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Isabelle Huppert: “Hay un peso de realidad en el cine de Haneke que lo hace más desagradable que un documental”

Entrevista a la actriz fetiche de Michael Haneke por su cuarta colaboración, Happy End

22/07/2018 - 

VALÈNCIA. Susan Sontag aseguró una vez que nunca había conocido a "un actor más inteligente, o a una persona más inteligente entre los actores" que Isabelle Huppert (París, 1953). La actriz francesa ha hecho acopio en su trayectoria de mujeres monstruosas, arrogantes, frías, desequilibradas, torturadas o torturadoras, complejas, en definitiva. La imagen glacial y astuta que ha sido el sello de su cinematografía traspasa la pantalla en cada encuentro con la prensa. Isabelle tiene fama de borde. Y en la promoción de su cuarta película bajo las órdenes de Michael Haneke, Happy End, en Cannes, no hace una excepción. El drama, que llega a nuestros cines el 20 de julio, es una película coral sobre la ceguera del Viejo Continente ante el sufrimiento, con especial hincapié en la crisis de los refugiados. Si le planteas un paralelismo entre su nueva película y el declive de la Unión Europea, te insta a que mejor lo hables con Haneke; si le preguntas sobre su parecer acerca de las leyes que regulan la eutanasia, te contesta que no tiene opinión al respecto. Hay respuestas cortantes, noes y réplicas monosilábicas, miradas fijas y hasta desdeñosas. Cuando asoma una sonrisa, la sensación es de haber agrietado levemente su coraza. Pero mejor no bajar la guardia. La gran dama del cine europeo es una especialista tanto en incomodar a las audiencias como a los periodistas.

- ¿Trabajar por cuarta vez con Haneke es como volver a reencontrarte con la familia?
- Es como volver a casa. Michael es parte de mi vida, como yo lo soy de la suya.

- ¿Has notado una evolución en su trabajo a lo largo de estos años?
- No, la verdad. Sigue siendo alguien con una visión muy radical, con una visión muy propia. No. Me dice tan poco como siempre. Michael nunca da explicaciones y a mí tampoco me gustan, porque en cierto modo orientan la interpretación. Si el director no te dice nada, todo queda más abierto y dispones de más libertad para crear a alguien, ni siquiera diría que a un personaje.

- La crítica ha señalado que Happy End es un grandes éxitos de Haneke, con guiños a sus anteriores películas, como Caché (2005), La pianista (2001), Amor (2012)…
- A Michael le gusta dejar pistas y luego es cuestión de que cada uno haga sus conexiones. Jean-Louis Trintignant interpreta a mi padre tanto en Amor como ahora. Y Michael realiza en ambas un manifiesto sobre hacerse viejo y dirigirse hacia la muerte. Además, en todas mis colaboraciones con él, excepto en La pianista, tengo el mismo nombre, Anne.

- ¿Te hace pensar que estás interpretando al mismo personaje en situaciones diferentes?
- No, es una situación divertida que a Michael le gusta crear en sus películas, pero no afecta a mi interpretación.

- ¿Consideras que esa revisitación de sus películas responde a que quiere poner punto final a su carrera?
- No, no creo que lo piense. No es intencional.

- Trabajaste asiduamente con Claude Chabrol, que era el azote de la burguesía, y ahora con Haneke, que le ha tomado el relevo. ¿Es una decisión moral?
- Una película nunca es moral o política en el sentido estricto de la palabra.

- A este respecto, en los últimos años, los cineastas están arrojando una mirada comprometida respecto a la crisis de los refugiados. Happy End es un ejemplo. 
- Eso parece. La fuerza de Michael es que crea una ficción, pero en ella hay algo tan conectado con la realidad que la vuelve inquietante, porque hace que la gente se olvide de que es ficción. Es su habilidad. Si fuera pura ficción pensarías que la situación de los migrantes es un buen contexto sobre el que construir un drama. Hay un peso de realidad en su cine que lo hace más desagradable que un documental.

- La película es una instantánea de una familia burguesa en Calais, con tres planteamientos generacionales diferentes. ¿Qué caracteriza a la tuya?
- La generación de los padres, interpretada por mí y por Mathieu Kassovitz, que da vida a mi hermano, es la más ignorante. Quieren mantener una imagen superficial, dar a entender que todo está bien. Mi personaje está desconectado del sufrimiento de los demás. Vive por las apariencias. La película trata sobre la violencia que se oculta y es asfixiante. Pero nadie es realmente malo en Happy End, sino que Michael muestra un sistema. Le gusta plasmar cómo la gente occidental ignora la realidad del resto del mundo. Es algo que le obsesiona. Cuando estábamos rodando La pianista, me repetía: “¿Te das cuenta de que un sexto del planeta vive como nosotros y el resto, no?”

- Kassovitz ha declarado que aceptó su papel en Happy End para ver a Haneke trabajar, y se frustró porque no realiza muchas tomas. ¿Es uno de los directores más deliberados con los que has trabajado?
- La mayor parte del tiempo no hace demasiadas tomas, pero a veces, sí. Le obsesiona mucho el aspecto técnico. Cuanto más física es una escena, más has de simular y hacerla creíble. Cuando rodamos La pianista (2001), la secuencia que tomó más tiempo fue en la que me apuñalo. La repetimos 45 veces.

- Muchos personajes que has interpretado han sido heridos, han herido a otros o se han herido a sí mismos. ¿Cómo te preparas para interpretarlos?
- No los preparo. Leo el guión. En Elle hice lo que quise, como en Happy End, pero al final, cualquier interpretación está condicionada por la visión del director.

- ¿Cómo ves ahora, con distancia, la experiencia de promoción de Elle? Acompañaste la película durante más de un año y en ese tiempo te alzaste con premios tan relevantes como el Globo de Oro.
- Fue maravilloso, porque obtuvo un gran reconocimiento. Es una película que podía haber sido rechazada, tanto en EE.UU. como en Francia. Pero por potencialmente controvertida que pueda ser, es muy moral, en cierto modo.

- Tienes una trayectoria extensa, has participado en excelentes películas, ¿por qué piensas que te ha llegado ahora el reconocimiento?
- El hecho de que el director fuera Paul Verhoeven, que es un gran nombre en EE.UU., ayudó.

- ¿Encuentras paralelismos entre Verhoeven y Haneke?
- Estilísticamente son muy distintos, pero comparten el mismo sentido del humor, la misma forma de mostrar las cosas más terribles y dejar aflorar la ironía a la superficie. Me hizo muy feliz presentarlos.

- ¿Has recibido ofertas de EE.UU.?
- Sí, acabo de rodar The Widow con Neil Jordan. Estoy bastante contenta con la gente con la que he trabajado en EE.UU., Michael Cimino (La puerta del cielo, 1980), Curtis Hanson (Falso testigo, 1987), Hal Hartley (Amateur, 1994), David O’Russell (Extrañas coincidencias, 2004)… Cuatro grandes directores. No está mal.

- Juliette Binoche me contó en una entrevista que llegada a este punto de su carrera, ella misma es la que levanta el teléfono para ofrecerse a trabajar con directores que le interesan. ¿Haces tú algo similar?
- Siempre lo he hecho, pero de una manera más sutil, creando conexiones. Significa estar más activo a la hora de reflejar tu curiosidad, tus elecciones y tu gusto.


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