ALICANTE. La periodista y escritora madrileña Marta Robles llega de nuevo a las Veladas literarias del restaurante Maestral y lo hace para cerrar la temporada hasta el mes de septiembre. Es la última en pasar por este escenario, pero no es la menos importante. De hecho, el libro con el que regresa a la terreta habla de una de las cosas más importantes en la vida, que es el amor, motor que mueve el mundo. Lo que la primavera hace con los cerezos (Espasa, 2022) habla del amor, pero también del desamor. La autora hace un ensayo novelado en el que aborda historias de pasión de grandes genios creativos con el objetivo de encontrar el secreto que obra el milagro convirtiendo un buen trabajo creativo en una verdadera obra de arte. Misión cumplida. El secreto está en la emoción. En ese amor que hace con las personas lo que la primavera hace con los cerezos.
— Has abordado las historias de amor y desamor de grandes genios creativos de todo tipo de disciplinas… ¿Has encontrado algo común en todos ellos?
— En este ensayo trato de relacionar el amor y el desamor con la creación. Lo hago a través de las historias de amor y desamor de artistas de todas las disciplinas: pintores, escultores, músicos, escritores, etcétera, y he encontrado una característica común en todos ellos: aman de una manera muy intensa y eso tiene que ver con la emoción. Con este libro quería saber cuál era el milagro que determinaba que un buen trabajo se convirtiese en una obra de arte y eso sucede por la emoción. Para poder inocular emoción en cualquier trabajo, el artista necesita emocionarse y sentir. Es por eso que aman de una manera más intensa.
Los creadores siempre están en un proceso de zozobra porque no saben si van a tener una obra de arte en su vida… o dos… o tres. Las carreras de los creadores no son lineales. A veces se sumergen en el pozo de la falta de creatividad o de la falta de capacidad de emocionar. Permanecen en ese estado de zozobra pensando qué va a suceder con sus trabajos y eso los lleva a amar de una manera mucho más intensa para ver si de esos sentimientos no solo surge la inspiración, sino también la capacidad de proporcionar emoción a sus obras y convertirlas en obras de arte.
— No vale solo con una buena técnica…
— Desde luego. Hay buenos libros y otros que son obras de arte. Hay cuadros que son buenos y otros que son extraordinarios y nos conmueven. Eso que nos conmueve es el arte de verdad. El resto puede ser un buen trabajo, pero hay una diferencia. Los buenos trabajos los olvidas y las obras de arte no. Una buena técnica no te asegura que vayas a crear una obra de arte, sino la capacidad de inocular emoción.
Las mamás de turno suelen decir que sus hijos hacen garabatos como Picasso, pero la diferencia está en que esos garabatos no provocan absolutamente nada. Tú te pones delante de un cuadro de Picasso y hay algo que te pasa. Por supuesto, el arte tiene que ver con el aprendizaje y la técnica, pero tiene que haber algo más, que es un talento innato para emocionar al de enfrente. Ahí está el principio de la obra de arte.
— ¿Y has encontrado dónde está la delgada línea entre la creación y la destrucción a la que les lleva la zozobra?
— Esas líneas están en todas partes. Por ejemplo, Freud dice que para crear es imprescindible tener fantasías sexuales. Dice, además, que absolutamente todos tenemos fantasías sexuales, pero que nos convertimos en depravados cuando cumplimos esas fantasías en realidad sin que el de enfrente quiera. En el ámbito de la creación y la destrucción, hay veces que el proceso de creación es tan fuerte y es tan intensa la búsqueda desesperada de esa emoción para transmitir en la obra de arte, que el creador, cuando no la consigue, se acaba destruyendo a sí mismo. Pero lo peor es que, en el camino, es capaz de destruir a los demás.
Los creadores necesitan el amor y el desamor, que es su reverso. Hay quien dice que se crea mucho mejor en el desamor, pero eso es porque has amado muy fuerte. Para que el desamor provoque esa conmoción en el artista, el amor previo tiene que haber sido de gran magnitud, porque sino se desvanecería de forma instantánea. Es por eso que, los creadores, cuando van enamorándose, exprimen a quienes tienen a su lado. En la obra Picasso, por ejemplo, vemos que cada una de sus épocas pertenece a un amor distinto. Además, a cada una de esas mujeres las exprimió, las consumió y las maltrató para después aparatarlas de su camino. Eso es, desgraciadamente, bastante habitual en los artistas. Tienen ese amor a su obra que les reclama atención y los lleva a priorizar su creación, por encima incluso de sus sentimientos.
— Cómo escritora, ¿has visto en esa pasión y esa búsqueda de la emoción una meta personal?
— Sin quererlo, cuando escribo, me olvido de los lectores. No escribo pensando en si va a gustar o si comercialmente va a estar bien. Escribo aquello que a mí me resulta conmovedor y, de una manera instintiva, pues, a mí me pasa también eso. Me meto en el libro en el que estoy escribiendo hasta que a mí me mueve y me conmueve. Sé que, de algún modo, voy buscando que esa conmoción se traslade a los lectores. Creo que sí es algo que buscamos todos, lo reconozcamos o no. A veces sin darnos cuenta, pero es que es algo fundamental.
— ¿Con cuál de todas estas historias que has recopilado has disfrutado más? ¿Por qué?
— Es un poco complicado. Los donjuanes, las mujeres fatales… De todas las historias he ido sacando alguna cosa, pero me fascinó especialmente la historia de James Joyce y Nora Barnacle, porque demuestran mucho la capacidad que tienen en el amor y cómo lo profesan de forma que proporciona elementos para las obras de arte. Joyce se encuentra con Barnacle en la orilla de un río, donde tienen una historia sexual y, desde ese día hasta su muerte, mantienen la pasión durante toda su vida. Él era un intelectual y ella apenas sabía leer y escribir, pero era la protagonista femenina de todos sus libros. Me llamó mucho la atención esa relación.
También hay otra historia que siempre digo que me gusta especialmente porque, escribiendo este libro, he podido comprobar la cantidad de sufrimiento que ha habido con las distintas sexualidades a lo largo de la historia de la humanidad en muchos seres humanos, pero, sobre todo, en los creadores. Me refiero a la historia de Allen Ginsberg y Peter Orlovsky. Ginsberg era un poeta considerado uno de los padres de la Generación Beat. Era homosexual y, cuando conoció a Orlovsky, hubo un flechazo entre ellos y se enamoraron enormemente. Orlovsky era heterosexual, pero tuvieron un amor extraordinario durante toda la vida a través de una relación abierta. Compaginaban su amor, uno con mujeres y otro con hombres, pero entre ellos había un amor tan intenso, tan mágico y tan extraordinario que no solo se quisieron física y anímicamente, sino que, además, sacaron lo mejor el uno del otro. Hicieron el uno con el otro lo que la primavera hace con los cerezos.
— ¿Con ese título resumes las historias del libro haciendo alusión al florecimiento del amor?
— Con este título hago una alusión a ese amor que hace florecer a las personas. Cuando uno ama, siempre piensa que es buenísimo, que ama maravillosamente y que, por su amor, casi habría que condecorarle. Sin embargo, lo cierto es que, cuando amamos, nos volvemos muy mezquinos, posesivos, egoístas y queremos que nos responda la otra persona como no es. Es decir, que hacemos ese ejercicio de cristalización que decía Stendhal, le ponemos una máscara a nuestro ser amado y pretendemos cambiarlo por completo. Pero el amor lo que hace de verdad es respetar a las personas como son sacando lo mejor de sí mismas y haciéndolas florecer.