ALICANTE. El Museo de Aguas de Alicante atesora los pozos de Garrigós, uno de los lugares más especiales de la ciudad que, hasta el 15 de enero, albergará el último proyecto del artista contemporáneo Aurelio Ayela, quien ha elaborada ex profeso para este emplazamiento la obra Hypogea. El hueco interior, que nace y muere con esta muestra. “Yo lo conocía mucho desde pequeño y, desde luego, ha cambiado mucho en estos años”, recuerda. Tiene toda una dimensión simbólica asociada a un espacio que, por su fisonomía, adopta significaciones a nivel de relación con el cuerpo. Cuando estás allí, estás en el seno de la montaña, y eso invita al planteamiento hipogeo. “Como un retroceso uterino hacia el encuentro profundo con uno mismo”, apunta el artista. En definitiva, lo que intenta hacer esta exposición, a través de tres temáticas que replantean nuestra relación con el mundo a través de la naturaleza y el ecosistema.
En la primera instalación, El reino caído, el autor nos habla de un caso muy concreto, sobre cómo la religión supuso un punto de inflexión para la destrucción de una especie que llevaba millones de años en la Tierra. La primera obra de Ayela es un relato de un ritual de culto y de luto por una muerte simbólica. La del sándalo de Juan Fernández.
A diferencia del sándalo oriental, que es un arbusto, este árbol que solo crecía en el archipiélago de Juan Fernández, en Chile, llegaba a medir hasta nueve metros. Su gran majestuosidad le hizo ser objeto de deseo para la elaboración de estatuas religiosas y relicarios, lo que llevó a su exterminio en poco más de siglo y medio. “Yo he llevado eso hacia el animismo, hacia un ritual animista de una relación más horizontal con lo vivo, rindiendo homenaje póstumo a esta especie que desapareció, paradójicamente, por la creación de Dios, pero destruyendo, desde la óptica cristiana, parte de esa creación de Dios”, describe el autor.
Solo quedan fotografías del siglo XX en blanco y negro de este árbol. Con la recreación de las hojas de este sándalo, que son muy representativas de esta especie, hace una corona invertida que flota encima una rama de este árbol posada sobre una acequia de piedra a modo de altar o pilastra. “Esta acequia, por la que discurría el agua, es un elemento de tránsito, que es justo lo que se está escenificando. Una etapa de tránsito por el mundo de esta especie. Una forma de vida que desapareció”, añade.
Esa idea repercute en las tres salas. Los tres pozos en los que discurre la exposición. Haciendo así una analogía con lo que ocurre con todos los cuerpos vivos cuando mueren, cuyo resto es la miasma, Ayela representa esto con un polvo luminiscente que indica el camino de la muestra. Esa sustancia, derritiéndose, va a través de uns grieta en la pared que se usaba antaño para medir el agua de los pozos. “Es una herida sangrante que se convierte en una transición hacia la disolución”, explica el artista.
La segunda parte, con una estructura de casi cinco metros de altura, nos habla de un pulso entre las religiones tradicionales y la ciencia, que define como la nueva religión laica. Ayela presenta una estructura que es en sí misma una competición entre el armatoste científico o el artilugio mecánico y los rodillos budistas de oración. Y es que una de las ideas hegemónicas de la contemporaneidad es que la ciencia nos salvará. Según explica el artista, la caída de valores religiosos trascendentes se ha desplazado ahora hacia la ciencia, cuando en realidad el rigor científico auténtico plantea que la ciencia no es una solución definitiva, sino que siempre hay una pregunta detrás de otra.
“Para mí, la patafísica, como la mística, tienen la cualidad de intentar ver una realidad distinta. Se apartan de la vanidad de tratar de estar en la cima de la creación, por parte de la religión, o de considerarse los ingenieros del mundo para moldearlo a nuestra conveniencia, por parte de la ciencia. Todo eso ha tenido las consecuencias que todos sabemos”, apunta. Por eso Ayela representa una máquina patafísica que es una alegoría paródica con la que hace referencia a este movimiento que se dedicaba al estudio de las soluciones imaginarias y de las leyes que regulan las excepciones. “Es como dedicar el ingenio humano a algo que no es funcional ni práctico, que no intenta ser optimizador, sino que tiene un espíritu casi infantil, por el juego. Un espíritu que siempre impregna todo mi trabajo”, reseña.
“La patafísica te dice que vuelvas a ser niño, que juegues con el barro, con las cosas que te ofrece la Tierra, por el simple hecho de sentir el privilegio de estar vivo y de estar aquí, pero no pretendiendo ser reyes, sino sencillamente estando involucrados en el mundo”, explica. De esa idea nace esta máquina que el artista denomina Rotor nistágmico de Ganser y que invita al público a interactuar con ella girando los rodillos. Hace un guiño al nistagmo, que es una patología del ojo que involuntariamente hace se mueva. Muy pocas personas pueden controlarlo. “El caso más conocido es el de la artista Marujita Díaz, que hacía con los ojos chiribitas”, cuenta Ayela, que relaciona esta acción con la representación del éxtasis o con un momento de máxima hipérbole entroncando ese éxtasis místico o fascinación plena con el humor.
“Esta máquina, que parece un depósito de agua dentro de un pozo, algo absurdo, y a su vez parece un generador por los rodillos, algo que se relaciona con el poder de eliminar la energía negativa y concentrar la positiva, pues, establece un vínculo entre lo lúdico, la mística y la capacidad del hombre de moldear todo”, describe. Pero también lo relaciona con el síndrome de Gangser, un trastorno disociativo que presentan algunos presidiarios que se caracteriza por la emisión de respuestas erróneas a preguntas para fingir un estado mental patológico que les lleve a la libertad. A veces, sin llegar a descubrir si es un trastorno real o inventado.
La última instalación lleva la idea global de la muestra al extremo a través de un reto absurdo plasmado en un vídeo. El desafío, que a su vez tiene una enorme carga simbólica, consiste en levantar una pila de platos debajo del agua, en el fondo del mar. Una columna conmemorativa que es una excusa visual, pero también una metáfora del tradicional monumento bélico que se erige tras una gesta. “Normalmente suele hablar del triunfo de un pueblo sobre otro, de la conquista de un territorio o de un logro urbano”, explica. La más conocida quizá sea la columna de Trajano.
En el vídeo, Columna de agua y platos, se observa esa pila rodeada de peces que la han integrado en su hábitat. De fondo, se escucha un sonido que automáticamente te lleva a ese entorno marino. Es el sonido del agua, pero no es el mar. He ahí la trampa de Ayela. Se trata un lavavajillas en funcionamiento. El mar, lavavajillas de la humanidad.