ALICANTE. Citándonos a nosotros mismos, en la introducción de la primera entrega de esta serie dedicada a autores no desconocidos para los habituales saboreadores del género criminal, pero sí agazapados, esperando en cualquier recodo oscuro para saltar sobre nosotros y descerrajarnos cuatro tiros narrativos, con su colt de cañón corto, recordamos que el eje sobre el que gira esta revisión es el de identificar nuevas figuras detectivescas que asuman la representación de esa sociedad agredida por el crimen y que representan sus intereses, desordenados por el criminal o el crimen en sí mismo. Una figura detectivesca sanadora, tanto si recompone el orden social establecido, como si lo pone en duda. La novela criminal sólo puede ser novela social, según algunos. La recuperación entre el maremagnum de nombres, antiguos, nuevos y futuros, de cinco propuestas de literatura criminal marcadas por el sello de la conciencia, esa cosa tan difícil de definir, como fácil de identificar. Después del París de Malet/Burma y la decadente Suecia de Sjöwall-Wahlöo/Beck, Los Ángeles, Marsella y Jerusalén.
Walter Mosley. El favorito de Bill Clinton
En la campaña demócrata de las presidenciales de 1992, en Estados Unidos, apareció un elemento discordante entre los posibles candidatos que se enfrentarían al republicano Bush, se trataba del Gobernador de Arkansas, un tal Bill Clinton, que se atrevía, en esas entrevistas de perfil personal que los diarios publican para presentar a los candidatos a citar, entre sus autores literarios favoritos, a Gabriel García Márquez y a un activista afroamericano y judío, con un nombre paradójicamente relacionado con el movimiento nazi británico, Walter Mosley.
Ese año de 1992, Mosley ya había publicado tres novelas de su personaje más representativo, Ezequiel Easy Rawlins. El demonio vestido de azul (1990, ambientada en 1948), Una muerte roja (1991, ambientada en 1953) y Mariposa Blanca (1992, ambientada en 1956), y ya había demostrado que su prosa entretejida, la introspección de sus personajes y su visión panorámica de la lucha racial y del nacimiento de una nueva nación americana, lo convertían, sin lugar a dudas, en el heredero con honores de los dos grandes autores de la novela social americana del siglo XX, llamadla criminal si queréis, Raymond Chandler y Dashiell Hammet. La suya no es novela histórica, a pesar de estar escrita a finales de los 80 y estar ambientada en 1948, la primera aparición de Easy Rawlins, pero sí novela la historia, la historia de la gran revolución americana del siglo XX, la de los derechos civiles de las minorías.
Mosley nació el año 1952 en Watts (Los Angeles), uno de los principales focos de las revueltas raciales, no solo entonces, sino de manera reincidente, hasta la actualidad. Nació de Ella Slatkin, una judía polaca y Leroy Mosley, afroamericano participante en la liberación de Europa del yugo nazi, durante la Segunda Guerra Mundial. De ese conglomerado cultural nacería un informático, que en los años 80, ya en Nueva York, notaría crecer en sus entrañas la necesidad del narrador y, por qué no, una vez aprendidos los rudimentos del arte narrativo, aprovechar ese don para elaborar un incisivo informe de la sociedad norteamericana, desde finales de los años 40 hasta los albores de la revolución hippy.
Ezequiel Easy Rawlins, el alter ego de Mosley, nació en 1920, en Houston, Texas. Sus padres murieron antes de que el cumpliera los 8 años. Vivió entonces con familiares, pero escapó del sur lo más pronto que pudo. Le conocemos ya en 1948, como veterano de la Segunda Guerra Mundial, que busca trabajo en Los Ángeles. Recibe el encargo de encontrar a una mujer desaparecida y, así, comienza su carrera como detective aficionado, aunque más tarde obtendrá su licencia y colaborará puntualmente con la policía. Durante los años 50 lo vemos casarse y divorciarse, enriquecerse haciéndose propietario de un grupo de apartementos, y volver a la pobreza por culpa de la crisis inmobiliaria. A principio de los 60, trabaja como jefe de mantenimiento de un instituto, vive con Bonnie Shay, azafata de Air France, de la Guayana francesa, y tiene dos hijos adoptivos, Jesús Juice, un niño mexicano que rescató de la prostitución infantil, y Feather, también adoptada en un arrebato de protección. Su íntimo amigo, Raymond Mouse Alexander, Ratón, mujeriego, cuentista fabuloso, delincuente sin escrúpulos, asesino despiadado, que protege a Easy y, a veces, lo arrastra cerca del abismo.
Se pueden encontrar todavía las 5 primeras novelas de la serie, editadas por Anagrama, y las 4 siguientes por Roca, con algún que otro salto que rompe la cronología de Rawlins en las traducciones. Azul, rojo, blanco, negro, amarillo, marrón, escarlata, canela y rubio, la cronología cromática de Ezequiel Easy Rawlins.
Izzo. Hijos del desencanto o una bullabesa en Marsella
No hay duda ninguna, puede que el Mediterráneo no sea la cuna de la civilización, pero definitivamente es su crisol, el lugar donde los ingredientes bullen, hasta destilar lo mejor y también lo peor de la humanidad. Es el proceso de prueba y error, es la lucha entre el bien y el mal, y la negación de los absolutos. Y qué mejor que una ciudad portuaria para ser su paradigma, Marsella, una olla al fuego.
Continúa esta marginalia criminal, con el eco de un autor de los llamados de la novela policíaca mediterránea, a medio camino entre el polar francés y el hedonismo de un Vázquez Montalbán o un Andrea Camilleri y su comisario Salvo Montalbano, en justo homenaje al gastrónomo catalán. Jean-Claude Izzo y su Fabio Montale.
El padre de Jean-Claude Izzo, Genaro Izzo, nació en enero de 1916, en Castel San Giorgio, cerca de Salerno, su madre, Isabel Navarro, nació en Marsella, en 1918, hija de emigrantes españoles. Barman él, costurera ella, ambos inocularon en su hijo, nacido el 20 de julio de 1945, el bacilo de la bullabesa, esa sopa marsellesa que los pescadores, originarios de todos los rincones de la taza mediterránea, han convertido en seña de identidad. Izzo sólo publicó en vida, ya que falleció el año 2000, tras una larga enfermedad, tres novelas directamente identificadas como criminales, su serie noir marsellesa. Total Kheóps, el año 1995, Chourmo, el 1996, y Soleà, en 1998, que cerraba el ciclo. No quiso seguir explicando las historias del ex comisario Fabio Montale, a pesar de su éxito editorial, y de la presión de amigos y editores. No importa, fue suficiente. En ellas muestra la modernidad de Europa, esta Europa de aluvión que va creciendo con la incorporación de nuevos acentos y nuevas texturas, raciales, gastronómicas, criminales. La gran protagonista de esta serie de novelas es la ciudad de Marsella, pero una Marsella al mismo tiempo real y metafórica, una Marsella espejo de nuestras costas y nuestras ciudades, València, Barcelona, Alacant, Málaga, podrían haber sido el sol a los ojos de los lectores de Izzo. Su belleza no se fotografía, se comparte, dijo el poeta Eugenio Montale. Con ella hay que tomar partido, estar a favor o en contra, estar hasta las cachas, y sólo así lo que hay que ver se deja ver. Esta metrópolis, a pesar de los espectaculares cambios que ha experimentado en los últimos tiempos, sigue siendo fiel a sí misma, sigue conservando esa luz que la hace única en el Mediterráneo, esa luz que compartimos. “Es imposible entender Marsella si su luz te resulta indiferente”, escribió Izzo en un pasaje de Soleà, la última novela del ciclo. Se puede palpar, incluso en las horas más calurosas, incluso cuando te ves obligado a bajar la vista. A veces, esta luz cegadora también sirve para resaltar la oscuridad. Según Izzo, sólo llegando desde el mar se puede captar la belleza de la ciudad. Desde el mar, pasando al lado del castillo de If, la prisión del Edmond Dantés, el Conde de Montecristo. Fabio Montale, un expolicía solitario y mujeriego, bebedor de pastis y whiskey Lagavulin, en función de si la hora del día se presenta dulce o amarga, amigo de sus amigos y con una gran facilidad para meterse en jaleos con la mafia marsellesa.
Se puede encontrar todavía la trilogía, editada en castellano por Akal, y en catalán, en una excelente edición de Límits Editorial.
Batya Gur. Israel gana Eurovisión
Demasiadas veces, los crímenes públicos esconden crímenes privados. Y los crímenes de los estados siempre son grandes, tan grandes que a veces esconden que son crímenes privados. Todo depende del Estado en cuestión. Pero las criminalizaciones sí son, demasiado a menudo, gratuitas. Instalados todavía en el Mediterráno, pero saltando hacia la orilla opuesta, trazando una diagonal perfecta, desde la Marsella de Montale, para cruzar el Mare Nostrum, hasta la tierra más santa del orbe. O, al menos, este es el apelativo que le han concedido las tres grandes religiones monoteístas, de Marsella a Jerusalén, a Batya Gur y su personaje, Michael Ohayon.
Todavía no entiendo como nadie se atreve a hablar de Batya Gur, profesora de literatura comparada en Universidad Hebrea de Jerusalén durante toda su vida activa, como de la Agatha Christie israelí. Me parece un insulto, un insulto al proyecto narrativo de la autora británica y un comentario de meridianos tintes machistas, respecto de esta autora hebrea. Gran observadora de la realidad de su entorno, capaz de convertir esta en el tapiz sobre el que teje sus tramas criminales de contenido psicológico y social, a partes iguales. Las motivaciones de sus personajes son las mismas que las de cualquier pulsión criminal, sea en Jerusalén, Michigan, Alaska o Benidorm, sin que resulte definitorio la especial situación del entorno, las tensiones de una sociedad en permanente estado de sitio mental, no pueden resultar ajenas a las pulsiones individuales, ni al ojo certero de esta narradora de profundidad.
Seis son las novelas que Gur tuvo tiempo de publicar, antes de caer, víctima de un cáncer, con sólo 58 años. Todos sus títulos contienen la palabra asesinato, para Gur, este, y no otro, es el pecado supremo. Del sábado por la mañana, Literario, En el kibbutz, Musical, En el corazón de Jerusalén, En directo, los diferentes escenarios humanos de la sociedad israelí en aproximadamente 2400 páginas. Su personaje central, Michael Ohayon, es un judío de origen marroquí, cuya infancia de los años 50, ya en Israel, le inunda de la identidad de un país en construcción, con su obligado paso por un kibbutz, la precariedad económica y la situación marginal de su origen. Jefe del deparamento policial de la ciudad, Ohayon es la rara avis con formación universitaria en Historia y Derecho, que destaca por su empatía y, al mismo tiempo, su carácter enigmático. Significativo es que, siendo sefardita, logre sobresalir en la dura estructura de un país, cuyos altos mandos son descendientes de askenazíes, judíos centroeurpoeos. A través de la vida de Ohayon y del contexto en el cual se desarrollan los casos, Batya Gur reconstruye fragmentos de la historia de las últimas décadas de Israel.
Todas las novelas de la serie están editadas en Siruela, tanto en su colección Libros del Tiempo, como en bolsillo, el bolsillo de Siruela, que es un poco más grande que el de los bolsillos de los gabanes clásicos.