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La nave de los locos / OPINIÓN

Azaña y el regreso de los golpistas

Foto: EFE

Conviene volver a Azaña para entender lo que le pasa a España con el demonio independentista. Después de haber sido su aliado, el dirigente republicano renegó de los nacionalistas catalanes, a quienes acusó de desleales e irresponsables en la guerra civil. La historia vuelve a repetirse con el juicio del Supremo. Entre Companys y Puigdemont no hay diferencias. Les sigue uniendo el afán de destruir nuestro país   

11/02/2019 - 

En una de las primeras noches de febrero, metido en la cama con los pies fríos y la mano caliente, dudo sobre qué tema escribir. Me gustaría hacerlo sobre el arte de Rosalía y la novia que Kiko Matamoros tiene en Albacete, ciudad conocida por su popular feria, amén de sus hombres atractivos e interesantes. Pero al final tiro por lo serio, pragmático y aburrido, por el coñazo catalán, para no defraudar a mis amigos reaccionarios, que me invitaron a la manifestación de Madrid. Excusé la asistencia porque cada vez llevo peor las multitudes. Recé por ellos en el último banco de la hermosa iglesia del Patriarca de València.  

Valga este artículo, escrito con frialdad y sin demasiado fervor, como modesto granito de arena para forzar la salida de Pedro el aventurero.

Hablaré, cómo no, del juicio a los dirigentes independentistas que dieron un golpe contra el Estado en octubre de 2017. Por desgracia no figuro entre los 600 periodistas acreditados para cubrir el juicio en el Tribunal Supremo, así que me conformaré con seguir el sainete separatista por televisión.

En mi mesita de noche tengo un libro que acabo de terminar, Azaña y Cataluña, escrito por Josep Contreras. Feliz coincidencia la de que este ensayo histórico haya caído en mis manos en vísperas del juicio. Es un libro de extraordinaria vigencia porque nos presenta a un don Manuel Azaña desengañado del nacionalismo catalán, en sus años de presidente de la II República. Él fue el principal promotor del Estatuto catalán de 1932. Se ganó el apelativo de “amigo de Cataluña”; años después será, sin embargo, censurado por su anticatalanismo. Azaña, que vivió parte de la guerra civil en Cataluña, se sintió ninguneado y abandonado por la Generalitat de Companys. Llegó a temer por su vida; se sentía un prisionero del Gobierno catalán.

La deslealtad que va de Companys a Puigdemont

¿Qué relación hay entre el Azaña de la guerra y los sucesos ocurridos en Cataluña en 2017? En ambos periodos los nacionalistas catalanes se comportaron con idéntica deslealtad hacia el Estado español del que emanaba su poder. Puigdemont y Junqueras actuaron con la misma felonía que Macià en 1931, cuando dio un golpe de Estado nada más proclamarse la II República, y Companys, que se levantó contra un Gobierno legítimo en 1934, y en la guerra usurpó las competencias del Estado.

Companys fue juzgado por el Tribunal de Garantías Constitucionales en 1935. Fue condenado a treinta años de cárcel por un delito de rebelión militar. No los cumplió porque fue indultado tras el triunfo del Frente Popular.

¿Qué decía el Azaña admirado por la izquierda —nada que ver con el malvado Franco ni con el fascista José Antonio— de nacionalistas como Companys?

Leamos lo que escribió en sus diarios.

“Cataluña ha sustraído una fuerza enorme a la resistencia contra los rebeldes y al empuje militar de la República”.

“Lo mejor de los políticos catalanes es no tratarlos”.

“Es una ley de la historia de España la necesidad de bombardear Barcelona cada cincuenta años. El sistema de Felipe V era injusto y duro, pero sólido y cómodo. Ha valido para dos siglos”.

“La Generalidad, cuyo presidente, como recuerda Companys, es representante del Estado, ha vivido no solamente en la desobediencia, sino en franca rebelión e insubordinación”.

“Estos catalanes tienen muy merecido lo que les pasa. Lo malo es que la locura ha dañado a todos”.

El mundo debe saber que los verdaderos enemigos de la democracia son los que se sentarán en el banquillo, aquellos que se presentan como víctimas de un Estado injusto

Volver a Azaña, al mejor Azaña, al Azaña amargo y lúcido de los años de la guerra, al Azaña del discurso Paz, piedad, perdón, pronunciado en 1938, al político arrepentido de su sectarismo y maniqueísmo, al que clamaba, sin que nadie ya lo escuchara, por la reconciliación entre los españoles, volver a ese Azaña melancólico es un ejercicio conveniente y saludable para los que tememos por la suerte de nuestro país. Lo que el líder republicano dejó escrito en sus diarios nos ayuda a comprender la situación actual.

A la luz de aquellas páginas escritas en el fragor de la contienda, en las que traza un retrato inmisericorde de los nacionalistas, no cabe engañarse más con el mundo independentista, del que sólo podemos esperar victimismo y mentiras. ¿Aún no nos hemos percatado de que el nacionalismo catalán se alimenta de una ideología reaccionaria que sólo sirve a los intereses de una oligarquía de patanes y tenderos de renombre? Una ideología reaccionaria, racista, expansionista y antidemocrática.

Desmontar las mentiras del circo separatista

El juicio del Supremo habría de servir para poner al descubierto las mentiras del circo separatista que nos espera, con su campaña de desinformación para dañar la imagen internacional de España. El mundo ha de saber que los verdaderos enemigos de la democracia son los que se sentarán en el banquillo, aquellos que se presentan como víctimas de un Estado injusto. Y son enemigos de la democracia porque desprecian las leyes e incumplen las sentencias; han convertido a quienes no piensan como ellos en ciudadanos de segunda; azuzan el odio a España sirviéndose de la televisión autonómica y la enseñanza, y niegan el derecho fundamental de que un niño pueda escolarizarse en castellano si es su lengua materna.

En 1938 Azaña vio claro de qué pasta estaban hechos los líderes nacionalistas. De él deberíamos aprender la lección y no ceder en nada ante los golpistas. Lejos de negociar con ellos, como hace Pedro el aventurero, hay que combatirlos y derrotarlos con la palabra y la ley. Y no tener miedo de su reacción porque —como bien apreció Azaña­— la cobardía nunca abandona a un dirigente nacionalista, siempre temeroso de perder la hacienda y sus privilegios. Cuando rara vez se les ha plantado cara, han sido incapaces de aguantarnos el pulso. Sólo falta que nos lo creamos y actuemos.

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