"Ya no sé si soy un humorista que escribe, un dibujante que hace las veces de actor, o un actor que dibuja y escribe humor"
En el Imprescindibles que emitió TVE sobre Miguel Gila, los entrevistados decían que su biografía era un misterio. No había forma de confirmar mucho de lo que decía, era todo un tanto oscuro, y que si prefirió inventarse un pasado o maquillarlo, sería porque le dolería la realidad, como le pasa a todo el mundo.
Lo que dejó escrito en su libro Y entonces nací yo fue que durante la Guerra Civil era voluntario en el 5º Regimiento de Lister. Al final de la contienda le capturaron, le fueron a fusilar, pero como el pelotón estaba borracho, fallaron. Escapó con un cabo a hombros y se entregó a un grupo de legionarios. Desde entonces, estuvo en el campo de concentración cordobés de Valsequillo, diversas cárceles y luego volvió al servicio militar de cuatro años que tuvieron que realizar muchos soldados republicanos.
Esta información la da por buena Rafael Torres en su libro Los esclavos de Franco. Aunque a la hora de analizar la obra gráfica de Gila es importante tener cautela, porque se ha puesto en duda que pudiera empezar a escribir en periódicos y publicar en La Codorniz con un pasado rojo. Gente que le conoció, al igual que en el documental de la televisión pública, confirma que tenía tendencia a fantasear, pero en sus memorias hay demasiados detalles como para que aquello sea todo una. Del mismo modo, se ha debatido si su exilio en Argentina fue tal o una huida sentimental que maquilló de antifranquismo.
Sea como fuere, en su autobiografía cuenta que empezó a dibujare sus chistes en el Ejército. Allí surgieron, en las horas muertas cuarteleras, aquellos personajes de grandes narices, de trazo infantil, pero que servían para articular un humor corrosivo, lleno de ironía, en el que retrataba casi siempre enfrentamientos del fuerte frente al débil.
Envió una carta a Miguel Mihura, director del semanario entre 1941 y 1944, con el chiste de un soldado que llevaba atadas las riendas de un caballo, al fondo sin cabeza, y le decía al general que se le había roto el caballo. Añadió: "Le mando este chiste, si le gusta, me lo publica y si no le gusta, me lo firma por detrás, ya que soy un gran admirador de usted". A la semana le contestó que el chiste le gustaba y que le encantaría que colaborase en la revista.
Sus primeros dibujos los firmó como XIII, según él, por miedo a "airear" su apellido. A partir de ahí, se le fueron abriendo las puertas y aumentó su nómina de colaboraciones y apariciones en teatros y medios de comunicación. Seguro que no miente cuando dice que lo que le pagaban en La Cordorniz por sus chistes era "una miseria". Conchita Montes, autora del Damero maldito de la revista, le ayudó en muchas ocasiones.
Mihura renunció agobiando por las obligaciones burocráticas de editar una revista, decía que era como ir a Correos. Le sustituyó Álvaro de Laiglesia, veterano en la División Azul, pero que tenía sus choques con los falangistas y la censura. Gila, no obstante, no le veía poner mucho entusiasmo:
"Cada semana, los colaboradores le llevábamos nuestros trabajos a Álvaro, que con una total indiferencia, sin mirarlos y sin ningún comentario los metía en un cajón de su mesa. Ni una mirada al trabajo, ni una sonrisa que sirviera de estímulo. No sé cómo sería la reacción del resto de los colaboradores, pero a mí esta actitud me hacía sentirme un estúpido. Al principio me resultaba deprimente, después me acostumbré a su forma de actuar y acabé aceptando su comportamiento, como supongo harían el resto de los colaboradores".
La censura fue implacable con la Codorniz, pero por pura ignorancia y por abusar tanto, muchas veces no detectaba los mensajes o los humoristas los colocaban escondidos como maestros del camuflaje. Según Gila, examinando la revista con lupa se podían encontrar hasta señores masturbándose en los paisajes de fondo de los chistes.
En esa época Gila también intentó entrar en Radio Nacional de España. Le hizo la prueba el mismo Matías Prats, pero no le cogió aludiendo que su castellano sonaba "provinciano". El humorista se quedó contrariado porque él, madrileño de Tetuán, llevaba diez años en Zamora y pensaba que ahí se hablaba el mejor castellano. Tampoco le cogieron en Radio Madrid. El navarro Manuel Aznar, abuelo del ex presidente del Gobierno, no le dejó ni hacer una prueba. Desde la pecera del estudio le decía que se marchase cada vez que se presentaba allí.
Por esos rechazos, Gila se buscó la vida en los teatros. Los monólogos de humor absurdo que había escrito en La Codorniz suponían una ruptura. Un riesgo para cualquier actor, pero él no tenía nada que perder. Triunfó enfrentándose al público de cara, hierático, haciendo lo más difícil, destruir la realidad para convertirla en chiste. Humor surrealista. Los escenarios le llevaron a un espectáculo de revista en Barcelona donde conoció a personas que cambiaron su vida, pero esa es otra historia, y discutida, que ya nada tiene que ver con su faceta de dibujante, al margen de que a consecuencia de ellos se pasó veinte años en Argentina y girando por Latinoamérica.
El 13 de mayo de 1972 se lanzó Hermano Lobo. Hasta su desaparición en 1976, publicó artículos, viñetas y numerosas portadas. Esta fue su época más brillante. Aunque su dibujo fuese torpe, encajaba muy bien con el tono ingenuo que le daba a la presentación de chistes que en realidad eran corrosivos. En aquellos años, los de los estertores del franquismo con y sin general de cuerpo presente, la fuerza moral de sus viñetas trituraba los constantes intentos por justificar lo injustificable de los poderes establecidos.
En una de las recopilaciones de su obra gráfica, Un libro libre (1996), dice la introducción: "hay una gran relación entre el mundo de Gila y el mundo de la infancia, o entre Gil y el mundo infantil que todo adulto lleva dentro. No quiero decir con esto que sea un mundo de niños o para niños, sino para el niño que alberga todo hombre, ya que el niño jamás nos abandona. Oscar Wilde dijo: La tragedia de la vejez no consiste en ser viejo, sino en que aún se es joven".
Pero había viñetas que no tenían nada de infantiles, como una en la que un militar dice: "lo malo de las guerras civiles es que nunca se sabe si el enemigo soy yo o eres tú".
Un humorista que había comenzado tratando de hacer de la guerra algo divertido, de exorcizar las experiencias traumáticas que había vivido tanto él como tres cuartas partes de los habitantes del país, pasó a concentrar en un solo recuadro alegatos surrealistas en los que siempre se enfrentaban el de arriba con el de abajo, generalmente, con derrota de este último en un humor negro sin concesiones.
Muchas veces, en sus chistes sobre pobres que piden y los ricos que pasan por delante, llegaba a lo mismo que Escobar -que también estuvo preso después de la guerra- con Carpanta, a denunciar la situación de forma naif, pero desesperada. "Le voy a dar una limosna pero como no se ponga muy contento se la quito", decía uno.
Su inspiración, sin embargo, no procedía de ningún dibujante. Para hacer sus viñetas citaba a Puskhin, al rey ruso de la risa, Arkadi Avérchenko, a Jardiel Poncela, Neville, Mihura, Tono y Gómez de la Serna, entre otros. Sus dibujos eran la afilada síntesis de su pensamiento y su cultura. El mejor elogio que pueden recibir, es que con la crisis de Lehman Brothers recobraron una vigencia absoluta. Pocos humoristas gráficos pueden ser eternos, pero algunos problemas sociales hacen que sea así.