Es la biblioteca de movimientos sociales más antigua de la ciudad. Un centro de documentación muy poco conocido, a pesar de contar con un interesante legado compuesto por miles de libros, fanzines, revistas y carteles relacionados con temáticas como la lucha feminista, el movimiento okupa o la liberación animal
VALÈNCIA. Es un espacio estrecho y alargado. Un bajo de apenas 50 metros cuadrados, con una puerta de entrada discreta, indistinta de muchas otras del barrio del Carmen. Es fácil pasar de largo por el número 11 de la calle Garcilaso sin saber que dejas atrás el fondo documental más antiguo de los movimientos antagonistas y libertarios contemporáneos de la ciudad de València. Para ubicar este rincón a golpe de vista, debemos buscar un amplio mural rojo y negro que lleva el sello de Elías Taño. En él leemos una reflexión que parece hacer referencia a la importancia que retiene la letra impresa, aun en papeles amarillentos: “És indigne preocupar-se per ells, perquè no són més que ratlletes negres, paper groguenc fet malbé”.
El Punt se define como un Espai de Lliure Aprenentatge donde se reúne la memoria de los movimientos antagonistas y libertarios que se han sucedido en València desde los años ochenta en adelante. Surgió en el año 2016 de la conjunción de dos proyectos anteriores. Por una parte, el Centre de Documentació Antagonista, que tuvo su origen con las primeras okupaciones que se dieron en la capital del Turia hace treinta años. Esta parte de los fondos han llegado aquí después de un largo periplo que comenzó en el año 1991 en el Kasal Popular de la Calle Flora. Después se trasladó al centro social anarquista Xaloc, también en el barrio del Carmen; a continuación pasó a la librería asociativa Sahiri en la calle Danzas, después al Ateneo Popular del Carmen; posteriormente al centro social La Dahlia de Mislata, y por último a la calle Garcilaso. La segunda gran rama de fondos de El Punt procede de parte de la biblioteca del Ateneo Libertario Al Margen, a su vez centro de producción de una de las revistas de pensamiento libertario más longevas del país, Al Margen.
Nos reunimos con algunas de las personas que conforman el “núcleo duro” de El Punt, un espacio que no solo funciona como biblioteca crítica, sino también como centro de documentación de movimientos sociales, espacio de reunión para diversos colectivos sociales afines y lugar donde, hasta que llegó el coronavirus, se celebraban con frecuencia presentaciones de libros y charlas. El local roza el límite de sus posibilidades de almacenamiento: está revestido de arriba debajo con estanterías repletas de documentos, revistas, fanzines y libros. En varias mesas se apila material pendiente de catalogar. “El trabajo es eterno, no acaba nunca. Queda mucho por hacer”, comenta Piro Subrat, uno de los socios más jóvenes de El Punt (30 años), y autor de Invertidos y Rompepatrias (Editorial Imperdible, 2020), un exhaustivo ensayo sobre el papel que jugaron en el pasado los movimientos políticos de izquierda en la defensa de los derechos del colectivo LGTB.
Esta no es la única biblioteca social de este tipo que existe en València, aunque sí la más antigua. Otros centros sociales como el de Mislata, L’Horta y el Ateneo del Cabanyal tienen sus propios centros de documentación, donde además de libros y fanzines se suele guardar la documentación que generan los colectivos que forman parte de okupas ya disueltas. Si quieres saber, por ejemplo, qué tipo de actividades de índole feminista se llevaron a cabo en el Kasal Popular de la calle Flora en otoño de 1993 (o qué grupos de punk tocaron; o qué acciones de insumisión antimilitarista llevaron a término), este es el lugar al que tienes que acudir. “Nunca hemos pensado en unir todas las bibliotecas sociales de València en un solo espacio, aunque tenemos relación entre nosotros, hacemos intercambios y hemos hecho actividades conjuntas -explica Mac, bibliotecario de profesión en la UPV, y uno de los “miembros de plena participación” de El Punt. Creemos que es mejor que haya el máximo número posible de bibliotecas sociales. Es más interesante que estén distribuidos en diferentes barrios, para que sea accesible a más personas”.
“Más que hablar de memoria de los movimientos anarquistas, es más preciso hablar de la memoria del movimiento antagonista -continúa Mac- porque es cierto que nuestros fondos incluyen muchas temáticas afines, como okupación, autogestión, insumisión, feminismo, libertad sexual, lucha vecinal o ecologismo, pero por ejemplo tenemos de forma residual documentación de otras ideologías como el marxismo o el independentismo”.
El método de clasificación tiene poco que ver con la catalogación que se llevaría a cabo en una biblioteca convencional. Entre los grandes paraguas temáticos encontramos “Cultivo. Agricultura. Construcción y Autosuficiencia”, “Utopías” o “Medios de control social” (y dentro de este, militarismo, religiones, medios de información, antipsiquiatría, enseñanza, patriarcado, trabajo, especulación urbanística, racismo, liberación animal, etcétera).
En total, El Punt reúne más de 3.000 libros de toda índole: ensayo, novela, poesía y teatro. Además, miles de publicaciones periódicas, tanto nacionales como internacionales (cómics, fanzines, boletines de noticias libertarios y revistas). Por último, cientos de carteles y pegatinas de conciertos, manifestaciones y todo tipo de eventos -muchos de ellos diseñados por ilustradores como Nacho Ignatus, Chema López, Pakote, Concha Habibi o Javi Burguete-. A esto se le añaden los archivos de los colectivos, que contienen cartas y documentos de gestión interna.
Nos fijamos en uno de los carteles extendidos sobre las mesas: es el de la vigésima edición de la Mostra del Llibre Anarquista, que tuvo que cancelarse en abril debido al confinamiento. El Punt es uno de los colectivos que colaboran con este evento anual, cuya reanudación en 2021 no está todavía clara.
Llama la atención la ausencia en el catálogo de fondos fotográficos y audiovisuales. Mac, vinculado al movimiento okupa desde los años ochenta, y autor a su vez del libro Abriendo Puertas. Okupaciones en València (1988-2006), explica por qué: “Odiábamos los fotógrafos. Había en el ambiente mucho temor a la represión y a que te identificaran. No teníamos interés en ser protagonistas ni tampoco en ser criminalizados. Ahora, treinta años después, pienso que ojalá tuviéramos fotos para demostrar todas las luchas, conflictos y propuestas que surgieron en València, sobre todo entre finales de los ochenta y durante la década de los noventa”.
También guardan recortes de prensa de la época, pero reconocen que nunca les ha interesado ofrecer un servicio de hemeroteca especializado de medios comerciales. “La mayoría de nuestras apariciones en la prensa convencional eran incriminatorias y no nos representaban bien. Por eso siempre ha sido muy importante para los movimientos libertarios contar con nuestros propios medios de difusión: fanzines, boletines de noticias, radios, etc. Si guardamos esos recortes de prensa aquí es sobre todo por las fotografías, pero lo que se escribe en esos artículos no nos interesa. Sabemos por experiencia que hacer entrevistas como esta implica un riesgo”.
A pesar de que la actividad de los colectivos sociales libertarios y antagonistas en València es mínimo ahora en comparación con el punto álgido de los años noventa, los socios de El Punt con los que hablamos coindicen en que la crisis del Covid les está poniendo de nuevo en el foco mediático de forma descontextualizada e injusta. “Toda esta campaña para meter miedo en la población con la amenaza de okupaciones masivas parece patrocinada por empresas que colocan sistemas de seguridad”, opina Aurelio, antiguo miembro de Al Margen y uno de los socios más mayores de El Punt. “Es absurdo, porque de hecho cada vez es más difícil okupar”, coincide Piro.
Los gastos corrientes del local se pagan, a duras penas, con las aportaciones de los socios de El Punt, que suman cerca de 80 personas. Existen tres tipos de membresía: los “socios de plena participación” aportan 10 euros mensuales; los “colaboradores” pueden hacer aportaciones materiales, económicas (mínimo 12 euros al año) o con trabajo voluntario. Por último, están los lectores, para los que también hay una cuota estipulada de 12 euros anuales. “Es totalmente testimonial, y aún así hay gente que se queja de que es caro”, comenta Aurelio con cierta guasa.
Cualquier persona puede consultar documentos y libros en el propio local -el horario de apertura actualmente se limita a los martes de 18 a 21-. “Y si eres socio puedes llevarte a casa ciertos materiales, aunque no todos. Depende de tu implicación en el proyecto”, comenta Mac ¿Cuál es el perfil medio de los usuarios de El Punt? “Es muy variopinto. Vienen muchos nostálgicos, y muchos universitarios que están escribiendo su tesis o el TFG. También vienen artistas que quieren vincular sus proyectos con la historia de los movimientos sociales. Y entre los socios más comprometidos, hay de todo: un archivero, profesores de instituto, un jubilado, un albañil, un electricista, artesanos, un historiador…”.
Uno de los proyectos más interesantes en los que trabaja El Punt en estos momentos es el lanzamiento de una nueva web que, además de dar acceso al listado del catálogo completo de publicaciones y libros de la biblioteca -que en realidad está ya disponible en en la Xarxa de Bibliotecas Sociales de Cataluña y País Valencià-, incorporará un archivo digitalizado de su colección de fanzines. El encargado de este laborioso trabajo es Viruta, otro de los miembros más activos del colectivo. Ha dedicado años a catalogar y escanear miles de publicaciones difíciles de encontrar en cualquier otro sitio: boletines como Fum Negre o QuinKalla (del Kasal Popular); fanzines musicales y políticos valencianos como Masakre (“150 puas”) o No Control (“20 duros”); de poesía, como Perversos e Ilustrados, o feministas como Mujeres Preokupando (“cien pelas”) o Mujeres de Ojos Grandes. “Los fanzines dan voz a gente diferente de las que se escucha en los medios convencionales. Y en este caso, son además voces del pasado, lo que a mí al menos me resulta fascinante”, señala Viruta.
Con la perspectiva que otorga el paso de los años, ¿qué huella han dejado los movimientos sociales de los años ochenta y noventa en la sociedad actual? “Creo que una biblioteca no contribuye por sí misma al cambio social. Creo que es una cuestión más personal”, dice Viruta. Aurelio se suma a esta opinión: “Todo aquello no ha incidido en la sociedad de hoy”. “Hubo más logros individuales y de pequeños colectivos que otra cosa -apunta Mac-. Mucho crecimiento personal, pero no impactos de fondo. Paradójicamente, al mismo tiempo ahora hay partidos que utilizan en su discurso términos que se acuñaron hace décadas dentro de los movimientos sociales libertarios, como la participación ciudadana y la autogestión. Pero es solo para ponerse la medalla. La realidad es que después los únicos que participan en sus decisiones son los que ellos quieren”.
Fernando, otro de los socios presentes en la sala, salpica este ánimo generalizado de resignación con un apunte discordante y positivo: “Yo creo que la memoria histórica sirve para mucho más. Sí que ha habido continuidad. Si no, no estaríamos aquí. La tradición anarquista y libertaria de nuestros antepasados abrió un camino a través de su legado. Igual que nosotros estamos abriendo camino a otros. No partir de lo que se ha hecho antes sería un error garrafal. La función de este lugar es conectar con nuestra tradición libertaria”.