Aunque las programaciones de abono parecen ignorarla en buena medida, de vez en cuando la reencontramos. El martes 18 fue una de ellas, con el magnífico dúo de Gautier Capuçon al violonchelo y el pianista Samuel Parent
VALÈNCIA. Se dirá que puede oírse con frecuencia música de cámara en la Sociedad Filarmónica, pero es ésta una entidad privada, en la que se precisa estar suscrito para poder asistir. Se dirá, también, que el mismo Palau de la Música la programa, pero sólo a partir de grupos jóvenes o locales, aunque algunos sean prometedores. Se dirá que en el Palau de Les Arts también se interpreta... dos o tres veces al año. O que otras entidades organizan conciertos de este género... de vez en cuando.
La música de cámara recoge, sin embargo, algunas de las partituras más depuradas de cada compositor, partituras donde se huye de lo espectacular para adentrarse en los rincones más profundos del arte. No quiere decirse con ello que la ópera o la música sean más superficiales que estas creaciones para pequeños grupos. Pero al disponer de un número mayor de ejecutantes y de una paleta tímbrica más colorida, resulta más fácil deslizarse, en ocasiones, hacia terrenos donde el brillo prima sobre la sustancia.
Menos posibilidades tiene, por ejemplo, un cuarteto de cuerda (con cuatro instrumentos de la misma familia, donde ninguno de ellos cumple una función de simple “relleno”), para alejarse demasiado de la música en estado puro, ocupándose de los efectos más aparentes (difíciles de conseguir en su caso) o dejándose llevar por el virtuosismo vacuo.
Y, sin embargo, hay mucha tacañería en la oferta camerística que disfruta la ciudad de València. Es verdad que el público no suele llenar los recintos con el mismo entusiasmo que cuando se ofrecen otros géneros. Con el dúo Capuçon-Gautier la sala Iturbi del Palau de la Música estaba a media entrada. O poco más. Pero los que asistieron disfrutaron mucho. Tanto o más que con una gran orquesta. Y cuesta bastante menos: un dúo de primerísimo nivel se pudo escuchar por un precio que oscilaba entre los 20 y los 10 euros.
Lo que no tiene sentido es que un recinto que se quiere abierto a todo tipo de músicas, discrimine precisamente uno de los géneros donde la clásica se expresa con mayor pureza. Porque sí que existe un público aficionado a la música de cámara. Y ese público tiene derecho a escuchar también a grupos de otras ciudades y países, como se escuchan asimismo orquestas propias y ajenas. Se cuenta, por otra parte, con una sala en el Palau –la Rodrigo- que se construyó precisamente para albergar la actuación de estas agrupaciones pequeñas. El repertorio camerístico se beneficia, además, al desarrollarse en un recinto también pequeño, porque tal dimensión facilita la intimidad y cercanía entre intérpretes y oyentes.
Tres sonatas para violonchelo y piano fueron interpretadas por Gautier Capuçon y Samuel Parent, pero no se siguió en el programa un orden cronológico. Empezaron por la de Debussy, estrenada en el verano de 1915. Siguieron con la primera (op. 38) de las dos que compuso Brahms para este par de instrumentos, empezada en 1862 y concluida dos años después, tocando tras el descanso la de Rajmáninov (op. 19), que data de 1901. El dúo se desenvolvió, en todas ellas, con un ajuste encomiable y, lo que importa más aún, mostrando una gran compenetración en la forma de traducir a tres compositores tan diferentes.
Gautier Capuçon hizo sonar su violonchelo de una manera embrujadora. Desde la primera nota de ese Debussy atenazado ya por el cáncer y traumatizado por la Gran Guerra. La sonoridad resultó absolutamente redonda, con unos graves de una profundidad tremenda, y una igualdad impecable entre los registros (esa homogeneidad, tan difícil de lograr, en la voz humana y en instrumentos como el chelo). Brindó todo un catálogo de matices y de ataques que le permitieron acoplar, sin discordancia alguna, la elegancia con la que rememoraba a los compositores franceses del XVIII con los ecos hispanos presentes en la obra.
Junto a todo ello, ni Capuçon ni su compañero se olvidaron de la modernidad estilística, ni de la espartana sencillez que recorre la composición (incluida en un grupo de seis que la muerte le impidió completar), ligándola a los mencionados anclajes en Rameau y Couperin. Poesía y delicadeza estuvieron siempre presentes, aunque hubo momentos de sincera agitación, sobre todo en el segundo movimiento. La afinación del violonchelo fue impecable, y el piano se ciñó perfectamente al segundo plano que Debussy le asigna en esta obra, sin que ello le impidiera secundar de maravilla el seductor fraseo del chelista.
Brahms, el gran amante de esas sonoridades "graves pero no tanto" de las que disponen viola y clarinete, también se adentra con instinto en los recursos del violonchelo, un instrumento que puede ser "agudo pero no tanto", extrayendo todos los colores de su gama, y convirtiéndolo, en el ámbito expresivo, en un temible competidor de la voz humana. Capuçon es, hoy en día, uno de sus grandes intérpretes, y, naturalmente, sabe hacerlo cantar. Toca, además, un maravilloso Matteo Goffriller de 1701, cuyo sonido es realmente difícil de describir con palabras. La sonata en mi menor de Brahms no otorga tanta primacía al violonchelo sobre el piano como la de Debussy, aunque sigue conservando un mayor nivel de iniciativa. En cualquier caso, la sintonía entre ambos siguió resultando excelente.
Tras el descanso, la Sonata de Rajmáninov, grandísimo pianista, no pudo ocultar la querencia del compositor por su instrumento, que apareció en verdadero pie de igualdad frente al violonchelo. Y fue en esta obra, quizás, donde Samuel Parent, de técnica impecable y maneras exquisitas, se quedó algo corto, no en cuanto a volumen, sino en algo tan inmaterial como eso que llamamos presencia: pudo faltarle a su piano, para servir mejor al compositor ruso, un punto más de iniciativa o de liderazgo, igualándose así al violonchelo de Gautier Capuçon.
Hubo luego dos regalos: un arreglo para chelo y piano de la Meditación de Thaïs (Jules Massenet) y, en segundo lugar, el animado segundo movimiento de la Sonata pata violonchelo op. 40 de Dmitri Shostakóvich, que acabaron de hacer las delicias de los asistentes.
Gautier Capuçon fue designado como artista residente del Palau de la Música para esta temporada. Además de la actuación en dúo del pasado martes, tendrá otra con la Orquesta de Valencia el 10 de mayo, interpretando el Concierto para violonchelo de Elgar. Y ha protagonizado, asimismo, dos clases magistrales, a las que han asistido un total de 150 estudiantes de los tres Conservatorios superiores de la Comunidad Valenciana. Dos alumnos de cada uno de ellos participaron como activos. La convocatoria fue abierta, participando también algunos miembros de la Orquesta de València. La idea fue propiciada por el actual director titular de la misma, Ramón Tebar, quien impulsó asimismo el nombramiento del valenciano Francisco Coll como compositor residente a lo largo de las temporadas 2018-19 y 2019-20.