El policía que disparó contra Mike Brown hasta causarle la muerte tras pararle y mantener supuestamente un forcejeo, se justificó ante los medios explicando que el muerto le miró muy mal, era una mirada muy intensa en la que él sintió ver al demonio, nada menos. Con estas excusas eludió a la justica y sus compañeros llevaron pulseritas con su nombre. Un documental recoge cómo los habitantes de ese barrio protestaron por todos estos abyectos atropellos hasta hacer intervenir a la guardia nacional
VALÈNCIA. Qué pequeño es el mundo, este documental, Whose Streets, muestra imágenes de las revueltas de Ferguson tras el asesinato a manos de la policía de Mike Brown, cuyo delito fue andar por la calle. Cuando los afroamericanos que protestan contra la policía cantan la canción que da título a la película, estrenada el 1 de agosto de 2017, ningún español que vea esas escenas puede permanecer indiferente. Los manifestantes gritan "this is what democracy looks like" con la misma melodía de 'Els carrer seran sempre nostres', que tampoco es original. La letra sale de 'Whose streets? Our streets!', más antiguo aunque también lo corean los manifestantes de Ferguson. Eslóganes importados que, al final, en España desembocaron en ese momento tan especial en el que el que fue miembro del gabinete del alcalde franquista de Barcelona durante diez años entonó el híbrido total de 'Este país será siempre nuestro'.
Pero la historia en Ferguson no admite analogías. En un momento se cita a Malcolm X: "Si me clavas un cuchillo en la espalda de 22 centímetros y lo sacas seis pulgadas, no hay progreso. Si lo sacas entero, eso no es progreso. El progreso está curando la herida que causaste. Y ni siquiera han sacado el cuchillo y mucho menos han curado la herida. Ni siquiera admitirán que el cuchillo está allí". En unos barrios en el que las familias tienen padres drogadictos y analfabetos, sin recursos prácticamente para la educación, los niños salen de la escuela sin casi saber leer. Estos barrios tienen las peores escuelas del país cuando deberían tener las mejores para compensar la situaciones derivadas de la pobreza que sufre la población.
En este contexto, la policía asesinó a una persona desarmada que iba por la calle. Mientras el chaval estaba tirado en el suelo desangrado, su madre no podía acceder para estar a su lado. El cordón policial se lo impedía y los agentes, como en un mantra robótico, repetían que se calmase. Calmarse cuando acaban de matar a tu hijo por darse un paseo.
Con el cadáver caliente, la policía, explica el reportaje, rompió las cámaras que vigilaban las calles desde cada esquina. Cuando llegó el personal médico y los forenses a levantar el cadáver, este se cubrió con sábanas para que nadie pudiera ver lo que hacía. La investigación posterior aclaró que la identificación se produjo al ser Brown sospechoso de robar un paquete de tabaco. En las protestas, como ya ocurriera en las tristemente célebres revueltas raciales de Los Angeles en 1992; aquí, en el barrio de St Louise, hubo quien aprovechó para saquear tiendas y comercios, romper las lunas y llevárselo todo. Al final tuvo que aparecer la guardia nacional e imponerse un toque de queda para poder contener las protestas.
Por ahí llega una paradoja que ponen de manifiesto los autores, Sabaah Folayan y Damon Davis, los medios se centran en grabar las tiendas en llamas o dañadas por los saqueadores. Los informativos de televisión ponen ahí el acento, se quejan de la algaradas y, como dicen los periodistas, parece que les molesta más, o que es un problema mayor, un edificio en llamas que un negro muerto a tiros por el mero delito de caminar. El departamento puso eso como excusa, parece que tuvieron que actuar porque Michael Brown estaba bloqueando el tráfico al andar.
No obstante, el objetivo de la policía cuando reprimió las protestas no eran solo los vecinos, también se atacó a los periodistas. Como revelan estas imágenes, a veces con gases lacrimógenos disparados exactamente a los puntos donde cada equipo había situado sus cámaras.
Gas lacrimógeno, balas de goma y tácticas militares para reprimir las protestas, esto es lo que se encontraron los vecinos, que ante los reporteros cuentan historias curiosas. Resulta que sufrían una acumulación de multas en la carretera de acceso a sus hogares absolutamente disparatada. Tenían que conducir a 70 muertos de miedo por si les paraban. De hecho, solían hacerlo igualmente y les multaban con dureza. Si no podían hacerse cargo del monto la sanción, los encarcelaban. Algo que los propios ciudadanos con una educación tan pobre como sus cuentas bancarias no se cansan de denunciar que es anticonstitucional.
Muchos de ellos, por culpa de estas multas y privaciones de libertad, pierden el trabajo. Pero por lo que parece las autoridades estaban borrachas de impunidad antes de producirse el lamentable suceso. Escritores policiacos como Don Winslow, por su parte, imputan este problema, que se maten ciudadanos desarmados, a que los nuevos agentes no tienen preparación alguna ni controles psicológicos que restrinjan su acceso a algo tan sensible como los cuerpos y fuerzas de seguridad. Un incidente absurdo como este, en el que un policía con experiencia hubiese sabido manejar la situación, acabó a tiros.
Con todo, las escenas más impresionantes que recoge Whose Streets son aquellas en las que los afroamericanos solo tienen como eslogan "¡Somos humanos!". Acciones que se producen mientras alguien quema todos los objetos y ramos de flores depositados para recordar al finado en la calle. Un entrevistado protesta ante la cámara y confiesa que todas las familias en Ferguson tienen casos en los que algunos de sus miembros han sufrido violencia policial.
Y para culminar el horror, la entrevista a Darren Wilson, el autor de los disparos. Dice que es una persona normal, que lo que más le gusta es hacer actividades en familia. Pero que aquel día, cuando disparó a Brown a sangre fría, le pareció ver a un demonio por cómo le miraba. Antes del segundo disparo que le mató, ya estaba proyectando sobre él "una mirada muy intensa". En consecuencia, lo mató. La justicia se lavó las manos y sus compañeros lucieron pulseritas con su nombre. Esa es la pena del documental, que se centra en los que protestan, los que no aceptan, pero la noticia se encuentra en los freaks que defienden que lo ocurrido tiene sentido alguno.
Se bromeaba hace años con la noche de los unfollow largos en Twitter conforme se fue recrudeciendo el procés en Cataluña. Sin embargo, lo que ocurría en las redes se estaba reproduciendo en la sociedad catalana donde muchas familias y grupos de amigos se encontraron con brechas que no se han vuelto a cerrar. Un documental estrenado en Filmin recoge testimonios enfocados a ese problema, una situación que a la política le importa bastante poco, pero cambia vidas