VALÈNCIA. En su cuento El otro cielo, recogido en el volumen Todos los fuegos el fuego, Julio Cortázar relata cómo es posible teletransportarse desde el argentino pasaje Güemes hasta la Galerie Vivienne de París. Basta con adentrarse en uno de estos fascinantes túneles comerciales para aparecer al otro lado del mundo. Este anhelo por achicar la distancia de una orilla a otra del atlántico es compartido también por la recién estrenada Red Iberoamericana de Espacios Escénicos, RIEE, que aspira a “articular el tejido artístico de la creación, la exhibición y la formación” a ambas orillas del océano. De vertebrar el sector de las bambalinas y establecer complicidades trasatlánticas va el asunto. Esta constelación acoge, por el momento, a la Red de Teatros Alternativos de España, la chilena Red de Salas de Teatro de Santiago, la Asociación Argentina del Teatro Independiente (ARTEI) y la Red de Espacios Culturales Independientes Organizados de la Ciudad de México. La plataforma suma ya 190 enclaves, de los cuáles, media docena corresponden a coordenadas valencianas. Aquí sus nombres: Carme Teatre, Ultramar, Sala Off, Espacio Inestable, Teatro Círculo y Teatro del Raval.
Y siguiendo con la terminología cortazariana, ¿por qué lanzarse a explorar esos vínculos de la gestión escénica entre ‘el lado de acá’ y el ‘lado de allá?’. Al habla Jacobo Pallarés, presidente de la Red de Teatros Alternativos y una de las almas del Espacio Inestable: “queremos poner en marcha una movilidad del pensamiento, trabajar desde ese lugar”. Así, para el dramaturgo, no se trata tanto de establecer “un nuevo circuito de producciones como de explorar otras formas de hacer, intercambiar vivencias y formación, dinamizar la creatividad en los modelos de trabajo…También deseamos conseguir que las compañías de otros países no pasen de forma apresurada por las salas con unos cuantos bolos, sino que puedan desarrollar residencias en las pasen unas cuantas semanas en un territorio y dejen una huella”. Frente a la inmediatez salvaje de muchas carteleras teatrales, por aquí la apuesta gira en torno a fomentar la reflexión, la investigación y la puesta en común de inquietudes varias. Transformar la mirada para transformar también las maneras de tejer la cultura.
“Unidos somos más fuertes”, sostiene Pedro Giménez, director de la Sala Off junto a Toñi B. Forascepi, quien subraya que los centros escénicos que integran RIEE son “pequeñas empresas privadas que trabajamos para dar visibilidad a compañías con las que compartimos criterio y que de otra forma no tendrían salida. Apostamos por la cultura con mayúsculas y nos vemos en una tesitura muy difícil al hacerlo por separado”. Y es que, en su opinión la red que nos ocupa constituye un ecosistema “que permite conocer otras realidades y aprender de ellas. También puede facilitar que nos asociemos con otras empresas a las que nos une un objetivo común y formar un frente más fuerte para un proyecto concreto. Por otra parte, abre la puerta a descubrir y programar a compañías emergentes de países lejanos que de otro modo no conoceríamos”. “Compartir experiencias artísticas siempre resulta enriquecedor especialmente cuando se da entre diferentes países y tradiciones. Al fin y al cabo, la gente del ámbito escénico somos muy curiosos y nos gusta movernos y nutrimos de líneas y creaciones que se están llevando a cabo en diversos puntos del planeta”, incide Miguel Ángel Cantero, programador del Teatro Círculo.
Y si hay un asunto que habita en las entrañas de RIEE es la voluntad de establecer un diálogo que dinamite fronteras: “la internacionalización es clave y para nosotras supone un camino de ida y vuelta: no es visitar un lugar exótico como un turista sino relacionarte con los profesionales de otras latitudes de una manera diferente, hibridar proyectos. No se trata de vender un producto cerrado para que lo consuma un público extranjero, no es exportar jamón a China; buscamos establecer sinergias, interacciones y potenciar la retroalimentación entre los distintos espacios que conforman la Red”, apunta Pallarés.
Configurar este tejido colaborativo supone también acoger con las pupilas bien atentas los relatos del Cono Sur y las narraciones que recorren las tablas mexicanas, voces que no siempre encuentran eco en nuestro continente. Cantero resalta aquí al carácter universal de muchos discursos escénicos que se basan pulsiones humanas compartidas por todo hijo de vecino: “los creadores, no importan su origen, contamos con una base común: el deseo de transmitir historias, de comunicar emociones. La forma de narrar esas historias sí puede variar, pero la esencia es la misma ya que los grandes temas se repiten en todas las culturas. Vivimos en un mundo global y el coronavirus nos lo ha recordado. ¡Si compartimos las enfermedades cómo no vamos a compartir puntos de vista y valores!”. Pero además de esta mirada internacional, el representante de la sala Círculo también pone el foco (teatral) en la oportunidad de explorar esas piezas que abordan asuntos “más localistas que quizás en un primer momento nos parezcan algo lejanas, pero que también son muy interesantes y de las que la vale la pena aprender”. El escenario se convierte así en un alambique con el que destilar una visión más poliédrica de la existencia.
Encontrar compañeros con los que vertebrar una forma de habitar la gestión cultural y sus periferias no es sencillo. De hecho, en este caso, ha hecho atravesar una gran masa de agua salada para lograrlo. Y es que, como indica el responsable de la Off, América Latina es “un hervidero de creación escénica con el que tenemos mucho en común. Hay ciudades con una cantidad de pasión por las tablas que a veces envidio y creo que, a pesar de la distancia, estamos más cerca de ellos que de la mayoría de enclaves europeos. Nosotros este año producimos un texto de un autor argentino y está siendo muy gratificante compartir la experiencia…”. “Cuando hablamos de buscar un entorno común para hablar de gestión escénica, encontramos algunos obstáculos en nuestras relaciones con gran parte de Europa. Por un lado, la cuestión idiomática, pero también diferencias culturales, económicas y burocráticas muy marcadas ente el norte y el sur. En cambio, nos resulta mucho más fácil relacionarnos con los países latinoamericanos ya que nos comunicamos con códigos y premisas muy similares, nos entendemos”, expone el líder de la Red de Teatros Alternativos, que cuenta con 46 espacios distribuidos por la geografía estatal.
Paradójicamente, esta oda a la mirada transfronteriza, esa que no entiende de quilómetros, puntos cardinales o husos horarios, coincide, según Pallarés, con “una triple crisis de movilidad: económica, ecológica y en los últimos meses también sanitaria debido al coronavirus. Pero sabemos que podemos preservar ese intercambio de pensamientos del que hablaba gracias a la tecnología sin necesidad de desplazarse. Coger un avión para atravesar medio mundo supone un gasto enorme de energía y tiene un efecto en el medioambiente; como sector cultural crítico y posicionado debemos tenerlo en cuenta. No se trata de dejar de viajar, sino hacerlo de manera más consciente y con estancias no tan fugaces. No sabemos seguro hacia dónde vamos, pero tenemos claro que no queremos regresar a la antigua normalidad, porque no era buena. Hay que construir realidades complemente diferentes”. Y en ese sentido, de nuevo, el director trae a colación las residencias artísticas “creemos que puede ser una buena línea de trabajo traer a artistas extranjeros concretos para que pasen una temporada aquí y, en lugar de encerrarse en una sala a ensayar (algo que podrían hacer en cualquier lugar) interactúen con nuestro territorio, con nuestros creadores, nuestra ciudadanía y nuestro contexto”.
A veces, un escenario es todo lo que hace falta para desplazarse del lado de acá al lado de allá y regresar a casa empapado de experiencias. Ni brújulas ni mapas: teatro.