La microeditorial Biblioteca La CALA repasa la trayectoria de más de tres décadas de Isidro Ferrer a través de un extenso inventario razonado y una conversación entre amigos
VALÈNCIA. Comencemos por el contexto: en el pequeño municipio zaragozano de Chodes existe uno de esos lugares mágicos en donde, por escondidas sendas y casi sin hacer ruido, se dan cita creadores e investigadores alrededor de la experimentación artística. La CALA (Casa Abierta La Andariega) —que así se llama este peculiar foco de agitación cultural— es la residencia particular de un polímata que pone a disposición su vivienda, sus exquisitos modales, su acervo y su biblioteca personal, a todo aquel proyecto al que pueda aportar algo interesante.
Carlos Grassa Toro (Zaragoza, 1963) —que además de ser el anfitrión es escritor y comisario— ofrece también sus cuatro paredes con jardín para la realización de exposiciones y encuentros con artistas, creaciones singulares, estancias y mentorías y, como guinda, una pequeña editorial que tiene como particularidad el hecho de publicar libros cuyos contenidos se hayan gestado total o parcialmente en su biblioteca. Un sello en el que, como sucede en el resto de la casa, todo se desarrolla con paciencia y tesón, con la cadencia propia de una tarea agrícola, siguiendo el principio de que “la edición se parece mucho a la agricultura, poco a la ganadería y nada a la caza.”
Hecha esta aclaración, conviene añadir un dato importante: Grassa Toro es, a su vez, el más antiguo y seguramente el más cercano colaborador de otro inabarcable como es el diseñador e ilustrador Isidro Ferrer (Madrid, 1963) para quien ha elaborado numerosos textos. La última publicación de ambos, precisamente, vuelve a unirlos en una nueva exquisita obra a cuatro manos.
Esto no es un cartel. Inventario (Biblioteca La CALA, 2019) supone la revisión disminuida y aumentada del catálogo de la exposición homónima que tuvo lugar en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza en 2018. En esta ocasión, tras la enumeración de cincuenta acciones atribuibles a los carteles reproducidos en el libro —convocar, desafiar, desordenar, jugar…— se ha transcrito una larga conversación entre Ferrer y Grassa Toro y se han suprimido las cuestiones más académicas en aras de “dejar al autor a solas con su obra y su palabra”.
Y como quiera que no hay nada como la soledad de un diván para dar rienda suelta a los fantasmas, los anhelos y las asociaciones libres, dejar a solas a Isidro Ferrer —Premio Nacional de Diseño 2002, Premio Nacional de Ilustración 2006 y miembro de la Alliance Graphique International— con sus carteles, significa, en este caso, propiciar un ejercicio íntimo de selección, recapitulación y autocrítica ante el espejo, y convertirlo en un acto de generosidad, de compartición en voz alta.
A través de 240 páginas profusamente ilustradas, Ferrer repasa en primera persona los principales momentos de una trayectoria que comprende más de tres décadas. Desde sus inicios en 1988 —año en el que deja su anterior empleo como diagramador e infografista de prensa para comenzar su estancia en el estudio barcelonés del diseñador Peret— hasta el momento de la publicación, pasando por la creación del Estudio Camaleón (1990-1996) y los primeros carteles en los que reconoce “una voz que empieza a parecerse a mi voz”, es decir, entre otras, la imagen icónica, el uso del objeto fotografiado y de los materiales pobres o la influencia de los carteles de cine polacos y cubanos. La exégesis se vuelve más exhaustiva a partir del año 2000, momento en el que el inventario se detiene de manera razonada en cada cartel con la elaboración de comentarios espontáneos, ahora poéticos, ahora reflexivos, sobre las circunstancias del proceso creativo y la naturaleza de los diferentes encargos. Breves píldoras que permiten al lector comprender la evolución gráfica del autor, sus focos de interés, sus elementos recurrentes —el elefante, las piernas de mujer, los zapatos, las máscaras, las letras…— o las particularidades de los proyectos sostenidos en el tiempo, como sus carteles para el Centro Dramático Nacional o las diez ediciones de su Curso Internacional de Ilustración y Diseño Gráfico de la Fundación Santa María de Albarracín, codirigido al alimón con Grassa Toro.
Por el camino, en una honesta sucesión de reconocimientos y deudas, desfila una pléyade de colaboradores, tales como artesanos, fotógrafos, ebanistas, panaderos, artistas falleros… imprescindibles para la materialización de muchas de sus ideas y referencias a amigos y maestros del oficio que influyeron de alguna manera en su producción artística, como Pep Carrió —responsable del diseño de la colección—, Joan Brossa, Daniel Gil, Leonardo Sonnoli, Saul Steinberg, Raúl, Peret o Chema Madoz.
Pero si esta suerte de autoanálisis no fuera suficiente para convertir este libro en un exquisito manual privado hecho público, en una clase magistral sin ínfulas sincera y desnuda, la entrevista de apertura entre Ferrer y Grassa Toro añade un impagable relato a dos voces a modo de conversación entre dos cómplices que se conocen tanto que, como diría Leonardo Sciascia, “ya pueden tratarse de usted”. Inmerso en esta intimidad compartida, como a través de una cerradura en una noche de rara comunión, el lector es invitado a un extenso e inteligente intercambio que salta adelante y atrás, se ramifica y abarca reflexiones y experiencias que no sólo tienen que ver puramente con los carteles sino que giran en torno a otras cuestiones propias de la filosofía, la psicología, la comunicación o del disfrute de la vida cotidiana.
Un pequeño libro extraordinario, tan singular como sus autores, que nos enseña cómo ser Isidro Ferrer en 221 carteles; un compendio de imágenes y palabras que oscilan de los lugares comunes del diseño a los límites de la imaginación y la realidad; de la imponderable naturaleza a las historias que encierran los objetos; de los miedos intrínsecos de los oficios creativos a la conciencia de las propias limitaciones; de los mecanismos de emergencia a los tiempos necesarios para cada proceso; de las torpezas propias de la inmadurez a la búsqueda de la coherencia; del deseo a la autoexplotación, la aceleración y la comercialización del individuo; de la función persuasiva del cartel a la horrorosa hegemonía de la belleza.