El Partido Popular ya ha desvelado su cartel. Será César Sánchez quien lidere la candidatura de los populares al Congreso por la circunscripción de Alicante. Con esta decisión, y la de situar a Belén Hoyo y a Óscar Clavell, como cabezas de lista en Valencia y Castellón, respectivamente, Pablo Casado enseña sus cartas, las cartas del futuro del Partido Popular de la Comunitat Valenciana, y al mismo tiempo, da continuidad al proyecto que salió ganador del cónclave del que salió elegido.
Ese congreso, al que Casado llegó como aspirante a la presidencia del PP como segundo más votado, por detrás de Soraya Sáenz de Santamaría, pero con el respaldo tácito de la tercera, María Dolores de Cospedal, ya dictaminó cual iba a ser el camino del PP: rearme ideológico ante el avance de Ciudadanos y Vox (aunque no se contemplaba tan virulento) y cambio generacional.
Ese reimpulso del PP, después de perder el poder en la Moncloa, tuvo un pasaje imprevisto, Andalucía, que dio no sólo una oportunidad a Juan Manuel Bonilla, y al propio Casado, con Vox como compañero de viaje, también se lo dio a otros sorayistas noqueados tras la reválida del nuevo presidente. Entre ellas, la propia Isabel Bonig, que vio que con Andalucía se abría una parte del cielo que estaba condenada a darle una nueva continuidad al Botànic en la Generalitat. Y esa oportunidad pende, mira por dónde, de los extremos.
Desde entonces, existe la oportunidad de unos y el poder legítimo de otros, y en el día a día ambos propósitos se han izo mezclando como una especie de nebulosa para tener a alguien confundido. Cada uno ha estirado la cuerda hasta dónde ha podido, pero, llegados a este punto, se ha demostrado que las decisiones de Génova siempre han sido contundentes y han ido en la dirección de afianzar el poder surgido de ese congreso que encumbró a Casado -por lo que pueda pasar en un futuro-. Lo otro se ha quedado en una especie de agitpop doméstico -habría que preguntarse la credibilidad que tienen los medios que los compraron-, filtrado con la dudosa intención de hacer parecer que nada había cambiado, y que los papeles estaban confusos.
Pero no, al igual que con el PSOE -también el de Pedro Sánchez- el aparato siempre se impone, máxime si lo han elegido las bases (o los compromisarios), como es el caso. Y lo que ha pasado con la elección de César Sánchez -y lo que está por venir- es que el PP ha nombrado a un nuevo Zidane, que sigue haciendo gala de estar en el sitio y en el momento justo, como pasara en julio de 2015.
Y a este nuevo Zidane acompañarán otros muchos, al Congreso, para arroparlo; en el Senado, y ojo, en las Cortes Valencianas. Hay Solaris que todavía no lo han visto, y siguen preguntando, como el pasado domingo con la visita del presidente nacional a Alicante, qué hay de lo mío.
Y ésta es la metáfora del PP: la apuesta de Zizou es por lo jóvenes, por romper con los vicios del pasado, para evitar más fugas de talento, por la ilusión, para motivar a las bases con nuevos argumentos, no con los de siempre; los Solari no lo han visto, siguen con los de siempre, confían en las grandes noches electorales; también en los vídeos (amables), pero en blanco negro, y tienen a parte del staff despistado. En una cosa coinciden, ambos necesitan a los nostálgicos de Santiago Bernabeu para gobernar.
Este es el estrés que les espera de aquí al final de temporada: puede salir carámbola, como a Luis Barcala, o semana trágica, en el que no se gane ni la Liga ni la Champions en un mes. O sí. No hay que descartar nada (la Copa se disputa en julio y los que vayan al stage se discutirá con los resultados en la mano). Pero lo que parece claro es que, de momento quien manda, es ZZ.