VALÈNCIA. Si Turín nos parece una ciudad tan triste es porque en ella se suicidó Cesare Pavese. “En Turín lloviznaba. Todo estaba fresco, melancólico y neblinoso; de no haber estado en marzo hubiera dicho que estábamos en noviembre”, escribiría Pavese en su novela Entre mujeres solas. También se refirió a Turín como una ciudad de gente vieja.
Turín y Trieste son ciudades hermanas: ambas son italianas con corazón germánico. Ambas con niebla densa y tez gris. Ambas enormemente literarias. Metaliterarias. Turín era, por ejemplo, la sede de la editorial de Giulio Eunadi. Instalada en la Via Arcivescovado, esta editorial tuvo como empleado ilustre a Pavese.
En su diario recogía así lo que significaba esta ciudad de “la fantasía, por su aristrocrática perfección compuesta de elementos nuevos y antiguos; ciudad de la regla, por la ausencias absoluta de discordancias en lo material y en los espiritual; ciudad de la pasión, por su benévola propiciación de los ocios; ciudad de la ironía, por su buen gusto por la vida; ciudad ejemplar, por su sosiego rico de tumulto”.
Quizás no haya una novela que refleje mejor ese Turín crepuscular que El bello verano, una novela escrita en la primavera de 1940 y publico en 1949. Tal y como contaba el propio Pavese, este libro narraba la historia de una virginidad que se protege. El relato cuenta la pérdida inevitable de la inocencia. La protagonista es una ingenua adolescente que, poco a poco, en aquel verano gris, va entrando en la edad adulta. Hay algo de la bohemia artística turinesa en la novela, pues Ginia -la protagonista- se enamorará de un joven pintor.
Es el inicio de un amor desesperante, cargado de expectativas e ilusiones vanas, destinado a durar lo que dura una estación. Una novela intensa y delicada que narra la iniciación a la vida en la etapa que marca, con el descubrimiento de los sentidos y de las tentaciones, el paso de la adolescencia a la madurez y a la conciencia del propio e inevitable destino.
Cesare Pavese nació en Santo Stefano Belbo, pequeño pueblo del Piamonte italiano, en 1908. Retraído y tímido, sus momentos más felices se los proporcionaba la lectura y los paseos largos. Escribió su tesis sobre el poeta Walt Whitman y fue entonces cuando se dedicó la crítica literaria y a la traducción de obras de escritores norteamericanos.
Lungo Po es el puente por el que Pavese paseó antes de su suicidio, uno de los más famosos de la historia de la literatura. El suicidio tuvo lugar en el Hotel Roma y el diario de Pavese lo recoge con todo el temblor que debió experimentar. Era el 18 de agosto de 1950 cuando escribía:
Siempre sucede lo más secretamente temido.
Escribo: Oh Tú, ten piedad. ¿Y después? Basta con un poco de valor.
Cuanto más preciso y determinado es el dolor, más se debate el instinto de vivir, y se debilita la idea del suicidio.
Parecía fácil, al pensarlo. Y sin embargo hay mujercitas que lo han hecho. Hace falta humildad, no orgullo.
Todo esto da asco.
No palabras. Un gesto. No escribiré más.
De hecho, los intelectuales, escritores, filósofos y pensadores que pasaron por aquí son los protagonistas de una ruta literaria que tiene como escenarios los cafés, calles y monumentos que conmemoran su presencia en Turin. Aquí, por ejemplo, vivió y escribió la mayoría de sus aventuras Emilio Salgari o Luigi Pirandello. Por lo hablar de la gran Natalia Ginzburg.
Ellos no hablaron tanto de otra de las grandes virtudes de esta ciudad: su extraordinaria gastronomía, compuesta por pastas y quesos deliciosos. Turin es el centro de la cocina piamontesa. Allí se creó la famosa Nutella que tantos niños -y adultos- toman en cualquier parte del mundo. Turin fue capital de Italia entre 1861 y 1864. El gobierno se trasladó después a Roma pero allí quedaría siempre una de sus marcas más internacionales: los coches Fiat.
No olviden visitar el Museo Egipcio de Turin ni las plazas de La Consolata o Vittorio Emanuele pero, sobre todo, la de Carignano, allí donde Nietzsche protagonizaría una de las anécdotas literarias más misteriosas: un cochero estaba pegando a su caballo y entonces el filósofo se abraza al cuello del caballo y le susurra unas palabras que todavía algunos tratan de dilucidad: “Madre, soy tonto”. Después volvería a su casa y perdería el habla durante 10 años hasta 1900, año en el que murió.
Algo hay en Turin del orden de lo esotérico y misterioso, es decir, de lo más puramente literario.