VALÈNCIA. A veces, una quisiera vivir en ciertos libros. Me sucedió hace unos meses con Verano en Baden-Baden, una novela de Leonid Tsypkin, publicada en la editorial Seix Barral. El libro está dividido en dos grandes arcos temporales: el de 1867, cuando se reconstruye el viaje que hicieron el escritor ruso Dostoievski y su esposa Ana Grigorievna por distintas capitales de Europa. El otro sucede en un presente sin fecha en el que se narra el viaje del Tsypkin desde Moscú a Leningrado, reconstruyendo y revisitando la obra de Dostoievski con la ayuda de los diarios de Ana.
La propia historia de la novela merecería un relato, ya que fue escrita entre 1977 y 1980 y fue publicada por un semanario en Nueva York en 1982. Su autor jamás pudo ver el éxito de una novela que fue traducida a más de catorce lenguas. Tsypkin era un científico nacido en 1926 en el seno de una familia de médicos judíos de Minsk que sentía una devoción extrema por el autor de Crimen y Castigo. En su libro En la ciudad líquida (Caballo de Troya), Marta Rebón se pregunta el motivo del turismo literario que practicó Tsypkin y que es el motivo de esta serie estival:
¿Por qué sentimos la necesidad de pasear por las mismas calles que recorrieron los artistas que admiramos, sentarnos a su mesa, mirar por la ventanas de sus escritorios, tomar un café en el local que frecuentaron y entrar en las habitaciones donde los embargó la felicidad más inmensa o la tristeza más desconsolada?
Dostoievski y Anna Grigoryevna pasaron cinco semanas agitadas en Baden-Baden, con su fortuna y su futuro montado en el giro de la ruleta. Baden-Baden era un lugar en el que se encontraban los aristócratas rusos. Todos ellos rivalizaban para ver quién se había construido la mansión más grande, con grutas, cascadas, jardines y estatuas. Baden-Baden se convirtió en el lugar favorito del juego cuando en 1809 se inaugura el primer casino que estaba decorado con porcelanas y lámparas de cristal. Allí, Dovstoievski dará rienda suelta a tu pasión por el juego, con la ruleta. "Es de lo más simple y tonto: únicamente es preciso ser dueño de uno mismo y, sean cuales sean las peripecias de una partida, evitar quemarse". Así lo escribió en su famoso libro El jugador, pero lo cierto es que el autor jugaba sin ningún control. Así debió ver por primera ver Dostoievski el casino de Baden-Baden, según queda recogido en la novela:
Cuando entré en la sala de juego (por primera vez en mi vida) dejé pasar un rato sin probar fortuna. (...) Confieso que me latía fuertemente el corazón y que no las tenía todas conmigo; muy probablemente sabía, y había decidido tiempo atrás, que de Roulettenburg no saldría como había llegado; que algo radical y definitivo iba a ocurrir en mi vida. Así tenía que ser y así sería. Por ridícula que parezca mi gran confianza en los beneficios de la ruleta, más ridícula aún es la opinión corriente de que es absurdo y estúpido esperar nada del juego. ¿Y por qué el juego habrá de ser peor que cualquier otro medio de procurarse dinero, por ejemplo, el comercio?
La estancia de los Dostoievski en este famoso lugar reproduce el previsible patrón de sus desventuras de juego. Fue allí donde se produjo una de las anécdotas más conocidas de las letras rusas. A veces se ha pensado que la disputa entre estos dos hombres tenía implicaciones socioculturales, pero lo cierto es que todo pudo ser fruto del estado ansioso y delirante del jugador Dovstoievski.
El escritor aristócrata Iván S. Turguénev tenía una casa en Baden-Baden. Allí entablaron cierta conversación y el primero decidió darle a leer una obra suya al segundo. Dovstoievski estaba tan absorto por el juego que no la leyó. Es más, según contó en alguna ocasión, acabaría pidiendo dinero a Turguénev para saldar sus variadas deudas. Y lo cierto es que Turguénev detestaba a los jugadores empedernidos. Su novela Humo es muy ejemplo de ello. Toda esta novela tiene como escenario Baden-Baden.
En los salones de juego, en torno de los verdes tapetes, se amontonaban las mismas caras de siempre, con la misma expresión estúpida, avariciosa, consternada, casi feroz, con ese aspecto de ratero que la fiebre del juego presta a las facciones más aristocráticas.
Allí, un misterioso protagonista llamado Litvinov, calificado como positivo, esforzado y discreto, descansará en Baden-Baden hasta la llegada de su prometida. Hasta esta ciudad «se arrastran [...] como cucarachas» todos los sectores de la sociedad rusa.
Litvinov quedó pensando en todo aquello, que le recordaba la soledad desolada de las estepas y la existencia sorda y triste que allí se soporta; y le pareció admirable leer aquella carta precisamente en Baden. En tanto, hacía tiempo que habían dado las doce de la noche. Litvinov se acostó y apagó la luz, pero no pudo conciliar el sueño. Los rostros que había visto, las discusiones que había oído se agitaban en su cabeza ardiente y alucinada.
El matrimonio Dostoievski sólo pudo alquilar alojamientos modestos en Baden-Baden. Anna estaba embarazada y, según recogen sus diarios, vivió esta fiebre de su marido con estoicidad. Fiodor robaba dinero y joyas a su mujer para empeñarlas luego. En aquel tiempo Anna empezó a practicar su francés para poder traducir obras que supusieran nuevos ingresos en la familia.
Aquel estado febril de Fiodor le provocó epilepsia y Anna recoge en sus diarios lo que uno de esos ataque suponía: "Le limpié el sudor de la frente y la espuma de sus labios, y el ataque duró muy poco tiempo y, además, no parecía severo. (…) Mientras, poco a poco, recuperó la conciencia, besó mis manos y luego me abrazó . . . Me presionó apasionadamente contra su corazón, diciendo que me amaba como un loco, y simplemente me adoraba”.
El jugador acabó siendo una de las obras más conocidas del autor ruso. Allí volcó toda su experiencia en esta ciudad que tiene joyas de obligada visita como las Termas de Caracalla, el astillo de Hohenbanden, el Casino o el Museo Fabergé. Todo ello hagánlo con los diarios de Anna en la mano, con El Jugador de Dovstoievski y con la fascinante novela de Leonid Tsypkin en la maleta.