasear por este particular jardín de inspiración Bosconiana, ya que consiste en una recreación del célebre El jardín de las delicias: "El Bosco forma parte de mi imaginario creativo, pero no era la intención trabajar sobre la obra. Cuando conecté la idea del plástico, las luces y la electrónica con sus personajes me pareció un reto loco, pero cuanto más difícil parece la propuesta, más impactante puede ser el resultado si lo logras", sostiene.
Sin embargo, garantiza que sus próximos trabajos no consistirán en reinterpretaciones de otros artistas, aunque sí seguirán la línea de trabajar sobre el tema del plástico, con la intención de metamorfosear este material: "Tengo un proyecto de residencia en Nueva York donde voy a trabajar sobre la mutación del plástico. Espero poder mutar todos los materiales plásticos de Jardín autómata a una obra duradera, no a una que suponga un residuo plástico. Es decir, que el mismo material pueda ser reciclado y constituya una reinterpretación del propio Jardín autómata pero en un plástico rígido".
Entre los proyectos que lleva entre manos la creadora, destaca uno en colaboración con el MACA, "porque el museo realiza actividades con algún centro educativo a lo largo del año y, en esta ocasión, han escogido trabajar conmigo en el Instituto Miguel Hernández. La temática es el medio ambiente, el plástico, y vamos a construir una isla flotante a partir de envases", adelanta. Un proyecto colectivo que verá la luz en marzo, en el cual resulta importante "el proceso, la implicación y la concienciación. Necesitamos actuar", reivindica. "Si no, nos vamos a quedar como en El Jardín de las Delicias que pintó El Bosco, en el cual buscaba persuadir a las personas del pecado de la carne, que lleva a caer en ese tercer tríptico del infierno y la tortura sin fin".
Las exposiciones suponen un medio para lanzar un discurso, una manera de fortalecer mensajes como el de "conseguir cambiar el sistema de consumo basado en el plástico", insiste la artista, quien considera que "el arte no sirve para nada si no se potencian estos mensajes que pretenden invitar a la reflexión y a la acción". Es precisamente esta característica la que constituye la esencia del arte: hacer pensar a la sociedad, remover las conciencias de las consumidoras y consumidores.
Un debate que volvió a despertar de manera enérgica este pasado fin de semana, cuando el artista italiano Maurizio Cattelan levantó polémica al pegar un plátano con cinta aislante en la pared, una obra que adquirió una compradora por 120.000 dólares. "A veces, los trabajos tan sencillos están pensados para remover conciencias. Pero no puedo opinar sobre eso, porque no he leído la intención del artista", aclara Diego. Sin embargo, apunta que "da igual el medio, lo importante es el mensaje. Yo, por ejemplo, construyo las pieles que envuelven el aire. Y un mensaje se puede transmitir a través de mis figuras, de pegar un plátano con cinta aislante o de una escultura de bronce".