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El Puerto de Alicante: la República Independiente de aquí al lado

Alicante y su Puerto: un mismo espacio, dos identidades.

Seguramente no haya muchos lugares situados en el centro mismo de una ciudad paseable en líneas generales por los que un vecino pueda tardar años en pasar, ya sea porque los considere remotos, incómodos o, acaso, extraños a su identidad y razón de ser colectiva. Tal vez el Puerto de Alicante, en un 80% de su superficie, retenga hoy este extraño privilegio

La relación de simbiosis de Alicante con su Puerto se remonta a los orígenes y devenir histórico de la ciudad, siendo indiscutible que la planta urbana de la urbe antigua y, en buena medida la de la capital moderna, obedece a su carácter portuario y a su vocación comercial y marítima, consolidadas mucho tiempo antes de que los primeros años del siglo XX dieran vida a la denominada Junta de Obras del Puerto, (hoy Autoridad Portuaria de Alicante) cuya orgánica y ejecutoria terminó por alejarlo definitivamente del devenir de la ciudad, bajo fundamentos de orden administrativo y criterios de especialización funcional.  

El Puerto de Alicante, muelle para el embarque e intercambio de espartos, sosas, vinos y productos de Ultramar y que considerado, tras la inauguración del ferrocarril a Madrid, como el Puerto de Castilla; el Puerto de Alicante, lugar por el que entraron de contrabando las soflamas incendiarias contra Primo de Rivera y Alfonso XIII de un excitadísimo Vicente Blasco Ibáñez contenidas en su polémica obra La Nación Secuestrada; el Puerto de Alicante como escenario para el desgarro bélico del Stanbrook o como telón de fondo para las gestas de ese fértil simiente para el balonmano alicantino que fue el Club Obras del Puerto, luego Calpisa de tan granado palmarés.

Tras décadas de inercias e irrelevancia, el Plan Especial del Puerto de 1992, un documento ambicioso y de vocación transformadora, le otorgó la fisionomía que hoy lo caracteriza, con la construcción de los muelles comerciales y de ocio, la terminal de pasajeros, la de contenedores y el polémico espacio para la actividad de los graneles que asoma con ímpetu recurrente a las portadas de los diarios locales, poniendo de manifiesto un horizonte de desencuentros e incompatibilidades entre la habitabilidad de la ciudad y la lógica del modelo de negocio portuario. Este mismo Plan, aprobado en esa España de los milagros de 1992, le otorgó al espacio público del puerto alicantino su naturaleza acrítica de gran escenario para el ocio que hoy lo caracteriza, y que, paradójicamente, lo ha ido alejando progresivamente de la ciudad y de su alma.

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