OFENDIDITA / OPINIÓN

Fatiga preelectoral

16/04/2023 - 

VALÈNCIA. Hace muchos años, cuando yo todavía era una ingenua muchacha con un hatillo cargado de sueños, entre mis diferentes grupos de amigas comenzó lo que me gusta llamar La euforia del brownie. Por motivos que todavía escapan a mi entendimiento, ese bizcocho de cacao arrasaba entre mis congéneres. Era auténtica devoción lo que sentían por él. Un fervor que provocaba que en cada evento fuese el postre elegido para compartir entre todos. Si comíamos fuera, las otras propuestas de la carta no existían. Brownie, brownie, brownie por aquí y por allá. Si se celebraba un cumpleaños o una fiesta en una casa, al menos una persona aparecía con un brownie casero y me explicaba la receta. 

Si eran dos personas o más las que coincidían con el dulcecito, intercambiaban extasiadas sus trucos de cocina y luego también me explicaban sus respectivas recetas. Y aquí viene lo dramático del asunto: el dichoso brownie me produce una absoluta indiferencia. Ni fu ni fa. Si se pide por consenso me lo como, pero no se encontrarán en mí trazas de entusiasmo al respecto*. No es odio lo que siento por él, sino desidia. Si eres una de esas personas que hace diez años en una cena me contó su receta de brownie, lo confieso: me daba igual, fingía interés para sentirme integrada, lo siento muchísimo.

Me estoy acordando bastante estas últimas semanas del affaire del brownie, ya que siento de nuevo intensas oleadas de hastío hacia un asunto que me inunda con la misma intensidad y recurrencia como en su día lo hizo el bizcocho de marras. La nueva fuente de fatiga en mi corazón son las campañas electorales que cabalgan veloces hacia nosotros. Pereza, cansancio, desgana, sopor, hartazgo. Igual que en su momento desee compartir el frenesí que veía a mi alrededor cada vez que surgía un brownie en el horizonte, ahora me encantaría estar emocionada ante los comicios. Pero no hay manera, soy un saco de abulia. 

Ojalá poder exclamar con sinceridad que me hace muchísima ilusión la sucesión de mítines, actos pintorescos, debates y soflamas que nos esperan, pero la verdad es que me dan entre igual y absolutamente igual. Y esto aplica a las elecciones locales, las autonómicas y las generales. Nada, cero grados: ni frío ni calor. Ni antipatía ni simpatía: apatía integral. Otra vez las mismas frases hechas, la sobreactuación, las metáforas vacías, las consignas épicas, las poses afectadas y las fotos con diversos bebés en actos multitudinarios. Y también los navajazos internos, las rencillas, las cuitas que van colándose por el marco de la puerta, los discursos sobre grandes gestas que ahora sí que sí. 

Misterioso nigromante

Ya sabemos que os odiáis por algo que pasó hace cinco años, cinco meses o cinco minutos, me da igual. Sí, ya sabemos que tú lo vas a hacer muy bien. Ya sabemos que menganito muy mal, blablabla. Ya hemos estado allí, ya hemos recorrido esos caminos, ya nos hemos arrepentido de volver a quedar con ese ex. Ya hemos cometido todos esos errores. Ya lo hemos escuchado todo. Ya nos hemos montado en ese tren de la bruja en la feria, conocemos todos los monstruos con cachiporras que alberga. 

Con mucho gusto pagaría veinte euros a un misterioso nigromante de un misterioso bazar de misteriosos objetos mágicos para que lanzara algún conjuro y al despertarnos mañana ya hubiese pasado todo. Una siesta y, al día siguiente, ya hay investidura, ¡abracadabra pata de cabra! (así de paso, nos ahorramos también los teatrillos sobreactuados del pospartido). O, al menos, para ir directa al día de los comicios, pues todavía albergo la chiquitita esperanza de que por fin me toque estar en la mesa electoral, un deseo todavía no cumplido (No me miréis así. Me pirra un buen ritual colectivo, dejadme en paz).


Al contrario de lo que pasó con la fiebre del brownie, en esta apatía sé que no estoy sola. Observo a mi alrededor el desánimo ante el carrusel de comicios al que estamos a punto de subirnos. ¡Vamos, caballito, corre hacia ninguna parte!  No es enfado ni indignación, no son los tambores de la rabia. Tan solo es un ‘meh’ generalizado, una tremenda pereza. Porque todo lo que estamos oyendo de nuestros representantes políticos (o de quienes aspiran a serlo) ya lo hemos oído antes. Todo esto ya ha sucedido, esos supuestamente trascendentales puntos de inflexión ya los hemos cruzado, esos acontecimientos históricos ya han acontecido. Esas promesas ya se han hecho y, o no se han cumplido, o se han quedado a medio gas o son una pequeña excepción en un océano de tedio. Supongo que hay ciclos políticos de ilusión y ciclos políticos de desidia, hay que asumir que estamos atravesando uno de los segundos. ¿Y ahora qué? Me noto mirando la información electoral como una vaca que ve pasar trenes.

Si yo fuera uno de esos columnistas canallitas de extremocentro exaltado, ahora vendría un párrafo perdonavidas sobre estar de vuelta de todo, asumir resignados que todos los políticos son iguales y que en este mundo lo único que no te falla es tu marca de whisky favorita, tu guitarra y tu biblioteca. Y luego algo de la buena música y las malas mujeres. Afortunadamente (para mí y para el universo) no soy uno de ellos. Sé que sí importa quién gobierne y en qué condiciones lo haga; que la victoria de unos u otros afecta a nuestra trayectoria vital (y la del resto). Que no da todo lo mismo.

El fetichismo de las papeletas

Pero, más allá del fetichismo de las papeletas, los procesos políticos deberían resultar ilusionantes, llamar a la acción, a la conexión con la vida, con el otro y con los propios principios. Cualquier cosa excepto despertar esta fatiga colectiva. Ante unos comicios que te apelan directamente, una debería aspirar a cierto entusiasmo por la posibilidad, por la aventura, por los asuntos pendientes. O a una furia movilizadora, a un encolerizado anhelo de cambio. Por el contrario, el contexto actual me lleva a performar a Calamardo, el cínico y malhumorado compañero de trabajo de Bob Esponja en el Crustáceo Crujiente. Es desolador pensar que quizás vaya a votar con el mismo hastío con el que él despacha cangreburgers.

Si emular a Calamardo me preocupa, todavía lo hace más notar que es un sentimiento extendido, que no paro de encontrarme con Calamardos involuntarios. Y aquí, un temor: que la pereza hacia la política lleve a la desafección, la desafección a la antipolítica y la antipolítica pegue un par de volteretas y nos casque un gobierno neofascistoide en menos de lo que tardas en decir “Ni de izquierdas ni de derechas”. Porque la perspectiva del autoritarismo y la pérdida de derechos me parece todavía más perturbadora que haberme pasado parte de la juventud comiendo un postre que no me fascinaba demasiado

* Hace años, logré romper la espiral del silencio y confesé a mis amigas mi absoluta indiferencia hacia el puñetero brownie. No acaban de entenderlo, pero ahora les doy pena y a veces me dejan pedir tarta de queso.

Noticias relacionadas