ALICANTE. En los tiempos de Netflix, HBO, streaming y plataformas corporativas de líneas aéreas y ferroviarias. En los tiempos en que los renegados del indie consideran prehistoria sucesos de historia de la música popular que sucedieron hace apenas una década, el periodista e investigador de la cultura popular Eduardo Guillot ha empaquetado un retazo de memoria colectiva, con una sana intención didáctica, incluso docente, si se tiene en cuenta la colección dónde ha sido publicada, la de Filmografías Esenciales de la Editorial UOC. Una colección que se está convirtiendo en el referente bibliográfico en las facultades de Comunicación Audiovisual, Periodismo y Cinematografía.
Sueños Eléctricos. 50 películas fundamentales de la cultura rock nos lanza, en un flashback con ambientación onírica, hasta el ya lejano 1955, y los títulos de crédito de Semilla de maldad , ese opening a ritmo de Bill Haley & The Comets y su Rock Around The Clock, convertido en hito fundacional del encuentro entre el entonces adolescente género musical y el ya maduro (y conservador) medio audiovisual. Desde aquí, las escenas se van sucediendo, mostrando no tanto la evolución de la música rock, como la evolución del propio género cinematográfico, sus tensiones y los subgéneros que intentan apartarse del camino marcado por las grandes majors. Producciones a la mayor gloria de los ídolos de primera generación (con Elvis como cumbre), cine documental “clasico” a la mayor gloria de los movimientos sociales contestatarios, cuando el rock todavía era sinónimo de rebelión (Woodstock [1970]), los inicios de la nostalgia ya en los mismos 70 (American Graffiti [1973]), biopics, rockumental, buenismo etnocentrista (en las pocas aproximaciones a músicas no anglosajonas: Buena Vista Social Club [1999]), reivindicaciones más o menos experimentales desde géneros híbridos de ficción documental, ya más cerca del momento actual de la metarealidad (The Devil and Daniel Johnston [2005] o Searching for Sugar Man [2012]), hasta llegar a esa barrera temporal de 2014, totalmente circunstancial, pero que si no fuera por el diseño de colección, podría haber dado como título un “Los primeros 60 años de cultura rock en el cine”.
Un hecho reseñable en la selección de Guillot es que de los 50 títulos, sólo tres de ellos hayan saltado las barreras de un público cautivo por la fascinación por la música o los géneros alternativos en el cine, para convertirse en éxitos (relativos o absolutos) de taquilla en su estreno, y en su posterior presencia en catálogos generalistas de videoclubs online, plataformas de streaming o programaciones de los cines de verano: Fiebre del sábado noche (1977), Granujas a todo ritmo (1980) y Alta fidelidad (2000). Una cuarta, presente por omisión, y por estar profusamente citada en la ficha de Generación Éxtasis (1999), Trainspotting (1996), sería el bis o bonus track posible de esta elaborada destilación en la que Eduardo Guillot ha trabajado con el esmero de los monjes benedictinos productores de los mejores licores espirituosos.
Se echa en falta (y esto es más un deseo que una errata detectada) que la altura del contenido de este volumen no venga acompañada de una colección con las películas seleccionadas, en alguno de los formatos disponibles ahora mismo: DVD, enlaces a plataformas de streaming, memorias flash.
Sobre ello le podréis preguntar a Eduardo Guillot el próximo sábado, en la presentación que hará de este Sueños Eléctricos. 50 películas fundamentales de la cultura rock, en la librería Pynchon&Co de Alicante, a las 12:00.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz