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MEMORIAS DE ANTICUARIO

En torno al arte y la 'coentor'

22/07/2018 - 

VALÈNCIA. Ni somos los inventores del Kitsch, ni es aquí donde más se manifiesta el fenómeno. Las expresiones del Kitsch son infinitas, con sus particularidades geográficas, autóctonas, y se presenta en los lugares más insospechados con hallazgos impagables. De hecho, en España, poco tiene que ver con la nuestra la estética que, con sus lugares comunes, se da las Castillas donde en restaurantes y hoteles encuentra su máxima expresión una singular tematización donde se citan armaduras, espadas toledanas y escudos de armas.

La coentor, nuestra coentor da para mucho y es la palabra que define en València una estética o, más allá, una forma de entender la vida. No es original en cuanto a que significa un prisma particular, como muchos otros que habrá en otros tantos lugares, bajo el cual se observa el mundo y de cuya observación resultan manifestaciones artísticas, coloquiales, o en la forma de relacionarse con los demás, aunque es cierto es que tiene una connotación peyorativa. La primera vez que escuché esa palabra creo que la mencionó mi padre cuando se refería al cuadro Floreal de José Pinazo Martínez (1915 Museo del Prado), una obra a la que no le tenía especial simpatía. Por alguna razón que por entonces yo no adivinaba a descubrir, la encontraba coenta. Le parecía coent hasta el título. Ahora que no me escucha, vista con la perspectiva del tiempo me parece que es un cuadro que, a pesar de reunir esas características propias de lo coent, de las que hablaré someramente, sin embargo, está envejeciendo bien. El siglo de antigüedad le ha despojado de alguna forma del barroquismo a primer vistazo, rescatando los rasgos más propios del art decó de la segunda década de siglo XX.

'Floreal' de José Pinazo

Coent es una maravillosa palabra que tiene, incluso, algo de onomatopéyico pues su propia dicción evoca a lo meloso, lo cursi. Qué riqueza y sabiduría se desprende, una vez más, la de la lengua valenciana cuando emerge de lo popular. Sobre la coentor no hay a penas nada escrito, y quizás merezca una monografía. Tampoco sería desdeñable una muestra visual sobre ello, en la que nos invite a preguntarnos si realmente existe la coentor y tiene, por tanto, inequívoca denominación de origen. Todo ello sin gravedad ni acritud. No es la coentor lo lisa y llanamente hortera ya que aquella requiere ese plus de características propias que únicamente se dan en València.

Dios me libre de hacer una crítica de la coentor. Pienso que su existencia es emanación natural del pueblo y seguramente tenga razones sociológicas y económicas profundas. La hay, existe, y no hay vuelta de hoja. No hay en lo coent impostura, que sería lo verdaderamente criticable. Otra cosa es si yo convivo en paz con ella y si conviviría rodeado de esta. Sí puede criticarse las poco comprensibles decisiones políticas que han dado con un monumento público no sólo coent sino cuestionable en otros muchos aspectos. A todos se nos ocurren ejemplos. Escultura pública tan inenarrable, que, incluso, desprende cierta ternura. Se me ocurre el monumento dedicado al fallecido en su día Antonio Ferrandis, sito en el paseo marítimo de Las Arenas. Sublimación y paradigma de lo coent en texturas, composición, ejecución, horror vacui y mil y un detalle, que, a pesar de situarse en las antípodas, o más allá, en otra dimensión, respecto un consenso de lo que es una escultura digna, me mostraría, sin embargo, contrario a cualquier acto que no sea su defensa y conservación. Un hito que también narra la ciudad y que es mojón de un momento histórico determinado.

Monumento dedicado a Antonio Ferrandis

No hay doctrina científica al respecto pero, quizás el principio de todo lo que ha cristalizado después esté en los recubrimientos barrocos de la piedra gótica que se llevaron a cabo en las iglesias de reconquista de la ciudad de València durante los siglos XVII y XVIII. En Valencia en cuanto hemos tenido un poco de dinero nos ha dado por tirar u ocultar lo anterior y reformar. Desde ese instante, Valencia inicia un camino, más o menos afortunado hacia la exaltación decorativa. De hecho, con mala conciencia de lo acaecido más de dos siglos atrás, en las últimas décadas del siglo XX se produce una reacción que da lugar a la eliminación de esos estucos, molduras y dorados, que tienen su máxima expresión en la Catedral con la parcial repristinación del gótico despojándola del excelente estilo neoclásico de Antonio Gilabert. Barroquismo y coentor van de la mano en el sentido de la superposición: cuesta creer, por ejemplo, que la Virgen de los Desamparados sea una imagen gótica bajo ese manto de joyerío y estilización idealizada, a través de un desafortunado lifting de su rostro primitivo llevado a cabo en su día.

No hay doctrina científica al respecto, pero quizás el principio de todo lo que ha cristalizado después esté en los recubrimientos barrocos de la piedra gótica que se llevaron a cabo en las iglesias de reconquista de la ciudad de València durante los siglos XVII y XVIII (recuerden que los ángeles músicos se ciegan a la vista con la bóveda barroca de Pérez Castiel). De hecho, con mala conciencia de lo acaecido más de dos siglos atrás, en las últimas décadas del siglo XX se produce una reacción que da lugar a la eliminación de esos estucos, molduras y dorados, que tienen su máxima expresión en la Catedral con la parcial repristinación del gótico despojándola del excelente estilo neoclásico de Gilabert. Barroquismo y coentor van de la mano en el sentido de la superposición: cuesta creer que la Virgen de los Desamparados sea una talla gótica bajo ese lujoso manto de joyerío y estilización a través del un desafortunado lifting de su rostro primitivo.

Cuadro de Conrado Meseguer

Tiene la coentor sus representantes pictóricos, para lo que el propio Sorolla contribuyó, sin serlo ni quererlo, en un estilo relamidamente exhacerbado de unos temas que giran alrededor de un mundo y que se repiten hasta la saciedad: el tipismo idealizado y barroquizado y una idealización de los arquetipos valencianos. Artistas como Conrado Meseguer, Juan González Alacreu o Cándido Ortí entre toda una constelación, vendieron miles de obras en las décadas que van de los setenta a los noventa, tratándose hoy, de un arte que no encuentra el clavo que lo soporte. Se veía venir. Características de esta pintura: mujeres inexpresivas, antinaturales posados junto a la playa, blancos inmaculados, contraluces, amaneceres irreales, y sobretodo una idealización un tanto sonrojante del trabajo manual del mar y del campo. La lista de artistas es grande, quizás demasiado, y en su día muchos de estos pudieron hacer una lucrativa carrera profesional habida cuenta una demanda importante de su arte entre la nueva burguesía valenciana que prosperó tras la Transición. Las inauguraciones en las céntricas galerías del ensanche eran multitudinarias y los puntos rojos llovían del cielo para posarse sobre las cartelas de cuadros de títulos tan sugerentes como Faenando en la Albufera o Arreglando las redes.

No se hasta que punto la coentor es un rasgo que en mayor o menor medida impregna nuestro ecosistema y luchar contra ella hasta su erradicación nos lleva a perder algo de nuestra identidad. No tengo la respuesta a ello. Hubo un personaje que sí que lo tuvo claro. Era un hombre entrañable y me da que inteligente. Joan Monleón, paradigma hecho persona de lo coent, (y a mucha honra, creo que diría), reclamó en una entrevista “nos hace falta aceptar nuestra coentor”. Lo intentaremos.

Joan Monleon


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