ORIHUELA. Como pasa tanto en la música, dependiendo de la época, los grandes movimientos musicales tienen a sus pilares básicos, a aquellos artistas que o bien fueron seminales y decisivos para el desarrollo del género, o bien a aquellos que se aprovecharon de las líneas maestras para llevarlas a su terreno y así romper los esquemas y triunfar entre el gran público. O más reducido, pero quedando en la memoria para los seguidores del estilo. Pasó con la música independiente, con la electrónica y también con el rock psicodélico, por ejemplo. Uno de esos nombres que no es que sean underground pero sí que están quizá infravalorados, son los ingleses The Pretty Things. Tocarán el miércoles en La Gramola oriolana.
De 1965 hasta 2015, el conjunto londinense ha estado publicando discos en diferentes etapas, pero siempre en activo. 40 años. Eso sí, con sus respectivos cambios de formación (salvo el vocalista Phil May y un poco menos el principal guitarrista, Dick Taylor), algo que pasa más comúnmente en grupos con una trayectoria tan longeva y sobre todo con tantos discos o con épocas tan esporádicas, como su caso. Ellos fueron coetáneos de formaciones como The Electric Prunes o The 13th Floor Elevators y sobre todo, de otros paisanos gigantes como The Kinks, Led Zeppelin o Rolling Stones.
Es de justicia nombrarlos porque pertenecen a esa época en la que todo estaba por construir, y la música popular, y el rock especialmente, se desarrolló en los sesenta a raíz del blues negro. Todas estas bandas nombradas pertenecen a esta década, como los londinenses, que estuvieron en la vanguardia de los diferentes movimientos de rock & roll que había en el Reino Unido. Desde un primerizo rock & roll hasta algo de garage, pasando sobre todo por la psicodelia, The Pretty Things tocaron muchos palos de aquélla época. Prácticamente todos los que estaban en boga, que son los que a la postre definieron la música de las décadas venideras.
Por eso, una vez más, es de recibo agradecer la apuesta por estos nombres que llegan a la provincia cada cierto tiempo, bien sea por el esfuerzo de determinados colectivos que luchan por ofrecer una oferta de calidad diferente, y por esos veteranos al frente de salas históricas como La Gramola de Orihuela, desde donde José Ballester sigue dando guerra más de un cuarto de siglo después. Otro ejemplo de que aquella frase de “el rock murió en 1969” no es más que una boutade. El espíritu del rock & roll, así como su actitud, seguirán existiendo mientras los grupos que lo hacen suyo lo practiquen —máxime si hablamos de auténticos clásicos— y mientras haya alguien que permita que la llama siga encendida.
En cuanto a la parte más explícitamente musical del grupo, rescatar discos como S.F. Sorrow (Columbia, 1968) o Parachute (Harvest, 1970) aún es hoy una pasada. Por su calidad técnica, su combinación con las voces, su parte lisérgica y cómo no, sus derivaciones pop. Aunque para partes más pop o incluso más orientadas al rhythm & blues, hay que viajar por discos anteriores. Para ver su parte más operística, propia del rock grandilocuente, los discos de aquellos días. Actualmente están instalados en una cómoda zona de confort con rock & roll clásico, menos psicodélico y no con tantas capas de detalles como sus mejores momentos.
Pero es lógico después de cuarenta años de carrera. Una zona de confort merecida. Ahora, a seguir tocando y disfrutando de la música, y a hacer que quien tiene la cuenta pendiente con ellos, pueda tacharla de la lista. El miércoles en Orihuela. A un tiro de piedra.