VALÈNCIA. La imagen fue un vehículo fundamental para una artista de las características de Patti Smith. Apareció en escena dispuesta a romper con los corsés cuando las artistas femeninas todavía intentaban construir su propio lenguaje en la música pop y se valió de la fotografía para ilustrar su insumisión creativa. La cámara quería a Patti y ella, que también necesitaba a la cámara, se dejó admirar por los objetivos de diversos autores. A largo del primer tramo de su carrera, el de la década de los setenta, que va de cuando se dio a conocer en 1974 y hasta 1980, años en que se retiró para contraer matrimonio con Fred “Sonic” Smith y fundar una familia con él, la fotografía fue esencial para consolidar su imagen.
Una de las profesionales con las que tuvo una relación más fértil fue con Lynn Goldsmith, que la retrató por primera vez en 1976. El día que se citaron en su estudio, Goldsmith tenía varias botellas de champán en la nevera; cuando terminaron la sesión no quedaba ni una. Esa tarde, modelo y fotógrafa hablaron largo y tendido sobre lo humano y lo divino, y la conexión fue tan positiva que durante los siguientes años dio muchos frutos profesionales.
Una selección de esas imágenes apareció hace unos años en el libro Before Easter After (Taschen), que se publicó en una edición limitada para coleccionistas. La imagen de Smith con una cazadora de cuero cubriéndole el torso desnudo fue una de las primeras imágenes que definieron a la mujer prodigio del rock & roll cuando esta todavía estaba formándose ante el público a mediados de los setenta. Durante esos años, Lynn la fotografió actuando en el CBGB y en otros locales de Nueva York. Captó su imagen en compañía de Lou Reed, y también junto a Sissi Spacek cuando la actriz estaba en la cima de la popularidad por su papel en Carrie.
Goldsmith ya era entonces una veterana de la industria del espectáculo. Había trabajado para la discográfica Elektra, dirigido programas musicales de televisión y fotografiado a muchas estrellas de rock & roll. Fue, junto a Linda Eastman, una de las primeras mujeres que disparó en ese mundo profundamente dominado por lo masculino. Que su destino se cruzara con el de Patti Smith era inevitable. La imagen de la poetisa que cantaba sus versos era fiel a su espíritu. Sus primeros cómplices en el tortuoso camino para convertirse en artista en el Nueva York de principios de los años setenta fueron precisamente dos fotógrafos. Robert Mapplethorpe, cuya historia conjunta relató Smith en las memorias Éramos unos niños, fue quien la convenció para que se centrara en la poesía. Y, a su vez, ella le convenció a él de que destilara sus dotes como fotógrafo y se olvidara de hacer collages.
Mapplethorpe fue el artífice de la portada de Horses. El álbum que en 1975 debía de presentar a Patti Smith ante el mundo solamente podía contar con una instantánea hecha por su alma gemela. El retrato se realizó con luz natural en casa del marchante Sam Wagstaff, entonces pareja del fotógrafo. Smith tenía su atuendo muy claro, el mismo que vestía en sus primeros conciertos: camisa blanca, pantalón y chaqueta negros y un pequeño lazo a juego, una vestimenta con la que emulaba a Rimbaud, el poeta que iluminaba sus versos. Mapplethorpe se encargó de la luz y la composición.
Le sugirió que se quitara la chaqueta y la sostuviera sobre su hombro, como una versión femenina de Frank Sinatra, uno de los muchos ídolos de Smith. La sesión fue breve. No llegaron a dispararse ni media docena de todos. La idea estaba clara en las mentes de sus creadores. La instantánea que preside la portada de Horses fue la presentación perfecta de una artista que abogaba por una nueva feminidad y reclamaba su lugar en la música popular contemporánea. Mirada desafiante, aspecto masculinizado, sin maquillaje, sin peluquería. La discográfica Arista puso el grito en el cielo cuando se anunció qué foto sería la portada. Sin esa portada, Horses no hubiese sido el disco que hoy conocemos.