Se marcha la sede social de Banco Sabadell. Poco duró la alegría. Se dijo en su día: no hay regalos caídos del cielo sin fecha de caducidad. Más aún cuando no parece que haya existido una gran afluencia de nuevos accionistas de la Comunitat Valenciana, y en particular de Alicante, que hayan adquirido suficientes títulos de la entidad bancaria como para modificar significativamente la distribución geográfica de su propiedad. No se entiende, pues, el enfado del alcalde de Alicante, que se manifiesta ofendido por la ida del banco pese a las muestras de afecto y proximidad que, a su parecer, le ha dispensado la ciudad.
No sabemos cómo mide el primer edil alicantino el cariño bancario verdadero, -ese que, por imposición del mercado, sí se compra y sí se vende-, pero sería injusto olvidar que la impresión contraria es la que prevalece; no en vano, desde la fijación de su sede social en Alicante, el Sabadell ha aparecido como uno de los más activos patrocinadores de múltiples actividades propuestas por entidades locales y provinciales. Bien lo sabe por ejemplo la Cámara de Comercio de Alicante, en su momento hogar laboral del president Mazón, donde el Banco es vocal de aportación voluntaria, esto es, forma parte de las empresas que se rascan el bolsillo para sostener a la entidad cameral. La misma Cámara que, por cierto, organizó una Noche de la Economía Alicantina, en tiempos de su presidente Juan Riera, con un despliegue espectacular de comunicación gracias al soporte económico del Banco.
Dicho lo anterior, sorprende, sin embargo, que la ocasión se deje pasar sin negociar con la entidad financiera un proyecto de futuro que visualice y consolide su relación con Alicante. Es bueno, sin duda, que el Sabadell se comprometa a incrementar su presencia financiera entre las empresas de la Comunitat. Lo es que mantenga sus oficinas e infraestructura de desarrollo digital. Pero, sin que ello prejuzgue desconfianza sino mera prudencia, sería deseable un paso más. Todo lo que el banco exprese ahora en el plano operativo puede modificarse en el futuro por la simple evolución de las circunstancias y relaciones económicas, tanto de la propia entidad como de sus clientes y prestatarios: se precisan cimientos más estables para sortear los movimientos tectónicos de nuestro tiempo.
Pueden existir sugerencias mejores pero, de entrada, propondría la creación de un centro de desarrollo del conocimiento que, con el patrocinio del Banco, se ubicase bajo el paraguas de la Universidad de Alicante. Los objetivos también pueden ser múltiples, pero la tradicional relación de Alicante con el mar, su proyección comercial y turística, y el peso histórico de la actividad naviera y pesquera sobre la cultura local, conducen a pensar en la Economía Azul como posible depósito de docencia, innovaciones tecnológicas e inéditos saberes. En todo caso, sea cual sea la elección final, lo que debería quedar bien anclada es la institucionalización de la relación entre Alicante, -y la Comunitat Valenciana-, y el Sabadell.
Habrá quien piense que una institución económica encajaría mejor en la ecuación colaborativa del banco. Lo dudo. Mientras que en Cataluña han demostrado hasta la saciedad que sudan la camiseta para defender y recuperar lo que consideran que forma parte de su tejido económico, aquí estamos muy lejos de practicar, -a veces incapaces siquiera de entender-, tales pautas de conducta social.
Fijémonos que, por desgracia, lo que se ha practicado en el territorio de la Comunitat ha sido una suerte de iconoclastia institucional liderada por diversos personajes que henchían el pecho reclamándose líderes de la sociedad civil cuando, en realidad, lo que les preocupaba y ocupaba eran ellos mismos y sus liliputienses intereses. Unos líderes harto eficaces en la demolición de cajas de ahorro centenarias y de reputados bancos regionales, la laminación de organizaciones empresariales, como la CEC y COEPA, y la ruinosa gestión de entidades feriales.
Aprendamos del pasado y en éste, si algo ha destacado por su resiliencia institucional, han sido las universidades. Probablemente nada mejor que los eslabones del conocimiento para crear sólidas relaciones entre dos sujetos relevantes de la Comunitat Valenciana y Cataluña, como son la Universidad de Alicante y Banco Sabadell, respectivamente. Al menos, entre la DANA y la NADA, puede que algo positivo prospere en este primer cuarto del siglo XXI, portador hasta ahora de tantos y tan crueles sinsabores.
Post Scriptum. A propósito del espacio entre la DANA y la NADA. Noticias como la aportada por el president Mazón sobre un proyecto de inversiones multimillonarias en Picassent, centrado en la ubicación de grandes centros de datos, debería ser una alegría, más aún con la memoria palpitante del 29 de octubre en la comarca de L’Horta Sud. Sin embargo, el señor Mazón precisa ser más prudente a la hora de repicar las campanas de los días grandes. Lo firmado no pasa de ser una declaración de intenciones sin aval alguno que, -¿por qué me sonará la música?-, conllevará la previsible recalificación o expropiación de una extensa área de Picassent (77 Ha, el equivalente a otros tantos campos de fútbol) para que una empresa consultora proceda, a continuación, a buscar clientes que quieran construir o alquilar allí sus centros de datos y otras muchas actividades. O sea que, de entrada, ni hay millones de euros ni miles de puestos de trabajo asegurados: no se compare, pues, tan exótica mezcla de fatamorgana y mágica esperanza con la gigafactoría de VW en Sagunto.
Y, en segundo lugar, tengan en cuenta en el Consell que los mismos que promueven este “Digital Valley” valenciano son los que, desde 2022, están intentando lo mismo en San Sebastián de los Reyes, donde la denominación es de “Digital Valley Spain”, -ya se sabe que España es Madrid-, con una superficie prevista diez veces mayor (785 Ha) y con la energía renovable, incluido el hidrógeno vede, -nada se dice de las grandes necesidades de agua en estas instalaciones-, como obligada etiqueta de sostenibilidad y modernidad. Muchos recordarán que, en otros momentos, el gancho de las recalificaciones al por mayor, como la mencionada, era la construcción de un campo de golf. Ahora, signo de los tiempos, la especulación es digital o pretende disfrazarse de tal.
Los anteriores puntos de atención, subrayados con entusiasmo por el president Mazón, contrastan con los que surgen cuando nos preguntamos por el directo conflicto de intereses entre los “proyectos” de Madrid y la Comunitat Valenciana; la ausencia de información sobre la solvencia económica de los promotores; y la utilización de cifras hiperbólicas de impacto económico y laboral, injustificadas y contradictorias con las empleadas en el caso de Madrid.
A lo anterior se añade la opacidad sobre los posibles clientes e inversores por “razones de confidencialidad” (en realidad ninguno acreditado porque una carta mostrando interés sin compromiso es papel mojado). Y, por si fuera poco, la mala suerte ha hecho que se presente el deslumbrante “proyecto” cuando la empresa china de IA, inventora del DeepSeek, está provocando un terremoto en la estimación internacional de las necesidades futuras de data center, su tamaño y demandas energéticas, tras demostrar que la IA podrá recurrir a soluciones alternativas mucho más pequeñas y eficientes. ¿De verdad nuestra Generalitat está promocionando un “proyecto” que, además de su posible deriva especulativa, nace en caída libre?