VALÈNCIA. La playa como cementerio es algo que, desgraciadamente, estamos viendo en los últimos años en los que el Mediterráneo se ha convertido en sepultura de tantos y tantos cuerpos que dejan de existir en aquel microcosmos acuático. La playa es, más bien, un sitio de recreo y de disfrute. Hay playas y playas, naturalmente. No todas son paradisíacas ni solitarias. Hay playas tan concurridas que cuesta encontrar un rectángulo de arena propio.
Y allí, en una playa en invierno encontró la muerte Pier Paolo Pasolini, el escritor y cineasta italiano que había utilizado ese mismo paisaje para ambientar algunas de sus novelas más conocidas: Muchachos de la calle, una novela que narra la vida de un grupo de jóvenes muchachos en los suburbios romanos. Riccetto, Caciotta, Lenzetta, Alduccio son algunos de los protagonistas.
Ambientada en los inicios de la década de los 50, Roma y su periferia aparece como escenario de todo tipo de aventuras impregnadas en miedo y tragedia.
Ostia, por su parte, tiene una vida muy anterior a ese paisaje en el que Pasolini encontró la muerte. Ostia Antica era una antigua ciudad romana en la costa del mar Tirreno que siempre tuvo la función de puerto. Su enclave era preciso: en la boca del río Tiber. Actualmente pueden verse restos de edificios que datarían del siglo III a.C.
Una segunda vida de Ostia cobraría sentido durante la época del fascismo italiano, cuando se realizaron algunas excavaciones arqueológicas. Al mismo tiempo, comenzó a edificarse una villa, un pequeño pueblo playero que recibía el nombre de Lido di Ostia, es decir, Playa de Ostia. Fue entonces cuando se la comenzó a considerar la Playa de Roma. El gobierno de Mussolini construyó, además, una carretera para llegar directamente desde la capital hasta la playa. Y el tren, por supuesto, también llegaba a ese lugar al que se comenzó a llamar 'el Balneario de Roma'.
Los meses de julio y agosto en Roma son impracticables, de modo que tener un refugio acuático a sólo 30 kilómetros era perfecto para los ciudadanos romanos que llenaban la arena los fines de semana, algo muy similar a lo que hacemos los valencianos en la Malvarrossa o la Patacona, con la diferencia de nuestra cercanía al mar.
Uno de los lugares más fascinantes de la Ostia romana es el Parque Arqueológico de Ostia Antica, un conjunto de restos arqueológicos perfectamente conservados en los que casi puede reconstruirse visualmente aquella ciudad. La Ostia más moderna, la que construyó el fascismom tiene grandes avenidas y hoteles insertados en un largo paseo marítimo. Esta Ostia moderna en la que viven alrededor de 80.000 personas es, también, uno de los lugares en los que la mafia sigue operando. La novela Suburra, escrita por Carlo Bonini y por el juez Giancarlo Di Cataldo(publicada en Roca Editorial) retrata bien este lugar peligroso. La novela fue llevada al cine por Stefano Sollima y después ha sido adaptada a serie de televisión por Netflix con dirección de Barbara Petronio.
En todos esos relatos literarios y audiovisuales puede percibirse que la playa y, sobre todo, todos los negocios que se generan a su alrededor son la fuente de ingresos de familias que vienen repartiéndose el botín desde 1924, cuando Mussolini inauguró las comunicaciones entre la playa y el centro de la ciudad. Los negocios relacionados con el alquiler de hamacas y sombrillas, así como los bares, las duchas o los restaurantes, las piscinas y las pistas de juego son regentadas por las mismas familias desde hace décadas.
Dos de las calles esenciales del municipio, Via Claudia y Via dei Misenati, siguen transitadas por oriundos que leen cada día en periódicos cómo se suceden los tiroteos, los ajustes de cuentas y las extorsiones entre las bandas criminales y los políticos.
Otra de las plagas -literalmente- que se vive en Ostia es la de las ratas. Un día, una mujer fue mordida en un pie por una de estas ratas mientras estaba de noche en una terraza. Se convirtió en una gran conmoción y pocos volvieron a salir a partir de esa fecha al aire libre.
Pero si por algo es conocida esta playa es por el asesinato de Pier Paolo Pasolini el 2 de novimbre de 1975. Fue en el Idroscalo, una laguna en la que los hidroaviones amerizaban de vez en cuando. Ya en novelas anteriores como esta de Chicos en el arroyo, Pasolini describía la íntima relación que existía entre la adolescencia y el agua:
Una veintena de arrapiezos se agolpaban en el trampolín, y las primeras zambullidas comenzaron: carpas, piruetas y saltos mortales. iUn trampolín de apenas metro y medio! iY un chaval de seis años era capaz de tirarse de él! De vez en cuando, se paraba algún transeúnte para mirar desde lo alto del Ponte Sisto. Desde encima del muro de contención, un chaval sin dinero para bajar observaba, sentado a horcajadas sobre el parapeto acariciado por las ramas lloronas de los plátanos. La mayoría de los chicos estaban todavía en la arena o en la hierba escasa y quemada, al pie de la muralla.
En el año 1975 y tras un misterio que -para algunos- sigue irresuelto, Pasolini encontraba la muerte en aquella playa. La pineda de Ostia de utilizaba por parte de la banda de la Magliana para quemar los cadáveres de sus víctimas. El único acusado del asesinato del cineasta fue Giuseppe Pino Pelosi, un chaval de 17 años que provenía del lumpen romano. Se le conocía como El Rana y le infringió tal golpiza a Pasolini que una patada en los testículos le provocó una hemorragia interna brutal. Fue atropellado por su Alfa Romeo y acabó hecho un amasijo de huesos y músculos y sangre. Es imposible pensar de qué modo, aquel lugar magnífico acabó siendo el tapete sobre el que podía verse con detalle el cuerpo lacerado de uno de los mejores hombres de Italia.