La primera vez que viajé a Nueva York, en julio de 1986, me encontré en un gran diario –probablemente el New York Times, pero no estoy seguro– un reportaje sobre la conmemoración en España del inicio de la Guerra Civil, del que se cumplían 50 años. El periodista destacaba, sorprendido, que a pesar del tiempo transcurrido los españoles seguíamos enfrentados por un hecho que en parámetros norteamericanos, pasado medio siglo, ya sería materia de historiadores con acceso a documentos desclasificados.
Dirán que menuda idiotez, pues en 1986 seguían vivos muchos de los que lucharon en aquella guerra, quienes la padecieron en uno u otro bando, los represaliados que sobrevivieron a la venganza despiadada de Franco y los huérfanos y viudas de los asesinados. Con todo, aquel periodista supo ver en el alma española algo diferente y el tiempo le ha dado la razón porque 33 años después de aquel reportaje, 83 después del alzamiento –eso sí que fue una rebelión–, seguimos discutiendo sobre aquel 18 de julio como si nos fuera algo en ello.
No olvido aquel artículo porque creo que su autor no estaba hablando de los que padecieron la guerra sino de sus descendientes, incluidos los adolescentes que, ciertamente, discutíamos de oídas y con criterios del nuestro presente sobre hechos acontecidos décadas atrás.
Mi único recuerdo vivo del dictador es el de un anciano en un ataúd un día que hubo mucho revuelo y no fuimos al colegio. En blanco y negro. Dicen que el funeral fue la primera emisión de TVE en color, pero no conozco a nadie que la viera así porque para eso había que tener una tele en color, toda una reconversión que en algunos hogares se alargó hasta el Mundial 82.
Recuerdo también, poco después del hecho biológico, haber cantado a coro aquella letra para el himno: "Franco, Franco, que tiene el culo blanco porque su mujer lo lava con Ariel…", único acto subversivo en la hoja de servicios de una generación minusvalorada por la inmediatamente anterior, poblada si hacemos caso a sus testimonios por centenares de miles de valientes que habían corrido delante de los grises aunque en las imágenes fueran cuatro y el de la guitarra –prensa española, manipuladora– y Franco muriera en la cama gracias a la suerte que siempre le acompañó.
Después de leer aquel reportaje opté por callar y escuchar las historias de la gente mayor, y por la lectura –sobre el protagonista de la semana recomiendo Franco, caudillo de España (1993), de Paul Preston–, porque Franco me interesa como personaje histórico, igual que Hitler. Quizás es algo generacional. Aplaudo que se reparen las injusticias, pero no entiendo tanta pasión.
Si aquel corresponsal todavía está por España ya se habrá curado de espanto después de tres décadas contemplando cómo los españoles, incluidos sus dirigentes políticos, siguen discutiendo sobre la Guerra Civil o cómo una película de época no es juzgada por su calidad cinematográfica sino por si se ajusta o no a la idea estrecha que uno se ha formado de los buenos y los malos... ¡cómo se te ocurre, Amenábar!
Todavía podrá el periodista extranjero sorprender a sus lectores con un reportaje sobre un adolescente nacido en el siglo XXI indignado con Franco y por ende con toda la derecha "fascista" porque hace 80 años asesinaron a su bisabuelo y a otro que se da por aludido y sale en defensa del dictador porque en Paracuellos –que no sabe ni dónde está– bla, bla, bla.
Chavales de 14 años que no tienen la culpa de su ignorancia porque en lugar de aprender de sus mayores algo de política con mayúsculas, beben de la política envenenada en las redes sociales, en los grupos de Whatsapp, en las tertulias, en casa e incluso en el colegio. Para, con los años, acabar votando con el hígado –¡ojo con Vox!– porque en la etapa más decisiva de su vida se les ha inoculado un odio digno de mejor causa, si es que alguna merece tal sentimiento.
Estoy hasta el gorro de Franco. Tenía que decirlo aunque sea un contrasentido afirmar eso y largarme aquí un artículo sobre el personaje. Mis disculpas por las historias de abuelo cebolleta pero uno se va haciendo mayor. La próxima semana hablaremos del Gobierno, del de aquí o del de allá, pero del de ahora.
Dicho lo cual y a pesar de los errores en las formas, enhorabuena y gracias a Pedro Sánchez porque ha hecho algo por lo que merece ser recordado.