Ninis, en busca de un futuro

El programa Jove Oportunitat del IVAJ surge hace siete años para los jóvenes de la Comunitat Valenciana que ni estudian ni trabajan. Un proyecto para aquellos que desean recuperar su motivación perdida y retomar las riendas de su formación, de la mano de educadores sociales, pedagogos o psicólogos

14/05/2023 - 

VALÈNCIA. Las voces se acallan cuando la puerta se abre. La visita, que había sido anunciada con anterioridad, llega a una de las aulas del Centro Joven del municipio valenciano de Xirivella. Con ella, los diez jóvenes que antes participaban en una actividad junto a su coach ven rota su cotidianidad. Una decena de alumnos y alumnas, de entre dieciséis y veintiún años, que, aun exhibiendo personalidades e historias de procedencias lejanas entre sí, en su mayoría comparten un sentimiento común que les hace estar aquí sentados: la desmotivación. Un desaliento propiciado por su experiencia personal dentro del sistema educativo y que, como consecuencia, les llevó a dejar los estudios en busca de otras opciones.

La Comunitat Valenciana es la octava autonomía en cuanto a abandono educativo temprano de la población de dieciocho a veinticuatro años, con una tasa del 12,8% en 2021, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Cifra que, no obstante, ha mejorado con el pasar de los años, ya que, en 2011, se situaba en el 26,7%. Estos jóvenes quieren dejar atrás esa sensación, de la mano del programa Jove Oportunitat (JOOP) del Instituto Valenciano de la Juventud (IVAJ). El proyecto, cofinanciado por el Fondo Social Europeo y adjudicado a la empresa madrileña Siena Educación, se posiciona, a día de hoy, como una vía complementaria de refuerzo para aquellos adolescentes que ni estudian ni trabajan. Chicos y chicas que desean descubrir una vocación para poder retomar su formación o encontrar un empleo. De hecho, el 70% de los jóvenes que decide apuntarse al curso consigue ese propósito, según información aportada por el equipo encargado del mismo.

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Carles Guillem, de veintiún años, fue uno de ellos hace poco menos de un año, un exjooper, término con el que se denomina al estudiantado de JOOP de ediciones pasadas. Con paso firme se sitúa frente a la expectante audiencia para narrar su experiencia. Porque los allí presentes no han sido los únicos en encontrarse en esa situación. Desde hace siete años, el programa atiende a grupos juveniles de doce personas en espacios cedidos por los ayuntamientos adheridos al proyecto, normalmente los Centros Jóvenes. En esta edición, son 75 las localidades de la Comunitat implicadas en el programa. 

En Xirivella, los alumnos miran atentos a Guillem. Antes, algunos de ellos comentaban que las clases estaban siendo «mejor de lo que esperaban», al ser «más entretenidas» que las que recibían en su anterior centro de enseñanza. Otra parte de la clase optaba por guardar silencio, viendo cómo eran unos pocos compañeros los encargados de explicar, previa y voluntariamente, el porqué de su presencia aquí. Motivados por sus antiguos orientadores educativos, padres o compañeros exjoopers, detallaban que la mayoría de ellos lo que desean con JOOP es ser capaces de sacarse la prueba de acceso a la Formación Profesional (FP). En los últimos ocho años, los matriculados enFP han aumentado un 37%, habiendo 119.000 estudiantes en las aulas valencianas este curso, según detalló el president de la Generalitat, Ximo Puig, en febrero durante el II Congreso Nacional de Formación Profesional celebrado en València. No obstante, también hay quien busca entrar a la universidad o encontrar una salida laboral. 

En busca de motivación

Carles engaña. A simple vista, parece un joven carente de ideas de futuro claras, pero al hablar demuestra lo firme de su actitud, lo nítida  que tiene su perspectiva venidera y su conocimiento sobre la realidad que lo envuelve. «Debéis aprovechar esta oportunidad; sois unos privilegiados», espeta como mantra a sus recién espectadores. «En mi caso, yo venía de la calle, de estar en el parque con los colegas consumiendo. Pero tenéis que creer en vosotros y no hacer caso a quien os diga que no valéis», alienta a fin de contribuir a esa construcción motivacional buscada.

En privado, y de forma más extendida, el chico no duda en explicar a Plaza el «orgullo» que le produce que exista un recurso así. Lo conoció al acabar un proceso de un año en un centro de día, bajo el objetivo de terminar con las adicciones que tenía. Él no sabía qué hacer con el tiempo libre y, ante eso, su psicóloga le planteó el programa que terminó realizando en el Centro Joven del barrio de Malilla. 

Porque, como otros participantes, Carles cuenta con su propia historia. Una que se podría comenzar a detallar desde el momento en el que afirma que a él no le gusta estudiar y que se llegó a sentir discriminado en el colegio por tener TDAH, es decir, trastorno por déficit de atención e hiperactividad. «Repetí segundo de Primaria y para mis nuevos compañeros era como la oveja negra. Iba sin ganas a clase y no me sentía ayudado por el centro. Me desmotivé, me cambiaron dos o tres veces de instituto y me fui a una FP de Sistemas Microinformáticos y Redes, que dejé cuando empecé a consumir. En verdad, me he dado cuenta de que lo que me impulsa es trabajar, no el estudio», matiza.

Este punto de inflexión le llegó cuando se dio cuenta de que quería «ser una persona de provecho» y no dejar que su vida continuase siendo dibujada por el camino de las adicciones. Va más allá y comenta que, el día de mañana, le gustaría que sus hijos estuviesen orgullosos de quién es. El joven solo tiene buenas palabras para su monitor de JOOP durante los seis meses que duró su curso. Una figura con la que sigue en contacto y a la que llega a considerar como un segundo padre por haberle ayudado «sin pedir nada a cambio».

Ahora es Laura Beldad, la educadora social, quien coge las riendas de este grupo de Xirivella. Esta agrupación de jóvenes sobre la que ya se puede vislumbrar el reencuentro con su motivación solo por el hecho de querer estar aquí; por haber prestado atención a la historia de Carles. Entre ellos, Adela Navarre y Ayrton Alfonso Visent. Dos alumnos de diecisiete y dieciséis años, respectivamente, que también cuentan con diferentes razones en su decisión de acudir al programa del IVAJ. Ella, tras enterarse por una amiga, se apuntó con la finalidad de conocerse a sí misma, formarse laboralmente y sacarse la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) porque, bajo su punto de vista, «sin ese título no puedes hacer tantas cosas». Él, por su lado, no tuvo dudas en apuntarse cuando se lo comentó la orientadora de su instituto para, así, poder aprobar la prueba de acceso y estudiar un grado medio en Mantenimiento de Vehículos o Electromecánica de Vehículos Automóviles.

Asimismo, Adela Navarre dejó una Formación Profesional de Servicios Comerciales, ya que, a pesar de que sus profesores la animaron a estudiar, no llegó a sentir esa motivación de poder conseguirlo. De hecho, esta se desvaneció, aún más, cuando repitió curso. Ayrton Alfonso Visent, a diferencia de Navarre, no vivió esta última experiencia, pero en 4º de la ESO se vio con muchas asignaturas pendientes, aburrido y poco entusiasmado, al querer adentrarse ya en el mundo laboral. «Creo que en los centros educativos se tendría que dar a conocer varias vías a los estudiantes, en vez de poner siempre el foco en el Bachillerato o la Formación Profesional. Y esto no debería ser explicado solo a los que decidimos dejar los estudios, sino a todo el que quiera», valora.

Dos historias sobre las que, ahora, Beldad puede introducir valores como creer en uno mismo o confiar en las capacidades propias. De lunes a viernes en horario de mañana, se encarga de darles sesiones de coaching, tanto individuales como grupales, para ayudarles a tomar el rumbo que deseen. Del mismo modo, al igual que hacen los otros monitores durante el curso, les acompaña a la veintena de visitas que realizan a empresas con el resto de grupos. Una actividad con la que se busca «conocer las posibles salidas profesionales que ofrece cada rama educativa, además de actividades culturales, deportivas, sociales y de convivencia en albergues», tal y como explican desde el programa Jove Oportunitat en una presentación. 

Las coach, un pilar fundamental 

De esta forma, afronta con decisión la labor de poder ayudar a los chicos. Llevan pocas semanas de clase, pero eso no impide que la profesional tenga las ideas claras sobre cómo organizar su labor para alcanzar ese propósito. De hecho, detalla que su tarea inicial es conseguir cohesión grupal, para que el alumnado se encuentre a gusto, a la par que realizan diversas tareas dinámicas, para que puedan conocerse a sí mismos y establezcan relación con el resto de compañeros. Porque, según describe, uno de sus principales objetivos como coach es que puedan trabajar la autoestima y el autoconocimiento, mermados por sus experiencias y la creencia de «no valer nada», nacida de los prejuicios. «Lo más importante para mí es que esto sea un espacio seguro para ellos y que estén lo más a gusto posible. Si nos encontramos bien en un sitio, siempre acabamos volviendo. Luego, ya iremos viendo caminos profesionales y académicos». Según explica, el paso más complejo es saber si el alumnado «quiere estar o no aquí». No obstante, observa que los chavales que hay en clase están «porque quieren y buscan aprovechar la oportunidad». No hay un perfil de estudiante marcado, pues algunos llegan a clase «por pura desmotivación en el instituto» y otros cuentan con «situaciones delicadas a nivel familiar». 

Así, la diferencia de personalidades es uno de los distintos factores que inciden en el proceso. O, al menos, así también lo pone de manifiesto Hajar Jebara, monitora del grupo JOOP que hay en el barrio de Jesús. Sin perder nunca la sonrisa afable, la pedagoga y educadora social sostiene que el inicio «suele ser difícil», porque los jóvenes no la conocen y vienen con «las típicas muletillas de "no sé", "no quiero",...». Ante ese «no» por delante de varios estudiantes al principio, explica que la clave reside también en «conformar un grupo entre todos», incluyendo a su coach.

Más aún, Laura aboga, con convicción, por que la gente se anime a conocer aún más a la adolescencia y «saber los motivos por los cuales hacen las cosas y qué les motiva». Tanto es así que, durante los primeros días del curso, estableció las normas a seguir en colaboración con los estudiantes para que  ellos pudiesen comprender el porqué de ciertas acciones y el beneficio de las mismas. De igual manera, estas pueden ir modificándose colectivamente en función de las necesidades observadas.  «Si desde la mirada adulta no nos paramos a ver qué necesitan estos chicos, seguramente, haya mucho más fracaso escolar, mucho más absentismo. Hay que preguntarles y escuchar qué es lo que quieren hacer o cómo les gustaría hacer las cosas porque, quizá, así nosotras también cambiamos la forma de realizarlas con ellos», aconseja con claridad.

El papel de la pedagogía

De esta manera, son varios los caminos a los que los jóvenes pueden llegar con JOOP tras intentar dejar atrás la desmotivación. Esa desilusión que, a vista de Laura, podría combatirse mediante una mayor educación social dentro de los institutos. Educadores, trabajadores sociales, pedagogos, psicólogos, orientadores, integradores sociales… son algunos de los perfiles que enumera para hacer ver la falta de más de estos en los centros. «Yo creo que el instituto no es igual que hace veinte o diez años. Considero que se debería analizar un poco lo que está pasando y poner medios para atajar los problemas desde dentro y no una vez que el joven ya está fuera», comenta. Además, valora que el currículum impartido «deja muy de lado» la inteligencia emocional o las habilidades sociales.

Hajar, por ejemplo, propone la introducción de asignaturas más dinámicas para que quienes no han optado por una educación «más formal» no vean el instituto «como una cárcel». «El camino se hace demasiado largo para los que han tomado esa decisión y, al pasar esto, se desmotivan. Entonces, cuando ocurre esto, pierden el interés totalmente por las clases», subraya la pedagoga y educadora social. 

Enrique Castillejo, presidente del Consejo General de los Colegios Oficiales de Pedagogos y Psicopedagogos de España y del Colegio Oficial de la Comunitat Valenciana, expone a Plaza que los recursos humanos de este oficio para el ámbito de la enseñanza «son escasísimos», cuando se trata de «un elemento fundamental en el sistema educativo». Ante esto, explica que la Comunitat es una de las autonomías que menos RRHH proporciona al respecto y que, sin que se conozcan los datos exactos, a día de hoy «habría una ratio mínima de 550 alumnos por orientador en los institutos públicos». En la concertada, por su parte, detalla que el profesional «tiene solo una hora de dedicación por grupo». Para él, lo mejor sería que se profesionalizase la orientación educativa y que hubiese un experto cada 250 estudiantes. De hecho, Jebara comenta que las aulas de los institutos son muy amplias y poseen «una ratio bastante grande que no permite focalizar en cada uno de los jóvenes». «Obviamente, es muy complicado, pero quizá con un grupo de unas quince personas es más viable centrarse en cada uno y sus problemas», remarca la joven monitora.

Para Castillejo incluir estos perfiles en las escuelas «es la tabla de salvación de muchos alumnos que, por múltiples circunstancias, el sistema educativo ha dejado fuera y tienen que incorporarse en una sociedad para ser seres adaptados y productivos».

Así pues, se trata de uno de los oficios que se sitúan como oportunidad de anclaje para los jóvenes y por el que JOOP ha optado para impartir sus cursos con grupos de doce personas. Desde pedagogos, psicólogos y educadores sociales, cuenta con una serie de perfiles para crear esos itinerarios personalizados y marcar los objetivos a conseguir durante esos meses. 

Pau López, coordinador del programa, sabe lo esenciales que son estas profesiones para el buen funcionamiento del proyecto. Con tono amable, detalla que es «importante» que los monitores cuenten con herramientas, porque «se enfrentan a muchas circunstancias», debido a esa diferenciación que se origina en cada uno de los grupos al contar con distintos tipos de jóvenes. Porque remarca que no está concebido específicamente  y debe ser «lo suficientemente flexible» para atender a esa heterogeneidad de adolescentes. Él también fue coach y, al igual que Ana Acedo, otra de las coordinadoras del programa, sabe lo que es estar al lado de los adolescentes que se inscriben. Ella mantiene el buen sentimiento que le dejaron sus últimos nueve estudiantes y que deriva de haberles visto crecer tanto a nivel personal como social. Además, resalta que todos los que han participado han retomado los estudios o cuentan con un proyecto profesional, puesto que, tras acabar el curso, no se pone fin a la relación. Aparte de la decisión propia de querer mantener el contacto, desde JOOP se realiza un seguimiento de los chavales, durante los seis meses posteriores a su finalización.

Chicos y chicas que, para apuntarse al proyecto, solo deben estar inscritos en el Sistema Nacional de Garantía Juvenil, el cual tiene como objetivo que los jóvenes que ni estudien ni trabajen «puedan recibir una oferta de trabajo, de educación o formación», según informan desde Jove Oportunitat en un comunicado. De esta forma, y tal y como comenta Jesús Damían, presidente del IVAJ, un proyecto que intentaba «ayudar a unas cuantas personas jóvenes a encontrar su camino» se ha convertido en uno que ofrece una oportunidad. Una opción para que aquellos a los que, «como sistema, no hemos sabido conectar puedan «transformarse en ciudadanos activos dentro de esta sociedad».

«Lo que hemos visto es que Jove Oportunitat es lo que necesitan todos los adolescentes de la Comunitat, es decir, el tener una persona al lado que les acompañe, dentro de ese proceso tan extraño que es pasar de ser niño o niña a adolescente», declara serenamente. Y así, una semana después de la charla de Carles, otro grupo da la bienvenida a la experiencia de JOOP. En concreto, el de Hajar Jebara en el Centro Joven de Jesús. Un grupo que acalla un poco más su voz al estar aún en el segundo día de su nueva rutina. No obstante, aquí todos cuentan con sus propios objetivos y algunos no dudan en alzar la voz para hacerse oír y, además, hacer ver a la gente que no se es peor que nadie por no seguir el camino estrictamente marcado.

Lucía Borrás, Abdu Bana y María Sahuquillo saben lo válido que es tomar otras vías para conseguir sus propósitos. Los tres estudiantes del grupo afirman sentirse más cómodos aquí que en el instituto, a la vez que el chico remarca lo rápido que han logrado socializar entre todos, a pesar de que a algunos les pueda costar más. Y Lucía lo tiene claro. Ve que el cambio va a ser a mejor y que a la gente le debe dar igual lo que digan los demás. Que uno no debe estar nervioso o tener vergüenza porque, al final, «uno tiene que vivir su vida y saber que, en algún momento, encontrará trabajo si de verdad quiere». Una motivación expectante surgida tras la antónima desmotivación y que, ahora, afronta su construcción con esa nueva oportunidad, la oportunidad de los jóvenes.

* Este artículo se publicó originalmente en el número 103 (mayo 2023) de la revista Plaza

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