CEUTÍ. El frío aún no ha llegado a la nave que posee la Cía Ferroviaria a las afueras de Murcia cuando llegan los intérpretes de Antígona. El nuevo montaje del clásico de Sófocles es la apuesta que ha hecho este año la compañía teatral de Elche. Antes de su estreno, realizado este fin de semana en el teatro Romea, abren las puertas para que veamos cómo desarrollan sus ensayos.
Paco Macià, su director, acompaña a los siete intérpretes al escenario para realizar con ellos los ejercicios de calentamiento de cuerpo y voz. Pasan de las cuatro de la tarde y a este reparto de jóvenes y veteranos les observa Paco Contreras, El niño de elche. Desde una sencilla mesa el cantante flamenco toma notas con las que preparar la música que acompañará la obra.
Los sonidos guturales con los que realizan los estiramientos tienen ecos a ciertos trabajos de Contreras, lo que demuestra la buena conexión que hay entre Macià y este. El alicantino Toni Misó es el que se encarga de traer el humor a estos preparativos en los que la voz del director va marcando gravemente los ejercicios a realizar.
En el inicio de esta tarde de trabajo el protagonismo recae en Eloísa Azorín, que interpreta a Antígona y Bárbara Sánchez, que hace de Ismena. Tras los ejercicios de calentamiento empiezan a trabajar abrazadas. Macià busca el tono del texto y la expresión corporal con la que transmitirlo. Recitan fragmentos muy breves del texto que repiten con variaciones. Este es el segundo día en el que están con este diálogo entre hermanas. Un diálogo truncado, eso sí, por este sistema.
La palabra comprender resuena entre las paredes de la nave, algunos compañeros observan, otros aprovechan para salir fuera mientras aún hace sol y fumar y bromear. Dentro, el ambiente es distinto, en este juego de incomprensión, precisamente, continúan ambas actrices embarcadas. Abrazadas, separadas, probando matices. "Quizá yo también sufro", recita Azorín y refleja así lo costoso de este proceso en el que cada variación cuenta.
Macià deja que vayan proponiendo alternativas y va marcando puntualmente pautas como cuando le pide a Sánchez que practiquen con la sonoridad y que le propongan cómo van a unir la acción con la intencionalidad. Tras experimentar con ello, abre paso a un nueva parte, un monólogo añadido al texto original en el que busca la conexión del clásico griego con el drama de los desaparecidos en fosas comunes.
Esta es una concesión que se hace Macià y que decide introducir "porque está relacionado con nuestra memoria". Azorín se sitúa al borde del escenario, en primer plano para el espectador mientras en el fondo está Sánchez sobre unas cajas escuchándola horrorizada por sus palabras. Aquí Macià va modulando el trabajo de Azorín, alternando con ella lo recitado, lo hablado por Antígona, el tono más precipitado o más dolido. Luego se acerca a Sánchez para frenar su expresividad, "debe interpretarse buscando la realidad, no puede ser un baile".
En su monólogo Azorín recita "Hay que olvidar". Es un deseo, es un mandato. Macià la interrumpe para recordar el contexto, "tú eres una de las afectadas porque tienes un hermano en la cuneta". "Se nos pide que olvidemos esa guerra que perdimos, nuestro único honor", prosigue la actriz. Su voz grave conquista al oyente con el énfasis en cada una de las sílabas y su actitud en la que muestra el dolor y la resignación.
Las palabras salen de la boca de Azorín como escupidas ante el horror que trata. Contreras, atento, toma notas mientras ella habla. El actor Morgan Blasco aprovecha para repasa el texto en uno de los sillones, a él y sus compañeros tomarán el relevo tras el descanso a media tarde. Sánchez es ahora objeto de la atención del director, "si no oigo, no tomo partido" le dice a la joven.
El teatro es el arte de la repetición y sobre ello juegan, buscando sonoridades, practicando las consonantes, viendo cómo reflejarlo. Las miradas de concentración se suceden y por eso cuando la melodía de un móvil suena la intensidad del enfado en las miradas de las actrices es mayor. El culpable es el propio director, quien azorado, lo silencia.
Vuelve la atención a lo que sucede en el escenario. En la obra las dos hermanas se encuentran. Y eso genera nuevas preguntas sobre cómo deben hacerlo: ¿De pie o sentadas? ¿Distantes o emocionales? Empiezan abrazándose e improvisan unos besos fraternales. La idea gusta: “Eso se me olvidó deciros ayer, es lo que faltaba ayer”. Así, las dos pasan a acunarse pero Macià las frena, les recuerda que Ismena visita a Antígona porque a esta van a condenarla a muerte y que la visita se produce en un espacio que no es su casa. Por tanto, el abrazo puede ser emocional pero no incluir mimos.
Antígona no pierde tanto la compostura en estos momentos, apunta el director que señala que ya podrá perderla conforme avance más la obra. Contreras interviene, no puede ser un momento blando. Macià lo ajusta aún más: "Tiene que haber sentimiento porque es poético pero también precisión". "Los movimientos tienen que ser definitivos", prosigue, "es una tragedia, no un melodrama". De ahí que cada decisión, cada movimiento tiene que ser como el último. "Si me separo, me separo; si me abrazo, es definitivo", insiste.
Con el descanso, llega el momento de reflexión. "Al ir tan lentos vamos buscando mucha coherencia", apunta Macià, "el texto va pidiendo cosas, ya nos lleva a otro sitio, a reivindicaciones de decisión". En la segunda parte el enfrentamiento entre los personajes pasa a padre e hijo: Toni Misó y Salva Riquelme. Ambos están acompañados por sus sirvientes, Blasco y Claudia Garón.
Es pronto pero la noche ya es oscura. Y con ella el frío aunque sobre el escenario es lo contrario. Macià les pide sientan "la sonoridad de la voz, lo que causa la voz en ti", de manera que sea "un deleite escucharlo". "El que engendra hijos insolentes solo habrá engendrado discursos", clama Misó en su texto.
El choque entre ambos se produce mientras sus esclavos les masajean, preparándolos para lo que sería una lucha más física que verbal. "Me gustaría que pensaras que no solo tú tienes razón", le replica Riquelme a su padre. Y Macià recalca "cada palabra es un mundo". "Hemos avanzado en dos escenas que contienen texto que tienen que ser épicas, trágicas", indica. "El texto no tiene que ser un conflicto realista, tiene que ser humano pero tiene que ser definitivo, tiene que trascender", concluye.