Es difícil ejercer de ciudadano. Votar o no votar el 28A. Y si se vota decidir a quién. Difícil tesitura. A un lado el presidente maniquí, apoyado por los neocomunistas y los separatistas; al otro, los defensores de la bandera y las tradiciones. En medio, los millones de indecisos como yo. ¿Y para qué? Si todo seguirá pudriéndose
A la memoria de Manuel Alcántara
A pocos días de las elecciones podemos estar seguros de que hemos sido convenientemente manipulados por unos y por otros. En los medios tradicionales y en las redes sociales. Por tierra, mar y aire. De la mañana a la noche. Sin descanso y sin respiro. Hasta la extenuación.
Los electores somos como clientes de barra americana. Los partidos (las meretrices) nos intentan seducir de mil maneras, hasta que los votantes (los clientes), engañados como otras veces, acabamos depositando las papeletas en las urnas. Las meretrices (los partidos), una vez que les hemos pagado la consumición con nuestro sufragio, se olvidan de nosotros hasta la próxima. Por eso, las elecciones generales requieren la presencia y la potencia de los votantes. Toda elección tiene algo de erección, con el premio del orgasmo en la noche electoral.
Pero, además de manipulados, llegamos burdamente amedrentados a la cita del 28A, con dosis de miedo muy apreciables, que nos han sido inoculadas, de manera gradual y constante, desde hace meses. El miedo, y no la esperanza, gobierna estos comicios; el voto del dóberman, el voto del temor a una España rota por los comunistas y los separatistas; el voto del miedo a que tres partidos fascistas nos obliguen a desfilar al paso de la oca si reúnen los suficientes apoyos. Todos nos mienten.
Sometidos a un chantaje emocional y ayunos de cualquier planteamiento racional, votaremos con miedo y a la contra. Es comprensible porque resulta muy difícil votar a favor de alguien cuando los partidos se dedican a destruir al oponente sin proponer algo que mejore el estado del país.
Sé contra quién votaré aunque desconozco a quién, y lo peor de todo es que me quedan muy pocos días para decidirme. Votaré contra el PSOE actual, en manos de un aventurero que hará todo lo posible por permanecer en el poder. El presidente maniquí maniobra al servicio de su proyecto personal, sin una pizca de inteligencia y generosidad para resolver los problemas de España. Si continúa, será el acabose.
Votaré, no cabe duda, contra los neocomunistas de Unidas Pudimos. Sorprende aún que una coalición comunista, que no hace ascos a aliarse con los carlistas vascos y catalanes, tan reaccionarios en su ideología, aspire a gobernar un país en el que no cree y pretende destruir. Causa perplejidad que aún haya gente que vote una opción ideológica que acaba en dictadura, crímenes y miseria allí donde gobierna.
Aclarado contra quien votaré, no me queda claro el partido al que le daré mi confianza. No estoy muy ilusionado con las ofertas de la orilla de la derecha. El niño Albert es inteligente, astuto y oportunista. Hoy bebe en las aguas del liberalismo como ayer lo hizo en las de la socialdemocracia, y mañana quién sabe. La derecha clásica del joven e hiperbólico Casado es un partido avejentado que fía su suerte al adusto y amortizado Aznar. Esto lo dice todo. Y la formación de Santiago el Asirio acierta, a mi juicio, en su sólida defensa de la unidad de España, pero carece de sensibilidad social para los perdedores de la crisis. Su ultraliberalismo (abaratamiento del despido, privatización del sistema de pensiones y defensa de los intereses de las empresas) no me interesa ni me seduce. No va conmigo.
Pase lo que pase en las elecciones, España seguirá siendo un país marcado por la división territorial (esta es la victoria de los separatistas) y la fractura social, que se agravará con el envejecimiento de la población, la inmigración descontrolada y el aumento del paro provocado por la robotización de la economía.
Solo con grandes pactos nacionales entre los partidos constitucionalistas podrían afrontarse esos problemas, pero no hay generosidad por parte de nadie. Los políticos seguirán enterrados en sus trincheras. El declive de este régimen continuará su curso hasta que la situación sea irreversible, y nos toque vivir otra de nuestras crisis históricas: una revolución como la de Asturias, otra guerra civil, nuevas formas de terrorismo, etc.
Ya lo escribió el poeta catalán de familia bien:
De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España
porque termina mal.
Difícil papeleta la nuestra.
Es sabido que la canícula veraniega recalienta las meninges a más de uno. Lo tórrido de la estación no disculpa a los políticos. Más de un ciudadano se pregunta para qué va a las urnas si luego sus representantes no se ponen de acuerdo para gobernar. Y ya no vale que estemos en tiempo de tanteo y de juegos más o menos florentinos. Aún no lo hemos visto todo