EL CAMPELLO. La Guía Repsol ha distinguido a El Gato Blanco, en la playa de Muchavista, en El Campello, con un Solete, un reconocimiento reservado a esos lugares que enamoran por su luz, su calidez y esa manera honesta y personal de cocinar que hace que uno quiera volver. Espacios con alma, donde el ambiente, el producto y la sensibilidad construyen una experiencia que trasciende lo gastronómico.
El distintivo reconoce, precisamente, la magia de lo cotidiano bien hecho: esos rincones donde no hace falta artificio para emocionar, porque la verdad se encuentra en el gesto, en la atención, en un plato preparado con calma. Esa ha sido siempre la esencia de El Gato Blanco, una casa luminosa frente al Mediterráneo donde cada día comienza escuchando lo que trae el mar y lo que ofrece la tierra. "El Solete es para nosotros una chispa enorme", ha afirmado Federico Pian, chef y propietario. "Se parece a la sonrisa de un cliente cuando se despide agradecido y feliz, un gesto que te impulsa a seguir y que reafirma que el trabajo está bien hecho. Nos emociona que una guía con el prestigio y la trayectoria de Repsol reconozca nuestra manera de entender la cocina", ha descrito.
La cocina de Federico Pian, chef y propietario de El Gato Blanco, es mediterránea en su sentido más amplio. No se limita a las recetas tradicionales españolas, incorpora los aromas del Magreb, la frescura italiana, la delicadeza griega, las especias del Levante y ese lenguaje compartido por todos los territorios que se asoman al mismo mar. Cada plato contiene una historia y, a la vez, una forma íntima de mirar al Mediterráneo.

- El Gato Blanco
Cada jornada, Fede construye un menú degustación que ya se ha convertido en una de las señas de identidad del restaurante. Un recorrido que comienza con dos aperitivos, seguidos de dos entrantes para compartir, pequeños preludios que van cambiando según el latido de la lonja y del mercado. Después, el comensal elige un principal, ya sea un arroz, un pescado o una carne, siempre preparado con el respeto que exige el producto del día. El viaje culmina con un postre sereno, pensado para cerrar la experiencia con equilibrio. Y, como en todas las casas honestas, el pan y el agua se integran de manera natural en la mesa. Todo ello por 38 euros, una manera de reivindicar que la cocina mediterránea, cuando se hace con verdad, debe permanecer accesible, cercana y profundamente emocionante.
La experiencia se completa en un espacio que refleja esa misma sensibilidad: decoración amable, materiales naturales, líneas limpias y una terraza abierta al mar durante todo el año. La luz entra generosa, las mesas se llenan de conversación y, como dicen muchos clientes, aquí el reloj parece olvidarse del tiempo. La carta de vinos, compuesta por referencias curiosas y pequeños proyectos personales, acompaña cada plato sin imponerse, en un diálogo sutil con el menú