ALICANTE. Con el paso de los años he aprendido a trabajar en un aspecto fundamental para cualquier persona: la autoestima. No fueron buenos tiempos para la lírica los transcurridos durante la secundaria para un chaval bajito, con rizos, y con gustos fuera del "mainstream" como yo, pero todo pasa y todo queda, como decía Machado y cantaba Serrat. Compararte con los altos, guapos y fuertes, era un ejercicio masoquista capaz de destruirte en mil pedazos. No he pegado el estirón, y sigo teniendo preferencias extrañas, pero al menos soy feliz.
El paso del tiempo te ayuda a entender que los altos, guapos y fuertes también tienen sus debilidades, que se acrecientan según llegamos a la madurez. Es una suerte de igualador social el que te coloca en una situación preferente por algún momento. Y precisamente esto es lo que le ha pasado a la afición del Hércules en Paterna. Siempre he pensado que los alicantinos tenemos un complejo de inferioridad muy acusado con respecto al cap i casal, y a la vez, sentimos la necesidad de medirnos con ese Goliat que es el club che. Llevo mucho tiempo diciendo que el conjunto blanquiazul debe revisar sus rivalidades, que no es normal sentir cierta animadversión hacia los valencianistas cuando en los últimos años, mal que nos pese, los partidos que se celebran son ante el filial, y no frente al primer equipo.
Lo acaecido, ese sainete con las entradas, debe servirnos a los "bajitos" para dos cosas. Por una parte, queda patente que en todas partes cuecen habas, y que los fallos de organización y las fobias estúpidas llevan a algunas instituciones, presuntamente respetables y con entidad de Champions, a cometer errores imperdonables. Con un documento afirmando que no abrirían las taquillas, con éstas finalmente vendiendo entradas, y con la segregación sufrida por los aficionados desplazados a Paterna, hemos de tener presente que directivos y dirigentes pésimos los hay en todas partes. También a orillas del Turia.
El incidente servirá, al menos durante un par de días, para que el Hércules vuelva a la palestra nacional de la actualidad deportiva, aunque sea por espectáculos lamentables como el ocurrido en el Antonio Puchades. Por desgracia, avanzará la semana, y el conjunto blanquiazul continuará preocupado intentando salir del familiar pozo de la Segunda División B, mientras los aficionados de la Capital del Reino (o del País) andarán ojo avizor con el virus FIFA, las opciones en Europa, y demás. Y sí, aún queda un Hércules-Valencia B en el Rico Pérez, cosa a tratar en su día, ya que no me extrañaría que los cafres de siempre hicieran de las suyas.
Probablemente declarar el partido de alto riesgo sería una solución, como podría haberlo sido en Paterna de haber medido la realidad de un choque, que no es uno más en este Grupo III de la categoría de bronce. Esto, imagino, no interesaba en la entidad de Mestalla.
Solo queda que ambos clubes aclaren posturas, cuenten lo ocurrido, y si alguien lo cree necesario y procedente, denuncie. Ellos saben lo acordado y quién no ha cumplido. Eso sí, y de este burro no me bajaré jamás: segregar a una persona por su lugar de origen, y sin justificación aparente (lo de la seguridad es ridículo, y de ser preocupante, el club local tenía herramientas para evitarlo) me parece un tipo de práctica repugnante y totalitaria. Las explicaciones erráticas desde el entorno afín al club valencianista tampoco ayudan, enrarecen el ambiente, y crean tensiones innecesarias y peligrosas en el seno del fútbol.
La autoestima sirve también para hacerte fuerte ante rencores y afrentas propias de la España profunda, y para reafirmarte en tus convicciones, por amenazadas que estén. Fútbol es fútbol, pero hay actitudes y personas que te reconcilian con la humanidad. Ahí están los valencianos y valencianistas que han ayudado a algunos seguidores del Hércules. Los tiempos de la secundaria no fueron buenos para la lírica, y los actuales no lo son tampoco para creer en un proyecto cultural, lingüístico y social común, como en el que yo creo. Nos une mucho más de lo que nos separa, tanto con nuestros vecinos del norte, como con los de más al norte.
Pequeños gestos sirven para demostrarlo. Yo seguiré sin pegar el estirón, pero a los altos, fuertes y guapos cada vez se les ven más las costuras.