No hay mejor invento que el google maps. Para los que andamos desorientados, perdidos “como un santo sin paraíso” que escribía Sabina, esa aplicación móvil nos devuelve al sendero más corto para llegar a nuestro destino. Nos recalcula el trayecto cuando en un alarde de improvisación creativa hacemos oídos sordos a las indicaciones mecánicas del aparatito de marras y nos encaminamos directos al abismo. A callejones sin salida. A practicar la marcha atrás sin píldora del día después. “A trescientos metros, gire a la derecha por la calle Yin Clo Comáldie y continúe recto” (alguien debería incorporar el francés y el valenciano al software de google, por dios).
“Si yo supiera calcular trescientos metros a ojo de buen cubero y conociera el nombre de una calle sin rótulo no te necesitaría, bonita”, protesto a voz en grito como si la máquina fuera una teleoperadora ambulante. Pero después de unas cuantas broncas, al final suele dejarme en el sitio que buscaba. Así que cuando me adentro en territorios ignotos, echo mano de la tecnología a modo de comodín o as en la manga para situaciones descontroladas. En esas ando yo por las noches. Con medio cerebro abriendo las puertas del sueño y el otro medio aferrado a la vigilia, me atrevo con conversaciones imposibles.
Pon un google maps en tu vida, le digo a Pedro Sánchez. Vas perdido por un mundo en el que los mapas andan de mudanza. Donde los gamberros de la clase han imantado las brújulas para hacernos perder el norte. Para guiarnos por el camino más recto directos al averno. Han trucado las señales. No es verdad que para llegar a Caracas haya que pasar sin remedio por Washington D.C. Hay otros caminos. Más largos quizá, más solitarios, pero las líneas rectas no son siempre las mejores cuando se han de saltar tantos semáforos en rojo.
Ponte un google maps para llegar a Barcelona por la ruta del diálogo. Ya sé que el firme de la vía catalana está hecho unos zorros desde que se rompieron los mapas que trazaban los caminos entre la meseta y las periferias. Desde que se dejó de asfaltar para que la senda se volviera impracticable, peligrosa. Ya sé que en cada bache de la ruta del diálogo tendrás una pancarta, un puñado de hooligans que intentarán que te desvíes a la derecha. Incluso te encontrarás con paisanos dispuestos a darle la vuelta al mapamundi para reubicar Venezuela en el Mediterráneo sin que les suspendan en geografía.
Haz oídos sordos a las voces iracundas que te llaman traidor, okupa, presidente ilegítimo, nicolasmaduro de pacotilla mientras te golpean las ventanillas. Son los mismos que calcularon la rentabilidad de situar una estación de AVE en un páramo de su propiedad. Los que encabezan embargos comerciales para ofrecer luego ayuda humanitaria.
Los que nunca leyeron las rimas de Bécquer en su adolescencia y no aprendieron a distinguir cuándo el orgullo es simplemente orgullo y cuando es dignidad. Si estás perdido en un cruce de caminos que no sabes dónde te llevan, introduce tu destino en el buscador de google maps y sigue sus indicaciones. Aunque a veces no las entiendas cuando los territorios hablan otras lenguas o votan líderes que no te gustan. Y si el miedo te paraliza, querido, bájate del coche.