El éxito de audiencia del programa L’hora fosca, la organización de jornadas sobre true crimes en universidades y la reciente creación del festival Alicante True Crime nos llevan a pensar que el furor por este subgénero cinematográfico, televisivo, sonoro y editorial permanece muy vivo. Al menos hasta ahora
VALÈNCIA. El asesinato de la joven Marta Calvo en la población valenciana de Manuel; el caso de “La viuda negra de Patraix”; el descuartizamiento ocurrido en el céntrico barrio de Russafa en 2017; la historia del asesino en serie de Castellón que atacaba a prostitutas a mediados de los años noventa. Y, por supuesto, el caso de las niñas de Alcàsser. Las páginas más negras de la hemeroteca valenciana llevan años alimentando un subgénero, en el del true crime, que por el momento no da señales de agotamiento.
El ejemplo de éxito más claro lo tenemos en el programa televisivo de À Punt L’hora fosca, producción de Voramar Films que lidera audiencias de la televisión pública valenciana desde su estreno en 2021. Las cifras de visionado a la carta a través de la web de À Punt o de Youtube también ayudan a dimensionar el interés masivo por este formato: algunos capítulos superan el medio millón de descargas. Según el informe de audiencias recabado tras la emisión de la tercera temporada (2023), cerca de 800.000 personas contactaron con el programa durante la tercera temporada, con picos del 6% de share.
Se observa además que el perfil más habitual del consumidor de este espacio televisivo es más joven que la media (adultos jóvenes entre 25 y 44 años) y de poder cultural y adquisitivo medio-alto. En cuanto a sexos, las estadísticas muestran un interés bastante equilibrado entre hombres y mujeres.
“Las audiencias podrían ser todavía mucho mejores si tuviésemos traducción al inglés y si mejorase la traducción automática que hay actualmente, porque la mezcla de castellano y valenciano genera cierto lío. Es una de las asignaturas pendientes. Vemos como por ejemplo la televisión francesa tiene programas de true crime de menor calidad que el nuestro, pero recogen audiencias de uno e incluso dos millones de personas, y la razón de esto es que ellos sí tienen subtítulos en inglés”, comenta Pedro Pastor, productor ejecutivo de L’hora fosca.
Heredero de Crims, el programa dirigido por el periodista catalán Carles Porta en TV3 y que ahora se ha trasladado a Movistar Plus+ bajo el nombre de Luz en la oscuridad, L’hora fosca se distingue por una factura muy cuidada que depende en gran medida del realizador y director de fotografía Pablo Van Damme y un equipo técnico que trabaja con cámaras en 6k, desarrolla infografías y utiliza panorámicas aéreas espectaculares. “Hay que competir con otros true crimes que tienen el listón de calidad muy alto”, confiesa Pastor, quien nos cuenta que detrás de este programa hay un equipo de dos documentalistas y cuatro o cinco guionistas que se reparten los capítulos y tienen a su disposición todo el archivo de imágenes y video de À Punt y la extinta Canal 9.
Después de cuatro temporadas, a razón de 12 a 14 capítulos cada una, el reto reside en seguir encontrando casos suficientemente misteriosos o alambicados como para construir una narrativa sugerente para el público. “Seguimos encontrando historias porque, además de los casos que han tenido mucha repercusión mediática, los que son menos conocidos y sucedieron hace muchos años también despiertan mucho interés. Es cierto que son los más costosos de producir, porque es más difícil encontrar documentación y testimonios. Un ejemplo de ello es el de la desaparición del matrimonio galés de los O’Malley en Benidorm en 2002”.
“Nuestro enfoque, no solo porque trabajamos para la televisión pública sino por nuestra propia manera de entender el género, es lo más humano y lo menos morboso posible -defiende el productor valenciano-. Siempre damos prioridad a la víctima, no solo a la persona fallecida, sino a su familia y entorno. Hemos llegado a desechar casos porque la familia no se sentía cómoda con la idea de que se contase su historia”. En opinión de Pastor, los capítulos más interesantes que han tratado en el programa hasta ahora incluyen el crimen de Rosa Maqueira en Benidorm -un caso de 2020 incluido en esta temporada- o el titulado Vegança a Càlig, sobre dos personas asesinadas en 2005 en Castellón.
“No creo que haya más incidencia de crímenes en la Comunidad Valencia que en otras regiones del país, aunque es verdad que en Alicante se producen muchos ajustes de cuentas entre bandas de mafiosos. Son casos cuya investigación no suele tener mucho recorrido para un true crime desde el punto de vista narrativo”, opina Pastor, inmerso ahora también en la producción de una miniserie para TVE y À Punt basada en el asesinato del alcalde de Polop en 2007.
“Alicante es la tercera provincia más violenta de España. Lo sé porque me lo contó un comisario de policía mientras estaba investigando un caso para un libro -explica el escritor Blas Ruiz, director hasta hace unas semanas del podcast Crimen y Carrillo-. En la Comunidad Valenciana, hasta donde yo sé, no se producen más crímenes que en otras partes de España. Lo de Alicante es una excepción que se debe a que es una provincia donde tradicionalmente han venido a refugiarse o a retirarse mafiosos y sicarios. Hay mucho crimen organizado, igual que en Marbella, y eso sube las estadísticas”.
“Es cierto -corrobora Santiago Álvarez, director de Valencia Negra e impulsor también del festival Alicante True Crime, que celebró su primera edición el pasado mes de octubre-. Es una zona portuaria donde se producen muchos delitos por drogas”.
Hace tres años, el criminólogo, catedrático de la Universidad de València y experto en true crimes Vicente Garrido señalaba, en una entrevista concedida a Culturplaza, que no debemos avergonzarnos de que nos guste ver, escuchar o leer historias de crímenes reales. El morbo es, en su opinión, un argumento circular y simplista que deja fuera del análisis cuestiones mucho más interesantes desde el punto de vista psicológico. No cabe el sentimiento de culpabilidad, nos dice, porque “es necesario y conveniente que el ser humano tenga presente la existencia de la maldad en el mundo”.
Sin embargo, en 2024 y a la luz (tenebrosa) de los acontecimientos que nos acechan por todos los lados, vale la pena pararse a reflexionar. ¿En qué medida podría influir la angustia oceánica que afecta a la sociedad contemporánea al consumo de productos culturales?. ¿Hasta qué punto los true crimes, el género de terror o las películas de acción apocalípticas pueden resentirse en detrimento de largometrajes, series o libros que nos sirvan de refugio emocional?. No es solo la DANA, como puñetazo en la cara que nos ha “recordado” de golpe que el mundo se nos va al garete por desatender la emergencia climática durante décadas; es también la olla a presión de Oriente Próximo, la inminente llegada a la Casablanca de una pandilla de lunáticos, la amenaza de una tercera guerra mundial… ¿Adónde va el morbo cuando el terror ya está tocando a la puerta de tu casa?
“Cuando una población recibe una tragedia como la que hemos vivido en Valencia, efectivamente nuestro umbral de sensibilidad ante cualquier otro acontecimiento traumático se exacerba. Pero eso solo le ocurrirá a la población afectada directamente y además es algo pasajero. Luego volverán las aficiones y los hábitos de consumo de cultura habituales”, opina Vicente Garrido.
“Es complicado decirlo -contesta, por su parte, Santiago Álvarez-. Pero creo que el Covid nos enseñó ya que no a todo el mundo le afecta por igual la catástrofe. Se abre ahora un periodo, incluso dentro de la Comunidad Valenciana, en el que no todos estamos a la misma velocidad en cuanto a la recuperación mental. Pero sí creo que habrá una cierta afectación en el ocio y en el tipo de productos culturales que se consuman”.
En la misma línea de pensamiento, Pedro Pastor considera que “son cosas muy diferentes”. “El crimen toca unas fibras muy diferentes a una catástrofe. Al ser humano le ha interesado el true crime desde la historia bíblica de Caín y Abel. El interés no decae con la catástrofe, como nos demostró la pandemia. Fue una época muy complicada, pero por ejemplo los índices de audiencia de L’hora fosca estaban bastante por encima de la media de la cadena, en algunos casos llegábamos a duplicarla o triplicarla”.
“Todas las modas acaban y en el true crime, aunque se han hecho buenas producciones, empezamos a ver otras, como la miniserie de Daniel Sancho o la de Cómo cazar a un monstruo, en la que se transgreden muchas líneas rojas desde el punto de vista ético, con el único objetivo de dar espectáculo -señala la analista cinematográfica Áurea Ortiz-. Yo sí creo que de alguna manera este auge irá remitiendo, no solo por saturación, sino porque vivimos en un clima despiadado y es lógico pensar que cada vez haya más espectadores que quieran refugiarse en películas y series que les alejen un poco de la maldad del ser humano”.
El alicantino Blas Ruiz, que estos momentos está trabajando en un true crime de gran formato sobre el caso del “Jack El Destripador de Almería”, opina que el género tiene todavía una larga vida por delante y que el desolador panorama climático, bélico y político de nuestros días no resta atractivo al true crime como fuente de entretenimiento. “Recuerdo un día en verano que estaba en un pueblo de la provincia de Valencia. De pronto, una persona cayó al suelo en medio de la calle. Entre los que pasaban por ahí, uno fue a socorrer a esta persona, otra llamó a una ambulancia y el resto sacó sus móviles y se puso a grabar. Cada vez somos más morbosos. Es algo que habita en nosotros”.