ALICANTE. Que el género de la narrativa gráfica está viviendo una nueva edad de oro es una verdad insoslayable, aunque también lo es que el nivel creativo de los autores de cómic hace pensar que hay una especie de selección natural que hace que una gran cantidad de ‘genios creadores’ haya optado por este medio de expresión, dada la cantidad de obras maestras que se han ido sucediendo desde los albores de su nacimiento como tal.Si hiciéramos una comparativa por segmentos temporales entre las obras trascendentes entre cómic, cine, literatura, artes plásticas y el resto de artes creativas, aún tratándose de un género a menudo considerado menor,sorprende el número de títulos que pueden ser considerados mayores, en comparación con el resto. Por lo tanto, no es hiperbólica la utilización a menudo de la calificación de obra maestra para trabajos que tienen apenas unos años, incluso unos meses, de vida editorial. Y genera pocas dudas el calificativo, ni entre los especialistas, ni entre los aficionados, ni entre los no lectores habituales, que se acercan al tebeo únicamente con la curiosidad del asombro ante la destreza técnica del dibujo o la temática singular de la historia. Sucedió este mismo año con Lo que más me gustan son los monstruos, de Emil Ferris, y sucede con una obra originalmente publicada en seis volúmenes, entre 1996 y 2003, por el dibujante francés David B., editada ahora por el sello Salamandra Graphic, Epiléptico.El ascenso del Gran Mal, recogiendo la versión unitaria de 2011 en el sello L’Association, fundado por el propio autor.
Pierre-François Beauchard (Nimes,1959), es el mediano de tres hermanos, en una familia marcada por dos certezas trascendentales, la católica del padre profesor de dibujo, y el laicismo republicano de una madre de curiosidad insaciable. Unas condiciones de partida que señalan hacia una cierta felicidad inconsciente, la felicidad consustancial a la infancia, que se ve truncada ante la aparición del “Gran Mal”, en forma de enfermedad diabólica, la epilepsia del hermano mayor, Jean-Christophe, que en los años 60 del siglo XX todavía tiene el estigma del desconocimiento y salta entre las fronteras de la locura y la discapacidad. “Has trasladado a las viñetas de este libro las sombras de nuestra infancia”, dice en el prólogo Florence, la hermana pequeña, “Yo no conservo, como tú, recuerdos tan densos y precisos. Mi única certeza es la enfermedad de Jean-Christophe: la epilepsia, el “Gran Mal”. Es curioso, además: siempre me la he imaginado como un núcleo poderoso y pequeño alojado en los meandros de su cerebro. Tú, en cambio, siempre te has preocupado por el detalle exacto, la reproducción fiel. Recuerdo toda la documentación histórica que acumulabas en tu cuarto y que te servía para plasmar en tus dibujos el atuendo de un soldado, el paramento de un caballo… Cuando eras pequeño, querías ser ‘profesor de historias’. Lo has conseguido”.
La epilepsia se convierte en el eje central de la familia, el motivo sobre el cual se construye un élan vital que obliga a transitar a los cinco miembros entre las líneas argumentales fronterizas del pensamiento de posguerra en una Francia que es vanguardia en la incorporación de las nuevas sofísticas, el esoterismo, el pensamiento místico y orientalista y las técnicas médicas alternativas. Comunas, arcaísmos, mitologías, medicinas experimentales, pasan por el cuerpo y el cerebro de Jean-Christophe, dejando poso en el alma y la evolución emocional de hermanos y padres. El refugio de Pierre-François es el dibujo, marcado por un onirismo barroco y prolijo, de ilustraciones cargadas de detalles inspirados en la iconografía del arte persa y las sucesivas corrientes esotéricas que inundan el imaginario familiar. Unos pequeños destellos eléctricos que oculta a todo el mundo le hacen sospechar que el Mal anida también en su interior, pero él no es su hermano, él desarrolla una estrategia de lucha a través de creación, y huye de Pierre-François para transformarse enDavid B., fundador, junto a Lewis Trondheim, Matt Konture, Patrice Killoffer, Stanislas, Mokeït y Jean-Christophe Menu de la editorial L’Association, uno de los núcleos sobre los que se construirá la Nouvelle Bande Dessinée en los años 90.
El detallismo de los inicios va mutando con aportaciones cada vez más surrealistas hasta que hace aparición el trazo expresionista que dará origen a toda una escuela de ficción gráfica autobiográfica de la que beberán autoras tan reconocidas a posteriori como MarjaneSatrapi, en Persepolis. Pero si hay algo que lo caracteriza es que el tratamiento de la enfermedad es crudo, brutal, inmisericorde, el Gran Mal no tiene aristas, corrompe, destruye la esperanza, a pesar de la contradicción que supone que la destrucción de Pierre-François por el empuje violento de la epilepsia de Jean-Christophe, sea el germen de la construcción de David B.
Gráficamente, El ascenso del Gran Mal es una soberbia lección de blanco y negro, de luces y sombras, de volúmenes y vacíos encuadrados en una retícula básica de viñetas 3x3 que evoluciona a lo largo de los 6 volúmenes, ganando espacio la ilustración y la ruptura de las paredes de la viñeta, mientras que la narrativa fluye en una intrincada intersección entre cartelas y gramática visual.Hipérbole o no, Epiléptico. El ascenso del Gran Mal es una obra maestra, una obra maestra de difícil lectura para epilépticos, eso sí.