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SED BUENAS Y LEED A LA SOMBRA: SOSA CÁUSTICA

Leer con humor: Jardiel Poncela, Orejudo, 'Los plagiaristas', Frayn y los Mortimer

10/09/2018 - 

ALICANTE. Después de una firme admonición contra su recurso en tiempos de sequía creativa, Rainer Maria Rilke nos dejaba ver un pequeño resquicio en su profunda gravedad y admitía el uso de la ironía como “un medio más para captar la vida”, en sus Cartas a un joven poeta de 1929. Gracias, Rainer.

El humor y los humores suelen derramarse juntos en los momentos más graves: la risa tonta en los entierros junto a la bilis que amarga la boca del estómago, ambas fruto de la desolación; la sonrisa helada con que recibimos la enésima mala noticia, en plan “venga va, una más, a ver si puedes superarte”, en una apelación al destino sordo que puede que ni exista; la vuelta al trabajo en septiembre con la risa floja aún en la garganta, porque en el primer tren de la mañana ibas leyendo a Jardiel Poncela o a John Mortimer.

Quédense con esta última imagen, sobre ella vamos a construir la última de las tandas recomendatorias del verano 2018, la que se encabalga entre las vacaciones estándar (de aquí quedan fuera todos aquellos que las disfrutan cuando les viene en la real o republicana gana) y la vuelta a la normalidad, como si este concepto de normalidad  no fuera “La Gran Broma”.

Como si de una escala Scoville del humor se tratara, vamos a puntuar de 0 A 5 el grado de comicidad, ironía, sarcasmo y sátira, siendo el grado 5 la comicidad casi pura, la que persigue la sorpresa y la carcajada del lector, 4  la comicidad con un punto de parafernalia paródica, a la manera de la sátira; 3 el punto medio que engloba todo: comicidad, ironía y sátira; 2, la ironía despechada; 1, el sarcasmo en forma de ceja alzada permanentemente; 0, la sosa cáustica.

Como prueba de toque a esta escala del humor literario, elijamos seis recomendaciones lectoras para pasar el trago de “La Gran Broma”.

Empezaremos por un clásico reeditado recientemente, y no en una colección de “clásicos del siglo XX”, donde ya está, sino en el catálogo de una de las (ya menos) nuevas editoriales que han conseguido un hueco en el corazoncito de los lectores en busca de un editor que les haga el trabajo sucio, Blackie Books. Con un logo propio que, imitando la circularidad del del propio sello, encierra una caricatura de Enrique Jardiel Poncela riendo “je, je” sin cartela ni bocadillo, con el lema “VUELVE JARDIEL”, la editorial barcelonesa ha recuperado los cuatro títulos narrativos esenciales del madrileño: ¡Espérame en Siberia, vida mía!, Amor se escribe sin hache, La tournée de Dios y Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?.

Enrique Jardiel Poncela (Madrid, 1901-1952), a pesar de su vida marcada por el sarcasmo del desprecio, a pesar de la ironía connatural a su humor irreverente y formalmente cercano a las técnicas de los surrealistas, lo que quería, principalmente era hacer reír. Sí, reír a personas con la inteligencia mínima del homo erectus, ciertamente, pero reír al fin y al cabo. Si con sus situaciones de alta comedia etílica hubiera podido hacer reír a un australopithecus, seguro que habría argumentado que había hecho evolucionar al ancestro, no que su humor se había adaptado a su cerebro.

Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? comienza con una dedicatoria manuscrita: “A Enrique Jardiel Poncela, mi mayor enemigo, con la adhesión, la simpatía y el afecto de Enrique Jardiel Poncela. 1930”.

El protagonista de esta novela, por llamarla de alguna manera, es Pedro Valdivia, donjuán de éxito, que cuenta con unos archivos que recogen sus 36.857 conquistas, para la gestión de los cuales necesita de una secretaria y cuatro mecanógrafas, cuerpo de élite incapaz de impedir la confrontación con su némesis femenina, Vivola Adamant. Contra hombres y mujeres, contra mujeres y hombres podría haber sido el título alternativo de este basto delirio que, no obstante, comienza con una tesis bien definida por el diálogo inicial entre PROTAGONISTA y LECTOR:

“EL PROTAGONISTA. Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?

EL LECTOR. Hombre…, ¿y por qué no? Pudo haber once mil vírgenes de la misma manera que hubo doce apóstoles, y diez mandamientos, y siete plagas, y cuatro evangelistas…

EP. Pchss… No es lo mismo. El mundo se repite de un modo inexorable. Fíjese usted en que apóstoles ha seguido habiendo, por ejemplo: Carlos Marx, Tolstoi, Giner de los Ríos… Evangelistas todavía nacen: Lenin y Gandhi, sin ir más lejos… Mandamientos se pronuncia a diario: ahí están las leyes de circulación de automóviles, continuamente renovadas… Y plagas, aún disfrutamos: los libros sobre Rusia, el cante flamenco. Pero… ¿vírgenes? Vírgenes, ¡ay!, no queda ni una sola amigo mío… [...] Y usted convendrá conmigo en que alguna virgen quedaría si hubiera habido alguna vez once mil…”.

Ironía a parte, a Jardiel le concederemos el grado 5 de la Escala Escobilla del Humor.

Si el primer libro es un tochazo de 460 páginas, la segunda lectura son 150 páginas de obra colectiva.  En 2014, unos personajes oscuros y pretendidamente subversivos presentaron Doce cuentos del sur de Asia, la primera publicación oficial del grupo literario conocido como Movimiento plagiarista. En 2017, la editorial andaluza Bandaàparte publicaba el volumen Los escritores plagiaristas, firmado por Félix Blanco (Valladolid, 1980), en el papel de Leandro Romaña, Daniel JIménez (Madrid, 1981) como César Ruiz-Tagle, Daniel Remón (1983) como Macedonio Assens, y Minke Wang (Wenzhou, China, 1978), como Juan Rofolfo Madden. Además de plagiar la cubierta, inspirándose en la ilustración de Jack Vetriano The Billy Boys, accidentalmente relacionada de manera íntima con Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, porque esa fue la ilustración de su cubierta, la editorial acompaña el librito con una hoja suelta digitalmente ciclostilada, que contiene los 10 puntos del Manifiesto Plagiarista, donde el artículo primero dice “El plagiarismo y el humor son cosas muy serias”, mientras el décimo recuerda que “Todo lo demás se deduce de lo anterior”. Y admiten una sentadísima Trinidad en su alumbramiento: Borges es el Padre, Bolaño es el hijo, y César Vidal es el Espíritu Santo. Más allá de eso, padrastros ni en los dedos”. Grado 4 de la Escala Escobilla del Humor.

En el número tres de las recomendaciones, de una tacada, dos propuestas muy conscientes de su calado de la Editorial Impedimenta de Enrique Redel y la apuesta de su catálogo por el humor británico con más clase y estilo: Michael Frayn (Londres, 1933) y su Al final de la mañana, en traducción de Olalla García;  y el nuevo volumen de las tribulaciones con toga de Horace Rumpole, compañero vital de “Ella, la que Ha de Ser Obedecida”, Los juicios de Rumpole, de John Mortimer (Londres, 1923-2009)traducido por Sara Lekanda Teijeiro. Si la primera está ambientada en el mundo de la prensa, siendo reconocida como una de las novelas de periodistas más cómicas de la literatura inglesa, la colección de relatos rumpolianos de Mortimer nos obliga a pensar en un Padre Brown de Chesterton anglicano, escéptico, etílico y disfrazado, más que vestido, con toga en vez de con sotana. En ese Olimpo british en el que Evelyn Waugh o Tom Sharpe ocupan el puesto de deidades principales, Mortimer y Frayn se toman una copa de champán, o de buen clarete a su salud. Ambos agraciados con un merecidísimo grado 3 de la Escala Escobilla del Humor para la perfección de Mortimer, y un grado 2 de la EEH para Frayn y su desencantada visión de los plumillas.

Cuarta recomendación: Antonio Orejudo (Madrid, 1963), Los cinco y yo, gotas de vitriolo en una limonada como las que (apócrifamente) aparecían en las historias de Los 5 de. británica Enyd Blyton, lectura fundamental del baby boom. La Transición como nunca la habían leído, desde los intestinos de sus sufrientes. “Cecilia y yo intentamos solucionar la crisis acudiendo a los servicios de un mediador de la Junta de Andalucía. Nos dijo que primero había que pasar por la fase del reproche, que había que vaciarse de rencor y de veneno. Cecilia fue breve: Desde que te conocí supe que me la pegarías con otra… Todos los hombres acaban siempre pegándotela con otra. Hay diferentes tipos: está el vivalavirgen… Luego están los pusilánimes… Y por último hay un tercer grupo de gilipollas, donde sin duda alguna te incluyo…”. ¿De qué tipo de padres divorciados eran hijos los 5? Los cinco y yo, editada por Tusquets en el número 904 de su colección Andanzas.

Grado 1 de la EEH para Orejudo y su sarcástica mirada sobre los hijos de la Transición.

Para el final, last but not least, otra de las delicias de Impedimenta. Me avisaron, “pero el libro de Mortimer (Penelope) no es de humor”, a pesar de que comparte el apellido con John, el de Rumpole, porque estuvieron casados desde 1949 hasta 1971, con un buen puñado de relaciones extramatrimoniales por enmedio, de ambos cónyuges. Penelope Mortimer (Rhyl, 1918- Londres, 1999), Fletcher de soltera, Mortimer desde su boda de 1949 con el reconocido mujeriego abogado y escritor John Mortimer, Mortimer para siempre a pesar de su separación de 1971, madre de seis hijos de cuatro padres diferentes, aprovechó todo ese material en forma de cicatrices, su paso por el psicoanálisis y los tratamientos electroconvulsivos, para escribir tres novelas como tres sacos de sosa cáustica para deshacer cadáveres: The Bright Prison (1956), El devorador de calabazas (1962), ya publicada por Impedimenta, y la que ahora nos ocupa, Papá se ha ido de caza (1958), disponible desde abril de 2018 en traducción de Alicia Frieyro.

 “El pueblo, cualquier domingo por la mañana, está muerto. Ninguna carretera lo atraviesa. No hay trabajo que hacer. El pueblo yace sofocado en este valle desde hace quinientos años. Produce jardineros y mujeres de la limpieza para el Common, mano de obra labriega para la finca Rackworth”, y Ruth Whiting se ahoga en ese mundo de esposas que se quedan en casa a regañadientes, lidiando con el matrimonio, el aborto y el aislamiento, en busca de la Nueva Mujer. Grado 0 de la EEH para Penelope Mortimer, equivalente al Carolina Reaper de las guindillas y sus 2’2 millones de capsaicina en la Escala Scoville, capsaicina pura. En el caso de Mortimer, sosa cáustica pura en la Escala Escobilla del Humor.

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