Echaron a andar con una propuesta muy sencilla para 300 personas en Puerto de Sagunto. El próximo 28 de septiembre arrancan en La Mutant su décima edición con bandas como Queralt Lahoz, Axolotes Mexicanos, Pipiolas, Los Manises y La Paloma
VALÈNCIA. El Truenorayo empezó como empiezan estas cosas: con grandes ilusiones, muy poco presupuesto y un público incierto. No nació como un festival, sino como una “feria del disco y la autoedición sonora”, de entrada gratuita, que ya en su primera edición incluía un cartel musical con bandas locales y nacionales y mucha presencia de mujeres. El criterio de selección denotaba el interés de Ada Díez y Lu Sanz, impulsoras de la iniciativa, por invitar a grupos con bastante runrún en los circuitos underground, pero totalmente desconocidos en las esferas más comerciales. Aquella primera edición, la de 2014, actuaron los madrileños Terrier, la banda barcelonesa Las Ruinas, los valencianos Tercer Sol -con su primera formación-, así como Teletexto y Acapvlco, dos proyectos muy subterráneos y diferentes entre sí, de los que surgió años más tarde el germen de un quinteto que sí lograría proyección nacional e internacional: La Plata.
La primera sede del Truenorayo fue el Casal Jove de Puerto de Sagunto, donde la ilustradora Ada Díez trabajaba como becaria. Presentó a sus jefes un proyecto personal que había ideado con su compañera, la dj y promotora musical Lu Sanz, para dar continuidad al objetivo que se habían planteado con el primer vinilo recopilatorio Hits with Tits: reivindicar el papel de las mujeres en la música a todos los niveles. Es decir, no solo como cantantes, sino también como instrumentistas, gestoras culturales, trabajadoras de producción y, por supuesto, ilustradoras. La nómina de artistas gráficas que han protagonizado la imagen del Truenorayo durante la última década habla por sí misma: Nicole Rifkin, Lola Beltrán, Adara Sánchez, Genie Espinosa, Sonia Pulido, Cristina Daura, Nuria Riaza, Ana Galvañ, María Herreros y la propia Ada Diez, que a su faceta de ilustradora y gestora cultural suma la de directora de arte de otros festivales como Cinema Jove.
“El primer Truenorayo fue ensayo y error -explican Ada y Lu-. Sabíamos lo que queríamos mostrar y, aunque nos faltaba encontrar los distintos caminos y los medios para poder hacerlo realidad, sentó las bases para determinar las líneas gráficas y ese afán exploratorio no solo respecto a la música, sino a la creación gráfica. Siempre nos ha parecido imprescindible que el Truenorayo tuviese una imagen con potencia. No olvidemos que la música, la ilustración y el diseño gráfico han ido continuamente de la mano. ¿Quién no recuerda portadas o pósters míticos de discos o conciertos? Hemos tenido la sensación que en algún momento se produjo una cierta desconexión, seguramente relacionada con el modo en que el capitalismo ha explotado el uso de lo gráfico, abusando del uso genérico de plantillas y restando importancia al valor añadido que supone el desarrollo de una imagen potente que muestre cosas distintas cada vez”.
La libertad creativa ha sido una constante a la hora de trabajar con cada una de las ilustradoras. “Marcamos ciertas bases en el briefing, pero dejamos libertad para que nos puedan ofrecer su propia visión del festival. Establecer ese vínculo de confianza en los profesionales nos parece imprescindible para obtener resultados que continuamente llaman la atención del público y ofrecen al festival un cartel que nunca deja indiferente. Siempre están llenos de ritmo y representan en conjunto una amplia diversidad de estilos”, apuntan las directoras. “Este año creemos que Nicole Rifkin ha conseguido una línea muy definida de inmensa personalidad; llena de ritmo y acompañada de una paleta cromática dinamizada cuya visión sinestésica nos presenta a una protagonista que disfruta con plenitud de la música”.
Los festivales de música generan con el paso de los años sus propios repositorios de anécdotas. Muchas de las que han marcado la historia del Truenorayo tienen que ver, curiosamente, con los estratos de las tormentas que anticipan la llegada del otoño en València. “Recordamos con un cariño especial la edición de 2017, en la que trajimos por primera vez el festival desde Puerto de Sagunto a València. Supuso un salto exponencial del que agradeceremos eternamente a la gente que lo hizo posible -recuerdan-. Sin embargo, las instalaciones de La Mutant estaban inutilizables por culpa de unas fuertes lluvias que sucedieron el año anterior, así que tuvimos que celebrar el festival al aire libre. Fue una edición muy especial. Un antes y un después marcadísimo”.
“También recordamos con especial ternura a Cariño, a las que programamos cuando solo tenían un videoclip. Nos encantaron desde el primer momento y decidimos traerlas. Nos alegra un montón ver cómo grupos que han pasado por aquí crecen y se consolidan”, añaden.
No se puede contar la historia del Truenorayo sin hablar también de sus oportunidades perdidas. “Lo maravilloso de ser un festival que se arriesga es que los managers te ofrecen curiosidades o propuestas distintas. Y a nosotras en 2018 nos ofrecieron a Rosalía, pero ya teníamos comprometido el line up y todo el presupuesto comprometido. Estuvimos debatiendo fuertemente cómo poder encajarla, pero al final no fue posible. En ocasiones, contar con un cartel corto tiene sus desventajas, aunque es cierto que la gente agradece poder disfrutar de todos los conciertos”.
Echando la vista atrás, ¿qué artistas les han sorprendido más gratamente a lo largo de estasis años? Ada y Lu citan, entre otras, a las portuguesas Pega Monstro: ”Tuvieron un directo arrollador. Ahora ese grupo ya no existe, pero una de las hermanas, María Reis, sigue en activo y recomendamos su escucha encarecidamente”. “Guardamos en la retina muchas son las actuaciones, como por ejemplo Soleá Morente, que protagonizó un cierre muy especial para una edición muy complicada, o Joan Miquel Oliver, que fue una fiesta.
El salto del Casal Jove de Puerto de Sagunto a La Mutant en València permitió aumentar su público de 300 a 800 personas. Sin embargo, a raíz de la pandemia el aforo descendió abruptamente, y nunca se recuperó del todo.
“Aunque hemos crecido mucho desde que empezamos en 2014, y queremos seguir haciéndolo, siempre hemos pensado que el Truenorayo debe ser un festival de medio formato, nos sentimos muy a gusto con ello. En realidad, el presupuesto no ha variado demasiado desde 2016 y nos encantaría poder contar con mayor capital para llevarlo a cabo incorporando más patrocinios públicos y privados, y así no tener que hacer malabares para recomponer el puzzle económico año tras año. Nuestro formato ideal sería entre 800 y 3.000 personas. Desde luego si crecemos, queremos mantener el mismo espíritu”.
No todos los festivales de pequeño y mediano formato consiguen alcanzar su décima edición. “La principal razón de haber llegado hasta aquí son las ganas de huir de lo clónico y demostrar que hacer cultura de una forma diferente, más integradora, es posible. El público ya se marca la fecha del Truenorayo en el calendario, aunque muchas de las propuestas que forman el cartel sean poco conocidas. Quizás esa es la esencia. La gente viene a descubrir bandas y contamos con un público muy fiel que año tras año va creciendo”.
Terminamos hablando del momento de cambio que se está produciendo en los equipos de gobierno del Ayuntamiento y la Generalitat, y en cómo puede afectar el relevo a las iniciativas culturales como el Truenorayo. “Es curioso, pero en muchas ocasiones sentimos cierta desconexión por parte de las instituciones. Por ejemplo, es significativo que un festival como el Truenorayo nunca haya recibido ninguna clase de apoyo desde Igualdad. Nos gustaría decir que todo es maravilloso pero la realidad es muy distinta. Durante la preparación de cada una de las ediciones anteriores, y la décima tampoco ha sido ninguna excepción, hemos contado con varios sobresaltos y contratiempos, pero hemos sabido sortear cada uno de los baches con los que nos hemos encontrado y mirar hacía adelante”.
“A veces nos hemos encontrado con falta de agilidad política o desconocimiento económico real de lo que cuesta hacer este tipo de eventos. Este año, por ejemplo, teníamos concedida una aportación que ya habíamos recibido anteriormente, pero se quedó congelada tras las elecciones. Recientemente nos hemos enterado de que no podremos contar con ella porque no llegan a tiempo a revisarla. La cultura no solo necesita capital para llevarse a cabo, también unos tiempos adecuados de programación y producción que pongan en valor a los profesionales que lo hacen posible. El acceso a las instituciones debería ser sencillo, rápido, eficaz. Debería poder llegar a cualquier ciudadano de a pie que tenga un proyecto interesante, y se debería contar con herramientas de apoyo para solucionar los posibles problemas con los que se puede encontrar por el camino. La cultura es transversal en la sociedad, y tiene muchas formas. En ocasiones no percibimos un festival de música como artes escénicas, pero lo son; vemos la ilustración como algo secundario, cuando precisamente València siempre ha tenido grandes nombres y momentos históricos relacionados con la misma. Por supuesto, entendemos que cuando se trabaja con dinero público tienes que tener una responsabilidad social en la que el retorno cultural debe estar acorde con valores que fomenten una mejor convivencia y creen propuestas interesantes, pensadas para la ciudadanía, más allá de los grandes eventos”.