CRÍTICA TEATAL

'Cuzco': balance de muertos y heridos en busca de una identidad

26/01/2018 - 

VALÈNCIA. Se habrán dado cuenta de que, de un tiempo X a esta parte, el humor es la única plataforma posible para que los cerriles se aproximen a ideas distintas a las que defienden. Y menos mal que nos queda la risa, cabe suponer. Internet ha creado guetos perfectos para la retroalimentación y cualquiera cae en la tentación de quedarse atrapado en su parafilia. Para siempre. Para nada. Pero allí. Frente a esa sublimación del unomismo, Víctor Sánchez ha escrito y dirige Cuzco: el viaje escénico de una pareja que descubre muy lejos lo lejos que está. Al final de la obra y en la capital andina, el balance de muertos y heridos demuestra que la búsqueda de la identidad propia es seguramente el trayecto más sangriento de la vida.

Cuzco es la primera colaboración del Premio Max como autor revelación (Nosotros no nos mataremos con pistolas) con el proyecto público Teatre del Poble Valencià. Con la relevante colaboración en el asesoramiento corporal y la dirección de Cristina Fernández Pintado (en una propuesta vacía de trucos para los actores), el tándem de escenografía e iluminación (Mireia Vila y Mingo Albir) introduce mágicamente al espectador en una habitación universal dominada por una grieta en la pared. La distancia –que es el otro gran tema de la obra– se escenificará más adelante, mientras la vegetación se imprime dando pase a distintas ciudades del Perú a través de los colores planos y espacios sonoros diseñados por Luis Miguel Cobo

Sánchez escribió esta obra para Silvia Valero, socia de la compañía Wichita Co junto a él y Teresa Juan (vestuario, producción) y también actriz en sus obras Nosotros no... y A España no la va a conocer ni la madre de la parió. Ella asume el peso dramático de un texto sublime, atiborrado de guiños inteligentes a la generación a la que apela su autor de manera natural. Una generación muy concreta en el tiempo –de los 20 a los 40–, pero universal en el espacio –y la obra tiene muchas papeletas para girar en otros idiomas, empezando próximamente por el inglés–. Una generación que define su estilo y para la que Sánchez ha demostrado tener una sensibilidad a la hora de interpretar sus inquietudes que, en este caso, ahora, fijan el punto de vista en la relación de una pareja y en la capacidad que tiene cualquier viaje para llevarnos al extremo.

 Valero deambula por ese borde con una entrega descomunal. No es una actriz apta para quien se sienta en la butaca con el ánimo de juzgar el teatro desde un canon preestablecido. Mucho menos en lo que se refiere a las interpretaciones femeninas estipuladas para el drama. Valero tiende la mano al espectador desde una fragilidad que quiebra –la que debe haber hecho que Sánchez le confíe sus textos– y le acompaña con desde una entropía con el texto personalísima. Bruno Tamarit desarrolla una cara mucho más canónina en su trabajo, mucho más fiel al crescendo emocional que propone Sánchez y que empieza a ser marca de la casa. El, que pese a haber trabajado casi tanto con Sánchez como Valero, pasó casting, mantiene con rigor la contención que exige su rol y se desata con una brillante violencia como el verde de la vegetación selvática sobre el fondo del escenario.

Sánchez define con Cuzco la catarsis interna de dos cuerpos perdidos a la busca de sus significados. Como la grieta que Vilar ha impuesto en la pared del fondo, a la que el espectador va y viene a la espera de un derrumbe, los caminos de ambos son irregulares y los significantes se desdibujan porque, perdidos, "sentados en el abismo", han decidido –o quizá sólo uno de los dos– que es el momento de dedicarse a su identidad hasta las últimas consecuencias. Pero la dramaturgia es mucho más rica y aborda cuestiones como la autocontemplación burguesa, las incógnitas de lo que significa ser español (en semejante momento y desde semejante lugar) o la idea del sexo entre pares cuando no tienen nada que decirse y mucho menos que tocarse. 

El público ha empezado a asumir que enfrentarse a un estreno de Sánchez es algo así como asomarse a la obra de un autor que ya sólo redondea su obra, cuando apenas acaba de dar sus primeros lengüetazos al dulce que le espera. Esta vez ha escapado de la propuesta naturalista de sus otras dos obras más conocidas en València, donde hasta la fecha, por cierto, no había 'tocado' el teatro público. Haciendo un preciso uso del humor, que por inesperado y cruel es a veces el contrapunto más idóneo de sus textos, posiblemente todavía siguen sobreponiéndose los envites del texto sobre las virtudes de la dirección. El de Cuzco es, eso sí, el más global de cuantos ha subido a escena hasta la fecha y su recorrido está llamado a darle satisfacciones por cifras al Teatre del Poble Valencià.

Foto lateral: TERESA JUAN.

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