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CONVERSACIONES CULTURPLAZA

Víctor Sánchez: “Desde la distancia es como mejor se habla de lo que uno conoce”

El dramaturgo y director saguntino estrena su primera obra en los teatros públicos valencianos tras varias giras y producciones propias. El también ganador de un Max como autor revelación que vivió este año uno de sus mayores éxitos con 'Iván y los perros' en el Teatro Español de Madrid viaja con 'Cuzco' a las contradicciones personales, las distancias en la pareja o la identidad individual en distintas dimensiones

26/01/2018 - 

VALÈNCIA. Víctor Sánchez maneja con naturalidad el uso de sus principales virtudes: la dirección escénica y la dramaturgia. Este viernes 26 de enero, el Teatre Arniches acogerá las representaciones de Cuzco, la última de sus creaciones combinando ambas disciplinas. Con un puñado de años de formación, producciones y experiencias a sus espaldas, el Premio Max a la autoría revelación en 2016 y director de la aclamada Ivan y los Perros (La Pavana, 2017) estrena su proyecto más simbolista apoyándose de nuevo en el altísimo trabajo de la actriz Silvia Valero (en el reparto de Nosotros no nos mataremos con pistolas y A España no la va a conocer ni la madre que la parió). La obra surgida de un viaje a la ciudad andina y escrita ad hoc para la intérprete está llamada a convertirse en una pieza para la exportación de talento a través del proyecto Teatre del Poble Valencià.

Cuzco es una expiación catártica a través del viaje. Una oportunidad para utilizar la toma de distancia como fórmula para abordar "lo que uno conoce" y descomponerlo. La historia de una pareja, su desequilibrio y su soledad interna le sirven a Sánchez para abordar temas que van desde la autocontemplación burguesa, al turismo como perversión global y otros estupores de la generación a la que apela constantemente. 'La cura' del dramaturgo sirve como receta para un público invitado a sortear el abismo al que se asoman sus personajes o a dejarse arrastrar por ellos hasta las últimas consecuencias. 

Por primera vez Sánchez contará con el apoyo de la Generalitat valenciana –y la colaboración del Ayuntamiento de Sagunto– para una producción que ocupó el pasado octubre tres semanas en el Teatre Rialto. El autor ultima estos días los detalles apoyado nuevamente en el trabajo de la escenógrafa Mireia Vila, la iluminación de Mingo Albir, la ayuda en la dirección de Cristina Fernández y el vestuario de Teresa Juan; junto a Valero y Sánchez, miembro de la compañía Wichita CO. Desde la sala de ensayos y tras uno de los pases, su máximo responsable conversa nuevamente con CulturPlaza para aproximarnos a Cuzco


-De nuevo nos enfrentamos a una obra escrita y dirigida por ti. Y de nuevo se observa un tono, una marca, un estilo propio. ¿Es premeditado?

-No porque no me planteo tener una marca. Y es un tema del que hablo mucho con mi entorno. Me pregunto qué es el estilo y qué es no tenerlo. Lo que hago lleva mi sello porque lo hago yo, pero me acerco virgen a cada idea original. El estilo eres tú y va contigo. Me preocupa no autoimponerme a mí mismo; no autoimponerme mi estilo.

-En Cuzco esa marca está presente, pero la escenografía nos transporta a otro mundo.
-En el caso de Pistolas o A España... eran montajes naturalistas. Aquí hay otro tipo de escenografía más simbólica porque lo pedía el texto. También es menos naturalista Temporales o Iván y los perros, pero son obras que, por desgracia, no se han podido ver en València... todavía [la segunda estaba programada para el otoño-invierno en Las Naves, pero la programación ha sido cancelada en su tránsito de concejalía de Innovación a Acció Cultural]. 

-Es posible que la relación con los actores también marque parte de ese tono; de tu estilo. Repites con Silvia Valero y Bruno Tamarit. ¿Cómo surgió la continuidad esta vez?
-El texto lo empecé a escribir en 2014, hice un primer cierre en marzo de 2016 y lo acabé a finales de ese año. Está escrito pensando en Silvia y el papel era para ella. Pero con Bruno fue distinto. ¡Fíjate lo mucho que hemos trabajado juntos y le hice casting! Se lo tomó muy bien porque creo que no esperaba que contara con él para esta obra porque por edad no entraba.

-¿Demasiado joven?
-Sí, pero lo bueno de Bruno es que es súper camaleónico. Es capaz de darte cosas muy distintas. Él sigue un proceso en paralelo al que hace conmigo y, de repente, un día llega al ensayo y ya es ese personaje. A veces me pregunto, '¿cómo es posible que seas él?'.

A lo largo del ensayo, Sánchez se ríe y se estremece con algunos pasajes de la obra. Una obra que ha escrito y en torno a la que lleva meses trabajando con los actores, pero parece como si se enfrentara a ella siempre por primera vez. Se tensa con la llegada de cada clímax y parece vivir una nueva descarga de sensaciones con cada giro pese a su conocimiento del texto y de lo que va a suceder. El ensayo transcurre entre ese tipo de sobresaltos y los actores desarrollan su trabajo con gran intensidad, conectados también a las expresiones (carcajadas, palmas, silencios, preocupación...) del director.

"EL VIAJE DE LA MODERNIDAD ES EL VIAJE A UNO MISMO Y EL VIAJE DE LA POSMODERNDIAD ES EL VIAJE A NINGUNA PARTE"

-Llevas años trabajando con ellos. Desde el punto actoral..., ¿es beneficioso para el espectador esa relación o te preocupa generar clichés con ellos?
-Es todo para bien. Ellos conocen los términos y las maneras a través de las que les digo cosas. Se economiza mucho. Nos entendemos. Saben cómo trabajamos y resta complejidad, que en este caso es mucha.

-Quizá por eso este es un montaje más complejo, más duro.
-Es un montaje muy complejo porque está desnudo. No hay mobiliario. Están 'desnudos' y pueden recurrir a pocos trucos, aunque tengan algunos... Repito con ellos también porque funciona. 

-¿Qué queda de aquella idea que te surgió con el mal de altura de Cuzco?
-Sorprendentemente, casi toda la la esencia. Empecé a escribirla por una necesidad vital y personal. Por lo que me ocurrió en ese viaje. Cada obra nace de una manera, pero hacía años que no me pasaba algo así... que me surgiera una inspiración tan fuerza. Y está tal cual: una obra, dos personajes, tres habitaciones de hostel y la primera frase escrita en aquel momento y con la que empieza la obra: todas las habitaciones de hotel son iguales en el mundo y yo no me había sentido español antes de llegar al Cuzco. Quería hablar de la pareja, de la idea de España cuando estás en un sitio como Cuzco... de todas esas cosas porque desde la distancia es como mejor se habla de lo que uno conoce. 

-Más allá de la apelación generacional, es tu texto más internacional. Es muy accesible para otras latitudes.
-Sí. Ahora que lo dices... se ha traducido al inglés y ya se ha hecho una lectura. Hay proyectos, pero no vamos a vender la piel antes de cazar el oso. Pero en la lectura que se hizo en inglés, entró totalmente.

-Una de las grandes aportaciones de la obra es cómo logras redondear esa idea de que los viajes, más allá de su lado romántico y festivo, nos ponen al límite. 
-Sí. Habla de eso la obra. Y es cierto que se ha escrito mucho del viaje, pero ahora, con un mundo globalizado, en un mundo donde el turismo es lo que es, donde las compañías y vuelos low cost son lo que son y los destinos empiezan a saber igual, es también una oportunidad para verlo... desde otro lado. El viaje de la modernidad es el viaje a uno mismo y el viaje de la posmoderndiad es el viaje a ninguna parte. Nos engañaríamos si pensáramos que cada vez que viajamos no hay algo que se abre. Por mucho que quieras, algo te mueve a vivir en otra realidad, a ver otras cosas... y, entonces, pasan cosas.

"NECESITO CONTRADICCIONES. COMO DECÍA SCOTT FITZGERALD, "MUÉSTRAME A UN HÉROE Y TE ESCRIBIRÉ UNA TRAGEDIA"

-Y Cuzco no es un lugar cualquiera...
-Había hecho muchos viajes a Latinoamérica con mi padre. Era viajes que hacía él y yo me aprovechaba. Siempre me ha atraído mucho y ya había estado en Argentina, Chile y Uruguay. Quería ir a Cuba, pero fuimos a Perú porque me habían hablado muchísimo. Lo que me pasó allí es que cuando llegas, después del palizón del viaje, lo primero que te pega es el mal de altura. A mí no me dio muy fuerte y es cierto que con el mate de coca se va. Cuando logré salir y llegué a la Plaza de Armas, que es como se le llama a las plazas mayores allí, dije... ¡pero si esto es Alcalá de Henares! Entonces empecé a vivir una contradicción muy fuerte. La contradicción de asumir que, de alguna forma, estás en tu país. Es una experiencia histórica y directa que no tenemos los españoles. Estás a 13.000 kilómetros rodeado de gente que a lo mejor no es consanguínea, pero que habla tu idioma, se relaciona de una manera casi idéntica y con la que te sientes más que conectado. Porque Cuzco tiene es una ciudad de lo que era España. No era una colonia. Es algo distinto que a nuestra generación no se le ha explicado bien en su educación y cuando estás allí, tiene unas connotaciones... aquí no se nos ocurre otra cosa que rememorar 'la Conquista de América', 'el Descubrimiento', que manda cojones. Ahora, explicar nuestra relación y qué somos, eso no. Entonces sentí toda esa contradicción de pensar, 'qué coño está pasando'. Estaba como en casa con una contradicción de historias uniéndose y de repente tuve una sensación de ser español que nunca había experimentado antes. Pues a todo eso se une la contradicción y el límite de otra historia, más íntima y personal: la de la pareja.

-¿Hay un vencedor y un vencido en la obra?
-Espero que no. Sin duda ella está en una posición más complicada, pero hay gente que empatiza más con él. Yo realmente me siento identificado con el uno y con el otro. Ninguno es el bueno y ninguno es el malo. Realmente son torpes. Muy inteligentes, pero torpes. 

-Una de las escenas más brutales de Cuzco es la escena de sexo entre los personajes. ¿Era también una escena que tenías muy clara?
-Es una escena muy trabajada. No es de unión. Resume uno de los temas más importantes de la obra: la distancia. Un polvo salvaje que habla de la distancia y que les habla de la separación. Quería intentar llegar a eso. 

-¿Por qué tiendes a desarrollar relaciones de pareja heterosexual en tus obras?
-Porque es algo alejado de mí a la vez que cercano. 

"NUNCA SUBESTIMO AL PÚBLICO"

-Las obras que escribes tienen un peso muy fuerte de contemporaneidad. ¿Qué relación tienes con los clásicos?
-Que necesito contradicciones. Más contradicciones. Como decía Scott Fitzgerald, "muéstrame a un héroe y te escribiré una tragedia". Me encanta porque es verdad. Si coges el programa de mano de las últimas programaciones de teatro público de cualquier lugar del mundo verás que se representa a Shakespeare y que se empieza justificando la razón por la que se representa. Todos dicen: 'Hamlet es de máxima relevancia hoy en día', o 'El mercader de Venecia habla de la crisis de hoy en día'. Mira, no. En el mercader de Venecia no había neoliberalismo ni globalización. Puede haber ecos y puede ser interesante, pero si tanto te interesa abordar ese tema, ¿por qué escoges a un dramaturgo y le pides que escriba de ello? No es imprescindible filtrarlo todo a través de los clásicos. A mí me gusta más estudiarlos, verlos y leerlos que montarlos, pero supongo que hay obras que me atraen como Sísifo.

-De lo que no le privas al espectador en Cuzco es, una vez más, de un buen número de conflictos. Todos los fantasmas a la vez. ¿Alguna vez has tenido miedo a acumular impactos o has tenido la tentación de podar esas tensiones acumuladas?
-Si los podo nunca es por miedo a que el espectador no entienda. Los podo por pulir la obra. Por suerte, tengo la oportunidad de trabajarla, de reescribirla, de volver a leerla, de reposarla... en este caso ha pasado mucho tiempo y estoy muy contento porque está muy pulida. Me permite verlo con distancia. Y nunca subestimo al público en ese sentido. No es que sea especialmente optimista con los nuevos públicos, pero creo que si trabajas bien el texto, 'lo que le eches' se lo va a comer con patatas. Al final, siempre podrá podar el espectador cosas. Quedarse con todo o con parte. No hay que tener miedo con ello. 

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