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la tribuna del politólogo / OPINIÓN

Mi verano en Cuba

28/11/2016 - 

Por motivos personales, hace unos años estuve un verano en Cuba. Lejos de ir para pasarme todo el tiempo en un hotelazo de la playa de Varadero, estuve viviendo con unos cubanos en Güines (a 60 km de La Habana) y me recorrí toda la isla por mi cuenta durmiendo en casas particulares. De una punta a la otra. Un verano basta para darse cuenta de las enésimas contradicciones que sustentan al régimen castrista. También para conocer desde dentro la realidad de sus supuestos mitos y conquistas.

Es verdad que sobre el papel todos los cubanos tienen cobertura sanitaria. Pero dicha sanidad es un auténtico desastre. Yo vivía con un médico. Me contaba que en el hospital no tenían apenas material sanitario. Ni siquiera vendas o esparadrapo. En Güines, una ciudad de unos 80.000 habitantes, no había medicinas. Solo llegaban los martes a la única farmacia y el farmacéutico se las vendía todas a un contrabandista, que luego las revendía. En mi última semana allí, murieron 40 personas en una fiesta de La Habana, porque bebieron ron en mal estado. No existe apenas un control sanitario sobre los alimentos. Todo es mentira. 

Es verdad que todos los cubanos tienen acceso gratuito a la educación. Pero está fuertemente basada en el adoctrinamiento y el culto al líder. Incluso en la universidad, un médico no puede licenciarse sin aprobar asignaturas como ‘Principios de la revolución’, ‘Obra de Fidel’, ‘Filosofía del Che’ y un largo y absurdo etcétera. Muchos maestros y profesores se dejan sobornar a cambio de aprobar a alumnos. Lógico. Su sueldo no va más allá de los 15 dólares al mes. Y tienen familia a la que alimentar.

Es verdad que todos los cubanos tienen derecho a una cartilla mensual de racionamiento con la que aseguran comida para su familia. Pero es tan escasa, que apenas dura para los primeros quince días del mes. Luego tienen que apañarse con su miserable salario. Aquellos cubanos que no tienen a nadie en el extranjero que les mande dinero, se ven obligados a trapichear o sacar la comida de cualquier sitio. Ellos lo llaman ‘resolver el mes’, o más bien ‘resolver el día’.

No hay más partidos legalizados que el Partido Comunista. En 57 años ningún disidente o contrario abiertamente al gobierno castrista ha ocupado un puesto político. Ni siquiera un concejal de un pequeño pueblecito. En sus absurdas elecciones no está permitido hacer campaña electoral y el Partido controla estrictamente quien se presenta. Fidel fue primer ministro y presidente durante 50 años, siendo sucedido por su propio hermano. Nadie les votó nunca. Esa es su concepción de democracia.

Todo el mundo conoce algún desaparecido, represaliado, ejecutado, exiliado o encarcelado por sus ideas políticas. Allí es tan normal como conocer a un panadero. Como cualquier dictadura del mundo liderada por un comandante que ganó una guerra (ellos la llaman Revolución), es un régimen absolutamente militar. Los soldados cobran diez veces más que los demás, y tienen mil veces más privilegios.

Siempre he oído (y lo comparto) que lo peor del capitalismo es que la riqueza se concentra en un 1 % de las personas. Pero en ninguno de los países que he visitado, he visto este fenómeno tan pronunciado como en Cuba. Eso si, aquí no solo son grandes empresarios (que alguno hay también). La clase alta son básicamente los militares y la cúpula del Partido Comunista.

Se abre ahora una época de incertidumbre. Estoy seguro que los militares y la cúpula no tienen ninguna intención de soltar el poder. Pero el precio de construir durante 57 años un régimen en torno al culto de un líder es que, muerto el tirano, todo puede derrumbarse. Tendría más esperanzas si los demócratas siguieran en la Casa Blanca. El bloqueo es completamente incompatible con la democratización y la apertura de la isla. En más de cinco décadas, solo ha servido para generar pobreza, dar una excusa permanente al gobierno cubano con la que justificar sus abusos y poder fomentar así su efectivo discurso del enemigo invisible contra el que luchar y al que vencer.

Por fin Obama pareció entenderlo. Pero Trump quería los votos de la rama dura de los exiliados de Miami (que solo desean venganza). Prometió que volvería a reinstaurar el embargo, y con ello logró ganar en Florida. Así minó gran parte de las esperanzas de los que dejamos nuestro corazón en esa isla y queremos algo mejor para todos aquellos que la habitan.

Apenas un 1% de la población tiene acceso a un internet libre y sin censura. No puedo comunicarme con aquellos amigos que allí dejé. Tampoco tienen ellos manera de saber qué pasa fuera. En la televisión solo se puede ver la cadena oficial y la de Venezuela. Pero, de alguna manera, ellos saben que el mundo les observa.

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